Existencia de
Dios. (6)
6. —Algunos
oponen á esto el razonamiento siguiente: Las obras dichas de la naturaleza son
el producto de fuerzas materiales que obran mecánicamente á consecuencia de las
leyes de atraccion y repulsion: las moléculas de los cuerpos inertes se agregan
y se desunen bajo el imperio de estas leyes. Las plantas germinan, brotan,
crecen y se multiplican siempre del mismo modo, cada una segun su especie, en
virtud de esas mismas leyes: cada individuo es semejante al de que procede: el
incremento, la florescencia, la fructifícacion, la coloracion están
subordinadas á causas materiales, tales como el calor, la electricidad, la luz,
la humedad, etc.; y lo mismo sucede respecto de los animales; los astros se
forman por la atraccion molecular, y se mueven perfectamente en sus órbitas por
efecto de la gravitacion. Esta regularidad mecánica en el empleo de las fuerzas
naturales no acusa una inteligencia libre. El hombre remueve su brazo cuando
quiere; pero quien lo moviera en el mismo sentido desde su nacimiento hasta su
muerte, seria un autómata, y las fuerzas orgánicas de la naturaleza,
consideradas en su conjunto, son en cierto modo automáticas.
Todo esto es verdad; pero esas fuerzas son efectos que
deben tener una causa, y nadie ha supuesto que ellas sean la divinidad. Son
materiales y mecánicas; no son inteligentes por sí mismas; mas están puestas en
accion, distribuidas y apropiadas para las necesidades de cada cosa por una
inteligencia que no es la de los hombres. La útil apropiacion de estas fuerzas
es un efecto inteligente ó concertado que revela la intervencion de una causa
inteligente. Un péndulo se mueve con una regularidad autonomática y de esta
regularidad depende principalmente su mérito. La fuerza que le hace funcionar
es puramente material y de ningun modo inteligente.
¿Pero qué seria este péndulo, si una inteligencia no
hubiese combinado, calculado y distribuido el empleo de esa fuerza para hacerla
marchar con precision? De que esa inteligencia no existe en el mecanismo del
péndulo, de que no se la vea, no se puede deducir racionalmente que no exista.
Se juzga de ella por sus efectos.
La existencia del reloj atestigua la existencia del
relojero: la ingeniosidad del mecanismo atestigua la inteligencia y el saber
del mismo. Cuando se ve uno de esos péndulos complicados que marcan la hora en
las principales ciudades del mundo, el movimiento de los astros, que toca
varías piezas, que, por decirlo de una vez, parece que hablan, para darnos en
un momento dado las reseñas que necesitamos, ¿ha ocurrido á nadie decir, hé
aquí un reloj muy inteligente?
Lo mismo puede decirse del mecanismo del universo. Dios
no se deja ver en él, mas se manifiesta por sus obras.
Extraído del libro “EL GÉNESIS
LOS
MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO”
Allan Kardec
Allan Kardec
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