Pruebas voluntarias. - El verdadero silicio
26. Preguntáis si os es permitido aligerar vuestras
propias pruebas; esta pregunta
tiene relación con esta otra: Al que se ahoga, ¿le es
permitido el que procure salvarse?
Al que se clave una espina, ¿sacársela? Al que está
enfermo, ¿llamar al médico? Las
pruebas tienen por objeto ejercitar la inteligencia,
del mismo modo que la paciencia y la
resignación; un hombre puede nacer en una posición
penosa y embarazosa, precisamente
para obligarle a buscar los medios de vencer las
dificultades. El mérito consiste en
soportar sin murmurar las consecuencias de los males
que no se pueden evitar, en
perseverar en la lucha, en no desesperarse si no se
sale bien del negocio; pero no en el
abandono, que sería más bien pereza que virtud.
Naturalmente esta pregunta conduce a esta otra. Puesto
que Jesús dijo:
"Bienaventurados los afligidos", ¿hay mérito
en proporcionarse aflicciones agravando
sus pruebas con sufrimientos voluntarios? A esto
contestaré muy claro. Si hay un gran
mérito cuando los sufrimientos y las privaciones
tienen por objeto el bien del prójimo,
porque es la caridad por el sacrificio; no, cuando no
tienen otro objeto que uno mismo,
porque eso es un egoísmo fanático. Aquí debe hacerse
una gran distinción; en cuanto a
vosotros, personalmente, contentáos con las pruebas
que Dios os envía, y no aumentéis
la carga, ya de por sí muy pesada a veces: aceptadlas
sin murmurar y con fe; es todo lo
que El os pide. No debilitéis vuestro cuerpo con
privaciones inútiles y maceraciones sin
objeto porque tenéis
necesidad de todas vuestras fuerzas para cumplir
vuestra misión de trabajo en la tierra.
Torturar y martirizar voluntariamente vuestro cuerpo,
es contravenir a la ley de Dios,
que os da los medios de sostenerle y fortificarle;
debilitarlo sin necesidad, es un
verdadero suicidio. Usad, pero no abuséis, tal es la
ley; el abuso de las mejores cosas,
lleva consigo mismo el castigo en sus consecuencias
inevitables.
Otra cosa es con respecto a los sufrimientos que uno
se impone para el alivio del
prójimo. Si sufrís frío y hambre para calentar y
alimentar al que tiene necesidad y por lo
cual vuestro cuerpo padece, este es un sacrificio que
Dios bendice. Vosotros, los que
dejáis vuestros perfumados tocadores para ir a las
infectadas bohardillas a llevar el
consuelo; vosotros, los que ensuciáis vuestras
delicadas manos curando llagas; vosotros,
los que os priváis de lesueño para velar a la cabecera
del enfermo que es vuestro
hermano en Dios; vosotros en fin, los que gastáis
vuestra salud en la práctica de las
buenas obras, ya tenéis vuestro silicio, verdadero
silicio de bendición, porque los goces
del mundo no han secado vuestro corazón, no os habéis
dormido en el seno de las
voluptuosidades enervadoras de la fortuna, sino que os
habéis hecho los ángeles
consoladores de los pobres desheredados.
Mas vosotros, los que os retiráis del mundo para
evitar sus seducciones y vivir
en el aislamiento ¿para qué servís en la tierra? ¿En
dónde está vuestro valor en las
pruebás, puesto que huís de la lucha y evitáis el
combate? Si queréis un silicio, aplicadlo
a vuestra alma y no a vuestro cuerpo; mortificad
vuestro espíritu y no vuestra carne;
azotad vuestro orgullo, recibid las humillaciones sin
quejaros, martirizad vuestro amor
propio; sed fuertes contra el dolor de la injuria y de
la calumnia, más punzante que el
dolor corporal. Ese es el verdadero silicio cuyas
heridas os serán tomadas en cuenta,
porque atestiguarán vuestro valor y vuestra
sumisión a la voluntad de Dios. (Un Angel Guardián. París, 1863).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
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