NO HUBO ECLIPSE 1


NO HUBO ECLIPSE 1

“Padre, si quieres, aparta de mí esta copa.”

Los Instructores Espirituales aseguran que la personalidad de Jesús es

todavía inabordable para el entendimiento humano.

No se tiene la capacidad, la cultura, ni el sentimiento para comprender

cabalmente al Maestro.

No podemos conocerle sus divinos pensamientos.

No le podemos analizar las conductas.

Nos faltan los recursos para interpretarle, de manera integral, todas sus

palabras y enseñanzas.

Por eso, aseguran, es el Cristo aún inabordable a la comprensión del

hombre.

El Cristo no es contenido para la taza de la comprensión humana.

Efectivamente, es muy difícil entender ciertas actitudes del Señor, cual

ocurre con la que tuvo por escenario en el Getsemaní.

Esa dificultad en la comprensión de los sentimientos de Nuestro Señor, de

poder profundizar en su alma sensible y comprender la individualidad

universal, se acentúa principalmente, cuando se pretende analizar las palabras

proferidas en el huerto, en las horas que precedieron al Calvario: “Padre, si

quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”

Hay quien interpreta la actitud del Señor como de recelo ante el martirio

que se avecinaba.

Y los que así piensan, dicen: “Hubo un eclipse en la Gran Alma del

Cristo, eclipse que luego se disipó. Fue una nube rápida que ocultó, por

instantes, el refulgente Sol. El Cristo Eterno reaccionó prontamente, contra el

gesto humano del Hijo de María.”

Nuestro pensamiento, con respecto al conmovedor y sublime episodio, es

un tanto distinto.

A nuestro ver, y teniendo cuidado de realzar la inabordable condición del

Cristo, la copa que el Maestro prefería no sorber no era la del madero.

Ni la de la corona de espinas.

Ni de los clavos, ni de la lanza que le hicieran brotar la sangre generosa.

Ni de la muerte entre ladrones comunes.

La copa que el Cristo prefería no le fuese dada a beber era la de la

compasión.

Condoliérase Jesús, con anticipación, previendo el despedazamiento de

toda una siembra de espiritualidad y redención a favor de los hombres.

Era todo un apostolado de luz y esclarecimiento que se diluía bajo el

apasionado impulso de la humanidad, cuya salvación fuera el objetivo

fundamental de su venida al mundo.

La Humanidad caminaba en la dirección del abismo y el Cristo lo

presentía y sufría, prefiriendo que no ocurriese.

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa…”

Habló el Maestro, como hablaría un corazón maternal que observa, en

rumbo al precipicio, los pasos trémulos del propio hijo.

Corazón exuberante de Amor, desbordante de ternura, ebrio de cariño…

La Humanidad era el hijo negligente, temeroso, que oyera las lecciones,

mas no les asimilara el contenido.

¡Eclipse del Maestro, nunca!

El Cristo fue, y continuará siendo un sol sin eclipses.

Un astro que ilumina eternamente, sin alternativas ni oscilaciones.

Una estrella de primera magnitud, cuyos reflejos atraviesan todos los

cuerpos, por más gigantescos y sólidos que sean.

Un sol que transpone y vence infinitas distancias.

Así pensando y sintiendo, afirmamos: “No hubo eclipse…”

Martins Peralva

Extraído del libro “Estudiando el evangelio a la luz del espiritismo”

1 comentario:

  1. El eclipse (del griego ἔκλειψις, ékleipsis, que quiere decir ‘desaparición’, ‘abandono’) es un fenómeno en el que la luz procedente de un cuerpo celeste es bloqueada por otro, normalmente llamado cuerpo eclipsante.​ Existen eclipses del Sol y de la Luna, que ocurren solamente cuando el Sol y la Luna se alinean con la Tierra de una manera determinada. Esto sucede durante algunas lunas nuevas y lunas llenas.

    Sin embargo, también pueden ocurrir eclipses fuera del sistema Tierra-Luna. Por ejemplo, cuando la sombra de un satélite se proyecta sobre la superficie de un planeta, cuando un satélite pasa por la sombra de un planeta o cuando un satélite proyecta su sombra sobre otro satélite.

    Un eclipse, al igual que los tránsitos y las ocultaciones, es un tipo de sizigia.

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