Causas actuales de las aflicciones


Causas actuales de las aflicciones

 

4. Las vicisitudes de la vida son de dos clases, o si se quiere, tienen dos origenes

muy diferentes que conviene distinguir: las unas tienen la causa en la vida presente, y las

otras fuera de esta vida.

Remontándonos al origen de los males terrestres, se reconocerá que muchos son

consecuencia natural del carácter y de la conducta de aquellos que los sufren. ¡Cuántos

hombres caen por su propia falta! - Cuántos son victimas de su imprevisión, de su

orgullo y de su ambición! - ¡Cuántas personas arruinadas por falta de orden, de

perseverancia, por no tener conducta o por no haber sabido limitar sus deseos! -

¡Cuántas uniones desgraciadas, porque sólo son cálculo del interés o de la vanidad, y en

las que para nada entra el corazón! - ¡Cuántas disenciones y querellas funestas se

hubieran podido evitar con más moderación y menos susceptibilidad! - ¡Cuántas

enfermedades y dolencias son consecuencia de la intemperancia y de los excesos de

todas clases! - ¡Cuántos padres son desgraciados por sus hijos porque no combatieron

las malas tendencias de éstos en su principio! Por debilidad o indiferencia han dejado

desarrollar en ellos los gérmenes del orgullo, del egoísmo y de la torpe vanidad que

secan el corazón, y más tarde, recogiendo lo que sembraron, se admiran y se afligen de

su falta de deferencia y de su ingratitud. Pregunten fríamente a conciencia todos

aquéllos que tienen herido el corazón por las vicisitudes y desengaños de la vida;

remóntense paso a paso al origen de los males que les afligen, y verán si casi siempre

podrán decirse: "Si yo hubiese o no hubiese hecho tal cosa, no me encontraría en tal

posición". ¿A quién debe, pues, culparse de todas estas aflicciones, sino a sí mismo? Así

es como el hombre, en un gran número de casos, es hacedor de sus propios infortunios,

pero en vez de reconocerlo, encuentra más sencillo y menos humillante para su vanidad,

acusar a la suerte, a la Providencia, al mal éxito, a su mala estrella, siendo así que su

mala estrella es su incuria o su ambición.

Los males de esta clase seguramente forman un contingente muy notable en las

vicisitudes de la vida; pero el hombre los evitará cuando trabaje para su mejoramiento moral tanto como para su mejoramiento intelectual.

 

5. La ley humana alcanza a ciertas faltas y las castiga; el condenado puede,

pues, decir que sufre la consecuencia de lo que ha hecho; pero la ley no alcanza ni puede

alcanzar a todas las faltas; castiga más especialmente aquellas que causan perjuicio a la

sociedad y no aquellas que dañan a los que las cometen. Sin embargo, Dios quiere el

progreso de todas las criaturas; por esto no deja impune ningún desvío del camino recto;

no hay una sola falta, por ligera que sea, una sola infracción a su ley, que no tenga

consecuencias forzosas e inevitables, más o menos desagradables; de donde se sigue

que, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, el hombre es siempre castigado

por donde ha pecado. Los sufrimientos, que son su consecuencia, le advierten de que ha

obrado mal, le sirven de experiencia, le hacen sentir la diferencia del bien y del mal y la

necesidad de mejorarse para evitar en lo sucesivo lo que ha sido para él origen de

pesares; sin esto no hubiera tenido ningún motivo de corregirse; confiando en la

impunidad, retardaría su adelanto, y por consiguiente su felicidad futura.

Pero la experiencia viene algunas veces un poco tarde, cuando la vida está

gastada y turbada, cuando las fuerzas están debilitadas y cuando el mal no tiene

remedio. Exclama el hombre: Si al principio de la vida hubiese sabido lo que sé ahora,

¡cuántos pasos falsos hubiera evitado! ¡"Si tuviera que empezar ahora", me conduciría

de muy distinto modo, pero ya no es tiempo! Así como el operario perezoso dice: He

perdido mi jornal, él también dice: He perdido mi vida; pero así como para el jornalero

el sol sale al día siguiente y empieza un nuevo día que le permite reparar el tiempo

perdido, también para él, después de la noche de la tumba, resplandecerá el sol de una

nueva vida en la que podrá valerle la experiencia del pasado y sus buenas resoluciones

para el porvenir.

 

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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