Pruebas voluntarias. - El verdadero silicio 2
27. "¿Debe ponerse término a las pruebas del
prójimo cuando se puede, o por
respeto a la ley de Dios, se les ha de dejar seguir su
curso?"
Os hemos dicho y repetido muchas veces que estáis en
esa tierra de expiación
para acabar vuestras pruebas, y que todo lo que os
sucede es consecuencia de vuestras
existencias anteriores y el interés de la deuda que
debéis pagar. Pero este pensamiento
provoca en ciertas personas reflexiones que es
necesario cortar, porque podrían tener
funestas consecuencias.
Algunas piensan que desde el momento en que se está en
la tierra para expiar, es
menester que las pruebas sigan su curso. Los hay
también que llegan a creer que no
solamente no debe hacerse nada para atenuarlas, sino
que, por el contrario, es menester
contribuir a hacerlas más provechosas
recrudeciéndolas; esto es un gran error. Sí,
vuestras pruebas deben seguir el curso que Dios les ha
trazado; ¿pero conocéis acaso
ese curso? ¿Sabéis hasta qué punto debén llegar; y si
vuestro Padre misericordioso ha
dicho al sufrimiento de tal o cual de vuestros
hermanos "De aquí no pasarás?" ¿Sabéis si
su Providencia os ha elegido, no como un instrumento
de suplicio para agravar los
sufrimientos del culpable, sino como el bálsamo de
consuelo que debe cicatrizar las
llagas que su justicia había abierto? No digáis, pues,
cuando veáis herido uno de
vuestros hermanos: es la justicia de Dios, y es
preciso que siga su curso; sino decid lo
contrario: veamos qué medios nuestro Padre
misericordioso ha puesto a mi alcance para
aliviar los sufrimientos de mi hermano: veamos si mis
consuelos morales, mi apoyo
material y mis consejos podrán ayudarle a sobrellevar
esta prueba con más fuerzas,
paciencia y resignación; veamos si quizá Dios ha
puesto en mis manos los medios de
hacer cesar ese sufrimiento, o si me ha sido también a
mí como a
prueba, y tal vez como expiación, cortar el mal y
reemplazarlo por la tranquilidad.
Ayudáos, pues, siempre, en vuestras pruebas
respectivas, y no os miréis jamás
como instrumentos de tormento; este pensamiento debe
desagradar a todo hombre de
corazón, mayormente a todo espiritista; porque el
espiritista debe comprender mejor que
los otros la extensión infinita de la bondad de Dios.
El espiritista debe pensar que su
vida entera ha de ser un acto de amor y de abnegación,
y que cualquier cosa que haga
para contrarrestar las decisiones del Señor, su
justicia seguirá su curso. Puede, pues, sin
miedo hacer todos los esfuerzos para endulzar la
amargura de la expiación; pero sólo
Dios es el que puede detenerla o prolongarla, según lo
juzgue más conveniente.
¿No habría un orgullo muy grande en el hombre en
creerse con derecho a
exasperar la herida? ¿En aumentar la dosis de veneno
en el pecho del que sufre, so
pretexto de que tal es su expiación? ¡Oh! Contempláos
siempre como un instrumento
elegido para hacerla cesar. Resumamos: Todos vosotros
estáis en la tierra para expiar,
pero todos sin excepción debéis hacer todos vuestros
esfuerzos para endulzar la
expiación de vuestros hermanos, según la ley de amor y
de caridad. (Bernardino,
espíritu protector. Bordeaux, 1863).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
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