Causas anteriores de las aflicciones


Causas anteriores de las aflicciones

 

6. Pero si bien hay males cuya primera causa es el hombre en esta vida, hay otros

a los que es extraño enteramente, al menos en apariencia, y que parecen herirle como

por una fatalidad. Tal es, por ejemplo, la pérdida de los seres queridos y de los que son

el sostén de la familia; tales son también los accidentes que ninguna previsión puede

evitar, los reveses de la fortuna que burlan todas las medidas de la prudencia, las plagas

naturales, las dolencias de nacimiento, particularmente aquellas que quitan al

desgraciado los medios de ganarse la vida con su trabajo, las deformidades, el idiotismo,

la imbecilidad, etc. Los que nacen en semejantes condiciones, seguramente no han hecho

nada en esta vida para merecer una suerte tan triste, sin compensación y que no podían

evitar; que están en a imposibilidad de cambiarla por sí mismos y que les deja a merced

de la conmiseración pública. ¿Por qué, pues, tantos seres desgraciados, mientras que a

su lado, bajo un mismo techo, en la misma familia, hay otros favorecidos en todos

conceptos?

¿Qué diremos, en fin, de esos niños que mueren en edad temprana y no

conocieron, de la vida más que los sufrimientos? Problemas que ninguna filosofía ha

podido aún resolver, anomalías que ninguna religión ha podido justificar y que serían la

negación de la bondad, de la justicia y de la providencia de Dios, en la hipótesis de que

el alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo, y que su suerte está irrevocablemente

fijada después de una estancia de algunos instantes en la tierra. ¿Qué han hecho esas

almas que acaban de salir de las manos del Creador para sufrir tantas miserias en este

mundo, y para merecer en el porvenir una recompensa o un castigo cualquiera, cuando

no han podido hacer ni bien ni mal?

Sin embargo, en virtud del axioma de que "todo efecto tiene una causa", esas

miserias son efectós que

deben tener una causa; y desde el momento en que admitimos un Dios justo, esa causa

debe ser justa, luego, precediendo siempre la causa al efecto, y puesto que aquélla no

está en la vida actual, debe ser anterior a esta vida, es decir, pertenecer a una existencia

precedente. Por otra parte, no pudiendo Dios castigar por el bien que se ha hecho ni por

el mal que no se ha hecho, si somos castigados, es que hemos hecho mal si no lo hemos

hecho en esta vida, lo habremos hecho en otra. Esta es una alternativa de la que es

imposible evadirse, y en la que la lógica dice de qué parte está la justicia de Dios.

El hombre, pues, no es castigado siempre o completamente castigado, en su

existencia presente; pero nunca se evade a las consecuencias de sus faltas. La

prosperidad del malo sólo es momentánea, y si no expia hoy, expiará mañana, mientras

que el que sufre, sufre por expiación de su pasado. La desgracia que en un principio

parece inmerecida, tiene su razón de ser, y el que sufre puede decir siempre:

"Perdonadme, Señor, porque he pecado".

 

7. Los sufrimientos por causas anteriores, son, a menudo, como los de las faltas

actuales; consecuencia natural de la falta cometida; es decir, que por una justicia

distributiva rigurosa, el hombre sufre lo que ha hecho sufrir a los otros; si ha sido duro e

inhumano, podrá a su vez ser tratado con dureza y con inhumanidad; si ha sido

orgulloso, podrá nacer en una condición humillante; si ha sido avaro y egoísta y ha hecho

mal uso de su fortuna, podrá carecer de lo necesario; si ha sido mal hijo, los suyos le

harán sufrir.

Así es como se explican, por la pluralidad de existencias y por el destino de la

tierra como mundo expiatorio, las anomalías que presenta la repartición de la felicidad y

la desgracia entre los buenos y malos en la tierra; esta anomalia sólo existe en

apariencia, porque se toma su punto de vista desde la vida presente; pero si uno se eleva

con el pensamiento de

modo que pueda abrazar una serie de existencias, verá que a cada uno se le ha dado la

parte que merece, sin perjuicio de la que se le señala en el mundo de los espíritus, y que

la justicia de Dios jamás se interrumpe.

El hombre nunca debe perder de vista que se halla en un mundo inferior, donde

sólo permanece por sus imperfecciones. A cada vicisitud debe decirse que si

perteneciera a un mundo más adelantado, no le sucederia esto, y que de él depende el no

volver aquí trabajando para su mejoramiento.

 

 

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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