Justicia de las aflicciones


Justicia de las aflicciones

 

1. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. -

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán

hartos. - Bienaventurados los que padecen persecuciones por la justicia, porque de

ellos es el reino de los cielos. (San Mateo, cap. V, v. 5, 6 y 10).

 

2. Y El, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados los

pobres, porque vuestro es el reino de Dios. - Bienaventurados los que ahora tenéis

hambre, porque hartos seréis. - Bienaventurados los que ahora lloráis, porque

reiréis (San Lucas, cap. VI, v. 20 y 21).

Mas ¡ay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo! - ¡Ay de

vosotros los que éstáis hartos, porque tendréis hambre! - ¡Ay de vosotros los que

ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! (San Lucas, cap. VI, v. 24 y 25).

 

3. La compensación que Jesús promete a los afligidos de la tierra, no puede

tener lugar sino en la vida futura; sin la seguridad del porvenir, esas máximas no tendrían

sentido, o serían, mejor dicho, un enganño. Aun con esta certeza difícilmente se

comprende la utilidad de sufrir para ser feliz. Se dice que se hace para tener más mérito;

pero entonces se pregunta uno: ¿por qué los unos sufren más que los otros?, ¿por qué

los unos nacen en la miseria y los otros en la opulencia, sin haber hecho nada para

justificar esta posesión?, ¿por qué a los unos nada les sabe bien, mientras a los otros

todo parece sonreirles? Pero lo que aún se comprende menos es el ver los bienes y los

males tan desigualmente distribuídos entre el vicio y la virtud, y ver a los hombres

virtuosos sufrir al lado de los malos que prosperan. La fe en el porvenir puede consolar

y hacer que se tenga paciencia; pero no explica esas anomalías que parecen desmentir la

justicia de Dios.

Sin embargo, desde que se admite a Dios no se le pue de concebir sin que sea

infinito en perfecciones; debe ser todo poder, todo justicia, todo bondad, sin lo cual no

seria Dios. Si Dios es soberanamente bueno y justo, no puede obrar por capricho ni con

parcialidad. "Las vicisitudes de la vida tienen, pues, una causa, y puesto que Dios es

justo, esta causa debe ser justa". Todos deben penetrarse de esto. Dios ha puesto a los

hombres en el camino que conduce a esta causa por medio de la enseñanza de Jesús, y

juzgándoles hoy en buena disposición para comprenderla, se la revela completa por

medio del Espiritismo, es decir, por la "voz de los espíritus".

 

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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