PARA NUESTROS ENEMIGOS Y
PARA LOS QUE NOS QUIEREN MAL
46. PREFACIO. Jesús dijo: Amad incluso a
vuestros enemigos. Esta máxima es lo sublime de la
caridad cristiana; pero Jesús no quiere
decir con esto
que debamos tener con nuestros enemigos la
misma
ternura que tenemos con nuestros amigos;
nos quiso
decir con estas palabras, que olvidemos
sus ofensas,
que les perdonemos el mal que nos hacen,
devolviéndoles bien por mal. Además del
mérito que
resulta de ello a los ojos de Dios,
muestra a los ojos de
los hombres la verdadera superioridad.
(Cap. XII,
números 3 y 4).
47. ORACIÓN. ¡Oh Dios!, yo perdono a N... el
mal que me hizo y el que me quiso hacer,
como deseo
que me perdonéis y que él también me
perdone las
injusticias que yo pueda haber cometido.
Si lo
colocasteis en mi camino como una prueba,
que se
cumpla vuestra voluntad.
Desviad de mí, ¡Oh Dios!, la idea de
maldecirle
y todo deseo malévolo contra él. Haced que
yo no
experimente ninguna alegría por las
desgracias que
pueda tener, ni pena por los bienes que
puedan
concedérsele, con el fin de no manchar mi
alma con
pensamientos indignos de un cristiano.
Señor, que vuestra voluntad al extenderse
sobre
él, pueda conducirlo a los mejores sentimientos
con
respecto a mí.
Buenos Espíritus, inspiradme el olvido del
mal
y el recuerdo del bien. Que ni el odio, ni
el rencor, ni el
deseo de volverle mal por mal, entren en
mi corazón,
porque el odio y la venganza sólo
pertenecen a los
Espíritus malos, encarnados y
desencarnados. Por el
contrario, que esté pronto a tenderle
fraternalmente la
mano, a volverle bien por mal y a
socorrerle si me es
posible.
Deseo, para probar la sinceridad de mis
palabras, que se me ofrezca la ocasión de
serle útil;
pero sobre todo, ¡Oh Dios!, preservadme de
hacerlo
por orgullo u ostentación confundiéndole
con una
generosidad humillante, lo que me haría
perder el fruto
de mi acción, porque entonces merecería
que se me
aplicasen aquellas palabras de Cristo: Ya
recibisteis
vuestra recompensa.
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