PARA CORREGIRSE DE UN DEFECTO
18. PREFACIO. Nuestros malos instintos son
el resultado de la imperfección de nuestro
propio
Espíritu, y no de nuestro cuerpo; de otra
manera el
hombre escaparía de toda clase de
responsabilidad.
Nuestro mejoramiento depende de nosotros,
porque
todo hombre que tiene el goce de sus
facultades, tiene,
para todas las cosas, la libertad de hacer
o de dejar de
hacer; para hacer el bien sólo le falta la
voluntad. (Cap.
XV, número 10; cap. XIX, número 12).
19. ORACIÓN. Vos me disteis, ¡oh Dios!, la
inteligencia necesaria para distinguir el
bien del mal;
así, pues, desde el momento en que
reconozco que una
cosa es mala, soy culpable, porque no me
esfuerzo en
rechazarla.
Preservadme del orgullo, que podría
impedirme
ver mis defectos y de los malos Espíritus
que podrían
excitarme a perseverar en ellos.
Entre mis imperfecciones, reconozco que
particularmente estoy inclinado a ... y si
no resisto a
esta tentación es por la costumbre que
tengo de ceder
a ella.
Vos no me habéis creado culpable, porque
sois
justo, sino con una aptitud igual tanto
para el bien
como para el mal. Si sigo el mal camino,
es por efecto de
mi libre albedrío. Pero, por la misma
razón que tengo la
libertad de hacer el mal, tengo también la
de hacer el
bien; por consiguiente, tengo que cambiar
de camino.
Mis defectos actuales son un resto de las
imperfecciones que conservé de mis
precedentes
existencias; es mi pecado original, del
cual me puedo
despojar por mi voluntad y con la
asistencia de los
buenos Espíritus.
Buenos Espíritus que me protegéis, y sobre
todo vos, mi ángel guardián, dadme fuerzas
para resistir
a las malas sugestiones y salir victorioso
de la lucha.
Los defectos son barreras que nos separan
de
Dios y cada defecto superado será un paso
dado en la
senda del progreso, que debe acercarme a
Él.
El Señor, en su infinita misericordia tuvo
a bien
concederme la existencia actual, para que
sirva a mi
adelantamiento; buenos Espíritus, ayudadme
a
aprovecharla, con el fin de que no sea una
existencia
perdida para mí y para que cuando Dios
quiera
retirármela, salga mejor que cuando entré
a ella. (Cap.
V, número 5; cap. XVII, número 3).