PARA CORREGIRSE DE UN DEFECTO


PARA CORREGIRSE DE UN DEFECTO
 

18. PREFACIO. Nuestros malos instintos son

el resultado de la imperfección de nuestro propio

Espíritu, y no de nuestro cuerpo; de otra manera el

hombre escaparía de toda clase de responsabilidad.

Nuestro mejoramiento depende de nosotros, porque

todo hombre que tiene el goce de sus facultades, tiene,

para todas las cosas, la libertad de hacer o de dejar de

hacer; para hacer el bien sólo le falta la voluntad. (Cap.

XV, número 10; cap. XIX, número 12).

 
 
19. ORACIÓN. Vos me disteis, ¡oh Dios!, la

inteligencia necesaria para distinguir el bien del mal;

así, pues, desde el momento en que reconozco que una

cosa es mala, soy culpable, porque no me esfuerzo en

rechazarla.

Preservadme del orgullo, que podría impedirme

ver mis defectos y de los malos Espíritus que podrían

excitarme a perseverar en ellos.

Entre mis imperfecciones, reconozco que

particularmente estoy inclinado a ... y si no resisto a

esta tentación es por la costumbre que tengo de ceder

a ella.

Vos no me habéis creado culpable, porque sois

justo, sino con una aptitud igual tanto para el bien

como para el mal. Si sigo el mal camino, es por efecto de

mi libre albedrío. Pero, por la misma razón que tengo la

libertad de hacer el mal, tengo también la de hacer el

bien; por consiguiente, tengo que cambiar de camino.

Mis defectos actuales son un resto de las

imperfecciones que conservé de mis precedentes

existencias; es mi pecado original, del cual me puedo

despojar por mi voluntad y con la asistencia de los

buenos Espíritus.

Buenos Espíritus que me protegéis, y sobre

todo vos, mi ángel guardián, dadme fuerzas para resistir

a las malas sugestiones y salir victorioso de la lucha.

Los defectos son barreras que nos separan de

Dios y cada defecto superado será un paso dado en la

senda del progreso, que debe acercarme a Él.

El Señor, en su infinita misericordia tuvo a bien

concederme la existencia actual, para que sirva a mi

adelantamiento; buenos Espíritus, ayudadme a

aprovecharla, con el fin de que no sea una existencia

perdida para mí y para que cuando Dios quiera

retirármela, salga mejor que cuando entré a ella. (Cap.

V, número 5; cap. XVII, número 3).

 

¿Los Espíritus tienen fin?


 ¿Los Espíritus tienen fin?


El cuerpo físico muere y se disgrega. Y, ¿qué pasa con el alma o Espíritu? El Espíritu continúa su vida, puesto que es inmortal. Y además conserva su individualidad, es decir, sigue siendo el mismo ser que era antes de la muerte, con autoconciencia e identidad individual. Algunas filosofías mantienen que nuestra identidad se pierde tras la muerte, y que nos integramos en algo mayor, como una gota en el océano. Pero los Espíritus nos dicen que nuestra identidad permanece en el mundo espiritual.

151. ¿Qué pensar de la opinión de que, después de la muerte, el alma vuelve a entrar en el todo universal?
– ¿Acaso el conjunto de los Espíritus no constituye un todo? ¿No son todo un mundo? Cuando te encuentras en una asamblea formas parte integrante de ella, y sin embargo sigues teniendo tu individualidad. (Allan Kardec, El Libro de los Espíritus).

Esta individualidad permanece siempre. Como Espíritus fuimos creados como seres únicos, y nuestro camino evolutivo continúa, pero siempre conservaremos una identidad única e individual en todo nuestro camino. Esto no debe ser confundido con la realidad de que los Espíritus puedan sentir una conexión profunda entre sí, y hallarse unidos espiritualmente de un modo que mientras estamos en la vida terrena nos es difícil de comprender, puesto que nuestro cuerpo físico de materia densa nos aísla unos de otros y nos insensibiliza en cierto grado, dándonos la sensación de ser seres no solo individuales sino aislados. Esta sensación de aislamiento no permanece en los Espíritus Superiores, por lo que pueden sentirse parte de un todo integrado, pero conservando su individualidad. Esa sensación de conexión también puede sentirse en ciertas experiencias místicas o en experiencias cercanas a la muerte, pareciendo que el ser individual desaparece y se funde en algo mayor, pero el ser individual permanece aunque pueda sentirse además parte de un todo.

El hecho de conservar la individualidad será muy importante para darnos cuenta de que el ser humano tras la muerte no sólo conserva su ser individual y su memoria, sino también sus preferencias y aversiones, sus gustos y los rasgos de su personalidad, que le permiten seguir siendo quién era, más allá de que su punto de vista desde la realidad espiritual le pueda hacer reflexionar sobre sus puntos de vista y pueda variar su opinión en ciertos asuntos.

Esta individualidad permanecerá no solo tras la muerte física, no solo a través de las diferentes existencias de nuestro camino evolutivo, sino que permanecerá para siempre. Los Espíritus de mayor grado evolutivo siguen conservando su individualidad, y también la conservaremos nosotros. A nuestra mente le resulta imposible imaginar el infinito, pero aunque no sea concebible para nosotros, seguiremos existiendo como seres individuales eternamente.

83. Los Espíritus ¿tienen un fin? Se comprende que el principio de que dimanan sea eterno, pero lo que preguntamos es si su individualidad tendrá un término y si en determinado tiempo, más o menos prolongado, el elemento de que están formados no se disgrega y retorna a la masa, como acontece con los cuerpos materiales. Resulta difícil entender que algo que tuvo principio pueda no tener fin.
– Muchas cosas hay que vosotros no comprendéis, por cuanto vuestra inteligencia es limitada, y esa no es una razón para rechazarlas. El niño no comprende todo lo que entiende su padre, ni el ignorante todo lo que comprende el sabio. Te decimos que la existencia de los Espíritus no concluye en modo alguno, y es todo cuanto podemos ahora decir. (Allan Kardec, El Libro de los Espíritus).

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La moral cristiana


La moral cristiana

El Espiritismo sigue a Jesús como guía y también sigue su Evangelio. La moral que Jesús nos enseñó y que recogen los Evangelios es la enseñanza más sublime para el ser humano. El Espiritismo nos permite comprender mejor estas enseñanzas, y también comprender mejor a Jesús.

El Espiritismo, lejos de negar o destruir el Evangelio, llega para confirmarlo, explicarlo y desarrollarlo, ayudado por las nuevas leyes naturales que revela. Clarifica los puntos oscuros de la doctrina de Cristo, de manera que para quienes no entendían o resultaban inadmisibles ciertos pasajes del Evangelio ahora podrán comprenderlos y admitirlos gracias al Espiritismo. Sabrán mejor su alcance y diferenciarán lo real de lo alegórico. Cristo les parecerá más grande: ya no será para ellos un simple filósofo, sino el Mesías divino. (Allan Kardec, El Génesis)

Estudiar y conocer el Espiritismo nos ayuda a interiorizar y vivir el Evangelio. Los Espíritus nos explican cómo las decisiones morales que tomaron en su vida, cómo el bien o el mal que realizaron, han tenido consecuencias en su vida espiritual. Así, comprendemos mejor las palabras de Jesús y nos resulta más fácil seguir sus enseñanzas en nuestra vida.

 El Espiritismo posee, además un poder moralizador incalculable en razón de la finalidad que asigna a todas las acciones de la vida y de las consecuencias que nos demuestra respecto a la práctica del bien y del alma. Asimismo nos brinda, en los momentos penosos, gracias a una inalterable confianza en el futuro, fuerza moral, valor y consuelo. El poder moralizador está, también, en la fe de saber que tenemos cerca de nosotros a los seres que hemos amado, la seguridad de reencontrarlos y la posibilidad de relacionarnos con ellos. En resumen: la certeza de que todo lo que hemos hecho o adquirido en inteligencia, conocimientos o moral, hasta el último día de nuestras vidas, no se perderá, nos ayudará a progresar. (Allan Kardec, El Génesis)

 

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¿Por qué se llama al Espiritismo el Consolador Prometido?


¿Por qué se llama al Espiritismo el Consolador Prometido?

Jesús prometió la llegada de un Consolador que vendrá a enseñar y a recordar las palabras de Jesús y su Evangelio.

 Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce. Pero vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. […] Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo he dicho” (San Juan, 14:15 a 17 y 26, y San Mateo, 17:11).

 Sabemos que en la elaboración de El Libro de los Espíritus y del resto de las obras de Allan Kardec se utilizaron numerosas comunicaciones de muchos Espíritus diferentes que colaboraron con sus testimonios y enseñanzas. Entre estas comunicaciones también encontramos al Espíritu de Verdad, que viene a recordarnos las palabras de Jesús. Algunas de sus comunicaciones están recogidas en El Evangelio según el Espiritismo:

Vengo, como en otro tiempo, entre los hijos descarriados de Israel, a traeros la verdad y a disipar las tinieblas. Escuchadme. El Espiritismo, como otras veces mi palabra, debe recordar a los incrédulos que sobre ellos reina la verdad inmutable, el Dios de bondad, el Dios grande que hace crecer la planta y levantar las olas. Yo revelé la doctrina divina; yo, como un segador, até en haces el bien esparcido por la humanidad, y dije: Venid a mí, vosotros los que sufrís. (…)
¡Espiritistas! amaos: he aquí el primer mandamiento; instruíos: he aquí el segundo. Todas las virtudes se encuentran en el Cristianismo; los errores que se han arraigado en él son de origen humano; y he aquí que desde más allá de la tumba donde creíais encontrar la nada, hay voces que os gritan: ¡Hermanos! nada perece: Jesucristo es el vencedor del mal; sed vosotros los vencedores de la impiedad. (El Espíritu de Verdad. París, 1860, El Evangelio según el Espiritismo)

 El Espíritu de Verdad viene a nosotros de nuevo a hablarnos como en otro tiempo hizo en Israel. Sus palabras sirvieron para recordar la verdad inmutable, el Dios de bondad. El Espíritu de Verdad anima al Espiritismo a que continúe con esta labor de recordar las enseñanzas de Jesús.

 El Espiritismo llega, en el tiempo señalado, para cumplir la promesa de Cristo: el Espíritu de Verdad preside su establecimiento. Llama a los hombres a la observancia de la ley. Enseña todas las cosas, haciendo que se comprenda aquello que Cristo sólo expresó por medio de parábolas. Dijo Jesús: “El que tiene oídos para oír, oiga”. El Espiritismo acude para abrir los ojos y los oídos, porque habla sin metáforas ni alegorías. Levanta el velo arrojado intencionadamente sobre ciertos misterios. Viene, en suma, a traer una suprema consolación a los desheredados de la Tierra y a todos aquellos que padecen, dando una causa justa y una finalidad útil a todos los dolores. (Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo).

Por esta labor de traer consuelo a la humanidad y de volver a recordarnos el Evangelio, la moral cristiana y las palabras de Jesús, el Espiritismo cumple la promesa de Cristo. Por eso, el Espiritismo cumple y realiza todo lo que Cristo dijo sobre el Consolador y se convierte para la humanidad de nuestros días en la Tierra, en el Consolador prometido por Jesús.

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NO HUBO ECLIPSE 2


NO HUBO ECLIPSE 2
 

“Padre, si quieres, aparta de mí esta copa.”

Jesús presentía que los hombres construían, en silencio, el crimen

innominable, por el cual habrían de responder fatalmente, por siglos y

milenios.

“A cada uno les será dado de acuerdo con sus obras” enseño en reiteradas

oportunidades.

Percibía, en su Divina Intuición, que los hijos de su alma, (Alma

Maternal), engendraban el más hediondo asesinato de toda la Historia

universal, a través de su inmolación, de Él que había venido al mundo

justamente para redimirlos, para salvarlos.

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa…”

Los ciegos y los mudos, los paralíticos y los sordos, los leprosos y los

infelices habían recibido de su corazón inagotables beneficios.

En el alma de todos, (pobres y ricos, grandes y pequeños), había plantado

las semillas de la fraternidad y del perdón. Y ansiaba por que ellas germinasen.

102

Había venido al mundo, así dijo, para lanzar fuego sobre la tierra.

“Y bien quisiera que ya estuviese ardiendo…”

No exigía el Maestro el reconocimiento ni la gratitud de los hombres, con

todo, esperaba que sus corazones guardasen, retuviesen, el perfume de la

renovación, la esencia del Amor que les trajera desde los Santuarios

Espirituales.

Y los hombres, hijos de su alma, conjuraban, en silencio, su muerte…

En alguna parte forjaban, en la sombra, la propia condenación.

Se auto sentenciaban.

Jesús, en un abrir y cerrar de ojos, en el Getsemaní, entrevió el futuro de

la Humanidad.

Le descubrió los milenios de pruebas y rescates y se apiadó de los

hombres.

Su alma se llenó de compasión.

Piedad por los hombres que volverían, en nuevos cuerpos, varias veces

para el rescate inevitable.

No por su cuerpo, ni por su Espíritu, indestructible y eterno, sino por el

alma colectiva de la Humanidad que, en aquel instante se preparaba para

consumar, con la sangre del justo, su más grande e histórico pecado, el

exterminio del Cordero de Dios.

La copa del Cristo no fue la del temor, fue la de la compasión.

El cáliz del Cristo no fue el del miedo, fue el de la piedad.

El trago del Cristo no fue el del recelo ante la cruz de madera, fue el de la

tristeza ante la cruz de sufrimientos que los hombres pondrían sobre sus

hombros, horas después, cargándola de allí en adelante, por muchos siglos y

milenios.

Eclipse – nunca.

Cristo es un sol imperturbable, que trasciende cualesquier sombra, que no

conoce eclipses…

Su corazón, compasivo y misericordioso que ama, sufre y llora por el Hijo

Pródigo, se inundaría de felicidad, desbordaría de júbilo, si aquel asesinato no

se consumase.

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa…”

Mas ante la obstinación de los verdugos, respetándoles el Libre Arbitrio,

se vuelve para Dios, sereno y majestuoso: “Padre, si no es posible, hágase Tu

Voluntad.”

El Padre quisiera también, que el Sumiso Embajador bebiese, hasta la

última gota, en la taza de la incomprensión humana, el licor de la piedad y del

amor.

De la misericordia y de la compasión

Nunca el cáliz del temor, que sería un eclipse nublando un sol radiante,

eterno, inocultable.

Eclipse – no…


 

Martins Peralva

Extraído del libro “Estudiando el evangelio a la luz del espiritismo”

NO HUBO ECLIPSE 1


NO HUBO ECLIPSE 1

“Padre, si quieres, aparta de mí esta copa.”

Los Instructores Espirituales aseguran que la personalidad de Jesús es

todavía inabordable para el entendimiento humano.

No se tiene la capacidad, la cultura, ni el sentimiento para comprender

cabalmente al Maestro.

No podemos conocerle sus divinos pensamientos.

No le podemos analizar las conductas.

Nos faltan los recursos para interpretarle, de manera integral, todas sus

palabras y enseñanzas.

Por eso, aseguran, es el Cristo aún inabordable a la comprensión del

hombre.

El Cristo no es contenido para la taza de la comprensión humana.

Efectivamente, es muy difícil entender ciertas actitudes del Señor, cual

ocurre con la que tuvo por escenario en el Getsemaní.

Esa dificultad en la comprensión de los sentimientos de Nuestro Señor, de

poder profundizar en su alma sensible y comprender la individualidad

universal, se acentúa principalmente, cuando se pretende analizar las palabras

proferidas en el huerto, en las horas que precedieron al Calvario: “Padre, si

quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”

Hay quien interpreta la actitud del Señor como de recelo ante el martirio

que se avecinaba.

Y los que así piensan, dicen: “Hubo un eclipse en la Gran Alma del

Cristo, eclipse que luego se disipó. Fue una nube rápida que ocultó, por

instantes, el refulgente Sol. El Cristo Eterno reaccionó prontamente, contra el

gesto humano del Hijo de María.”

Nuestro pensamiento, con respecto al conmovedor y sublime episodio, es

un tanto distinto.

A nuestro ver, y teniendo cuidado de realzar la inabordable condición del

Cristo, la copa que el Maestro prefería no sorber no era la del madero.

Ni la de la corona de espinas.

Ni de los clavos, ni de la lanza que le hicieran brotar la sangre generosa.

Ni de la muerte entre ladrones comunes.

La copa que el Cristo prefería no le fuese dada a beber era la de la

compasión.

Condoliérase Jesús, con anticipación, previendo el despedazamiento de

toda una siembra de espiritualidad y redención a favor de los hombres.

Era todo un apostolado de luz y esclarecimiento que se diluía bajo el

apasionado impulso de la humanidad, cuya salvación fuera el objetivo

fundamental de su venida al mundo.

La Humanidad caminaba en la dirección del abismo y el Cristo lo

presentía y sufría, prefiriendo que no ocurriese.

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa…”

Habló el Maestro, como hablaría un corazón maternal que observa, en

rumbo al precipicio, los pasos trémulos del propio hijo.

Corazón exuberante de Amor, desbordante de ternura, ebrio de cariño…

La Humanidad era el hijo negligente, temeroso, que oyera las lecciones,

mas no les asimilara el contenido.

¡Eclipse del Maestro, nunca!

El Cristo fue, y continuará siendo un sol sin eclipses.

Un astro que ilumina eternamente, sin alternativas ni oscilaciones.

Una estrella de primera magnitud, cuyos reflejos atraviesan todos los

cuerpos, por más gigantescos y sólidos que sean.

Un sol que transpone y vence infinitas distancias.

Así pensando y sintiendo, afirmamos: “No hubo eclipse…”

Martins Peralva

Extraído del libro “Estudiando el evangelio a la luz del espiritismo”

PARA ALEJAR A LOS MALOS ESPÍRITUS


PARA ALEJAR A LOS MALOS ESPÍRITUS

 

     Los malos Espíritus sólo van

donde pueden satisfacer su perversidad; para alejarlos,

no basta pedirlo ni menos mandarlo; es preciso

despojarnos de lo que les atrae. Los malos Espíritus

olfatean las llagas del alma, como las moscas olfatean

las del cuerpo; del mismo modo que limpiáis el cuerpo

para evitar la inmundicia, limpiad también el alma de

sus impurezas para evitar a los malos Espíritus. Como

vivimos en un mundo en que pululan los malos

Espíritus, las buenas cualidades del corazón no siempre

nos ponen al abrigo de sus tentativas, pero dan fuerza

para resistirles.

 

17. ORACIÓN. En nombre de Dios Todopoderoso,

que los malos Espíritus se alejen de mí y que

los buenos me sirvan de protección contra ellos.

Espíritus malhechores, que inspiráis malos

pensamientos a los hombres; Espíritus tramposos y

mentirosos que les engañáis; Espíritus burlones que

abusáis de su credulidad, os rechazo con todas las

fuerzas de mi alma y cierro el oído a vuestras

sugestiones; pero pido para vosotros la misericordia

de Dios.

Buenos Espíritus, que os dignáis asistirme,

dadme fuerza para resistir a la influencia de los malos

Espíritus y luz necesaria para no ser víctima de sus

embustes. Preservadme del orgullo y de la presunción;

separad de mi corazón los celos, el odio, la malevolencia

y todo sentimiento contrario a la caridad, porque son

otras tantas puertas abiertas al Espíritu del mal.

Catalepsia; resurrecciones


Catalepsia; resurrecciones


29. – La materia inerte es insensible; el fluido periespiritual lo es también, pero transmite la sensación al centro sensitivo que es el Espíritu. Las lesiones dolorosas del cuerpo repercuten, en el Espíritu como un choque eléctrico, por medio del fluido periespiritual, del cual los nervios parecen ser los hilos conductores. Los fisiólogos lo llamaron influjo nervioso, pero al no conocer las relaciones de ese fluido con el principio espiritual no han podido explicar sus efectos.

Puede tener lugar una interrupción, sea por la separación de un miembro o por el seccionamiento de un nervio, pero también puede haberla en forma parcial o general y sin lesiones de por medio en los momentos de emancipación, de sobreexcitación o preocupación del Espíritu. En ese estado el Espíritu no se preocupa del cuerpo y en su actividad febril atrae a sí al fluido periespiritual que retirándose de la superficie produce una insensibilidad momentánea.

Se podría aun admitir que, en ciertas circunstancias, se produce, en el fluido periespiritual, una modificación molecular que le saca temporalmente la propiedad de transmisión. Con frecuencia, así es como en el ardor del combate, un militar no percibe que fue herido; que una persona cuya atención está concentrada sobre un trabajo, no oye el ruido que se hace a su alrededor. Un efecto análogo, aunque más pronunciado, es el que ocurre con ciertos sonámbulos, en la letargia y en la catalepsia. Es así, en fin, que se puede explicar la insensibilidad de los convulsionarios y de ciertos mártires. (Revista Espírita, enero 1868: Estudio sobre los Aissaouas). La parálisis no tiene, de ningún modo, la misma causa; aquí el efecto es todo orgánico; son los propios nervios los hilos conductores, que ya no son aptos para la circulación fluídica; son las cuerdas del instrumento que están alteradas.

30. – En ciertos estados patológicos, cuando el Espíritu no está ya en el cuerpo y el periespíritu no se adhiere a él sino en algunos puntos, el cuerpo tiene todas las apariencias de la muerte, y se dice con verdad absoluta, que la vida pende de un hilo. Este estado puede durar más o menos tiempo; incluso ciertas partes del cuerpo pueden entrar en descomposición, sin que la vida esté definitivamente extinguida. Mientras el último hilo no esté roto, el Espíritu puede, sea por una acción enérgica de su propia voluntad, sea por un influjo fluídico extraño igualmente poderoso, ser llamado al cuerpo. Así se explican ciertas prolongaciones de la vida contra toda probabilidad, y ciertas supuestas resurrecciones. Es la planta que vuelve a brotar a veces, sirviéndose de un solo fragmento de raíz; pero cuando las últimas moléculas del cuerpo fluídico se han desprendido del cuerpo carnal, o cuando éste se halla en un estado de degradación irreparable, todo retorno a la vida es imposible. (1)

(1) Ejemplos: Revista Espírita, El doctor Cardon, agosto 1863, página 251; – La mujer corsa,
mayo 1866, página 134.


Allan Kardec
Extraído del libro “La Génesis”




Crisis Moral 2


Crisis Moral 2


 

Las nuevas concepciones del mundo y de la vida cuando penetran en el espíritu humano y se filtra poco a poco en todos los ambientes, el orden social, las instituciones y las costumbres lo sienten de inmediato.

Una sociedad sin esperanza, sin fe en el porvenir es como un hombre perdido en el desierto. Lo bueno es combatir la ignorancia y la superstición, es preciso reemplazarlas por creencia racionales. Para caminar con paso firme en la vida, para preservarse de los desfallecimientos y de las caídas, se necesita una fuerte convicción, una fe que eleve por encima del mundo material; se necesita ver la finalidad y tender directamente hacia ella. El arma más efectiva para esta lucha terrenal es tener una conciencia recta e iluminada.

Con la creencia en la nada, y de que con la muerte todo termina, es lógico que el ser solo procure el bienestar en la vida presente, solo mire el interés personal e ignore todo otro sentimiento. Si solo existe para el una existencia efímera, este se aprovecha de la vida presente, se dedica a los placeres y abandona los deberes y los sufrimientos… Esta es la postura materialista, y que está circulando en muchos hermanos a nuestro alrededor, produciendo estragos que se dejan sentir en una sociedad rica y muy desarrollada en el sentido del lujo y de los goces físicos.

Esto no debe desanimarnos, todo no está perdido. El alma humana tiene a veces sentimiento de su miseria, de la insuficiencia de la vida presente y de la necesidad del más allá. Vagamente, confusamente, cree, aspira a la justicia. Y el culto del recuerdo de los seres amados que están en la tumba, denotan un instinto incierto de la inmortalidad.

El hombre no es ateo, cree en la justicia inmanente, como cree en la libertad, ambas existen en las leyes terrenas y divinas. Este sentimiento, el más grande, el más hermoso, que se puede encontrar en el fondo del alma, ese sentimiento nos salvará. Bastará, para ello, que hagamos comprender a todos que esa noción grabada en nosotros es la ley misma del Universo, la que rige a todos los seres y a todos los mundos, y que por ella, el bien a de triunfar finalmente al mal y la vida ha de salir de la muerte.

El pueblo busca su realización al igual que aspira a la justicia, tanto en el terreno político como en el económico y en el principio de asociación. El poder popular ha comenzado a extender sobre el mundo una vasta red de asociaciones obreras, un agrupamiento socialista que abarca a todas las naciones, y que, bajo una única bandera, deja oír en todas partes las mismas llamadas, las mismas reivindicaciones. Es un espectáculo lleno de enseñanzas para el pensador, una obra plena de consecuencias para el porvenir.

Inspirada por las teorías materialistas y ateas, el alma se convertiría en un instrumento de destrucción, pues sus acciones se resolverían a través de la violencia, en revoluciones dolorosas. Contenida en los límites de la prudencia y de la moderación, puede hacer mucho por la felicidad de la humanidad.

La hora que atravesamos es de crisis y de renovación, el mundo está en fermentación; la corrupción aumenta, las sombras se extienden, el peligro es grande; pero no olvidemos que tras las sombras entrevemos la luz; tras el peligro vemos la salvación. Una sociedad no puede perecer. Es verdad que lleva en si elementos de descomposición, pero también lleva gérmenes de transformación y de reedificación. La descomposición anuncia la muerte, pero procede también al renacimiento. Puede ser también preludio de otra vida.

Para elevarse moralmente el hombre y detener esas dos corrientes de la superstición y el escepticismo que conducen a la esterilidad, es necesario que cree en si una concepción nueva del mundo y de la vida y apoyándose en el estudio de la naturaleza y de la conciencia; en la observación de los hechos, en los principios de la razón, fije la finalidad de la existencia y regularice su marcha hacia delante. Necesita una enseñanza de la que se deduzca un móvil de perfeccionamiento, una sanción moral y una certidumbre para el porvenir.

Esta concepción y esta enseñanza ya existen ya se vulgarizan todos los días. En medio de disputas y divagaciones de las escuelas, una voz se ha dejado oír: la de los Muertos. Desde el otro lado de la tumba, se han revelado más vivos que nunca; con sus instrucciones, ha caído el velo que ocultaba la vida futura. La enseñanza que nos han dado reconcilia todos los sistemas encontrados, y de las cenizas del pasado lacen brotar una llama nueva. En la filosofía de los Espíritus encontramos la doctrina oculta que abarca todas las edades. Esta doctrina las hace revivir; reúne los restos esparcidos y los adhiere unos a los otros con un poderoso cemento para reconstituir un monumento capaz de amparar a todos los pueblos y a todas las civilizaciones.

Esta doctrina puede transformar a pueblos y sociedades, llevando la claridad a todas partes donde existe la noche, haciendo que se funda con su calor todo el hielo y egoísmo de las almas, revelando a todos los hombres las leyes que les unen con los vínculos de una estrecha solidaridad. Gracias a ella, aprenderemos a obrar con una misma inteligencia y con un mismo corazón. Más conscientes de nuestra fuerza, avanzaremos con un paso más firme hacia nuestros destinos.

Que la paz y la luz, nos permita meditar en esta propuesta sublime que un día León Denis nos ofreció en su libro “Después de la Muerte” de cual he extraído el contenido de este trabajo para ayuda y esclarecimiento de los tiempos actuales.

Trabajo realizado el tres de septiembre de 2008, por Merchita miembro fundador del Centro Espirita Amor Fraterno de Alcázar de San Juan. (Ciudad Real)

Día del tejido 3 Agarradera estrella a crochet


Día del tejido 3




Agarradera estrella a crochet

 
 
Disfruten tejiendo
 
http://blog.acrochet.com/patrones-gratis/posaollas-estrellado.html
 

La Ley de Trabajo


                                       La Ley de Trabajo


El trabajo es una ley de la naturaleza al que nadie se puede esquivar, sin perjudicarse, pues es por medio del trabajo que el hombre desarrolla su inteligencia y perfecciona sus facultades. El trabajo honesto le fortalece el sentimiento de dignidad personal, se hace respetar por la comunidad en la que vive, y, cuando es bien realizado, contribuye para darle la sensación de seguridad, tres cosas fundamentales que todos buscamos. Para que el hombre tenga éxito en el trabajo, y como tal debe entenderse no necesariamente el ganar mucho dinero, sino una constante satisfacción íntima, se hace menester que cada cual se dedique a un tipo de actividad de acuerdo con sus aptitudes y preferencias, sin dejarse influenciar por la victoria de otro en esta o en aquella carrera, porque cada arte, oficio o profesión exige determinadas cualidades que no todos poseen.

Quien no consiga una ocupación correspondiente con lo que desearía, debe, para no ser infeliz, adaptarse al trabajo que le haya sido dado, esforzándose por hacerlo cada vez mejor, aunque sea extremadamente fácil. Eso le ayudará a que llegue a gustarle. Cuando se trate de algo automatizado que no permita ningún cambio, como ocurre en muchas fábricas modernas, el remedio es compenetrarse de que su función en la empresa también es importante, asumiendo la actitud de aquel modesto operario cuyo servicio era partir piedras, que, siendo interrogado sobre lo que hacía, respondió con entusiasmo: “Estoy ayudando a construir una catedral”. Importa, igualmente, que se adquiera la convicción de que aunque apenas algunos pocos puedan ser profesores, médicos, ingenieros, abogados o administrativos, todos, indistintamente, siempre que desarrollen un trabajo servicial, están dando lo mejor de sí, concurriendo, así, para el progreso y el bienestar social, como les corresponde. Por otro lado, por el hecho de ser una ley natural, el trabajo debe ser asegurado a todos los hombres útiles que lo soliciten, para que, en contrapartida, les sea exigido que provean a las necesidades propias y de la familia, sin necesitar pedir ni aceptar limosnas.

El desempleo, y en consecuencia el hambre, la desnudez, la escasez de ropa, la enfermedad, la prostitución, el crimen, etc., constituyen pruebas de que la sociedad se halla mal organizada, careciendo de reformas radicales que mejor atiendan a la Justicia Social. Como acertadamente dijo Constantino C. Vigil, “constituye una dolorosa anomalía dejarse el ser humano en situación de no poder defenderse de la miseria, hasta delinquir o morir. El desempleado tiene derecho a la vida. Por consiguiente, el Estado sólo puede castigarlo por el robo si le proporciona medios para asegurar la subsistencia a través del trabajo.”

Sujetar, por tanto, a hermanos nuestros a la condición de parias, mientras incontables hectáreas de tierra permanecen inexploradas, en las manos del Estado o de unos pocos ambiciosos que las fueron acumulando, como si fuesen títulos negociables, es un crimen de lesa humanidad. Los gobiernos deben hacer que las tierras desalquiladas o mal aprovechadas sean debidamente cultivadas. Una distribución pura y simple de pequeños lotes de hombres desprovistos de conocimientos y de recursos económicos para su trato no será, entretanto, suficiente para la orientación de ese objetivo.

Es indispensable prestarles, también, asistencia técnica y ayuda financiera, de modo que, uniéndose, capital y trabajo bien orientados, hagan viable la fecundación del suelo y la erradicación de la indigencia que asola tan grandes áreas del mundo. Los que suponen que el trabajo es sólo para “ganar el pan”, sin otra finalidad que no sea la de permitir los medios necesarios para la existencia, trabajan equivocados. Si lo fuese, entonces, todos aquellos que poseyesen tales medios, en abundancia, podrían creerse sin la obligación de trabajar. En verdad, no obstante, la ley de trabajo no excluye a nadie de la obligación de ser útil. Al contrario, cuando Dios nos favorece, de manera que podamos alimentarnos sin verter el sudor de la propia frente, evidentemente no es para que nos entreguemos al placer, sino para que pongamos en movimiento, en la práctica del Bien, los “talentos” que nos haya confiado. Eso constituye una forma de trabajo que engrandece y ennoblece nuestra alma volviéndola rica de aquellos tesoros que “la herrumbre y la polilla no corroen, ni los ladrones pueden robar.” (Cap. III, preg. 674 y siguientes)

LAS

LEYES

MORALES

Según la Filosofía Espirita

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