Pérdida de las personas queridas. - Muertes prematuras
21. Cuando la muerte viene a segar en vuestras
familias llevándose sin
contemplación a los jóvenes antes que a los viejos,
decís muchas veces: "Dios no es
justo, puesto que sacrifica al fuerte y lleno de
esperanza, para conservar a los que han
vivido muchos años llenos de desengaños; puesto que se
lleva a los que son útiles y deja
a los que no sirven para nada;
puesto que destroza el corazón de una madre,
privándole de la inocente criatura que
constituye toda su alegría".
Humanos, en este caso es cuando debéis elevaros por
encima de las pequeñeces
de la vida terrestre para comprender que el bien está
muchas veces en donde vosotros
creéis ver la ciega fatalidad del destino. ¿Por qué
medís la justicia divina por el valor de
la vuestra? ¿Podéis pensar que el Señor de los mundos
quiera por un simple capricho,
imponeros penas crueles? Nada se hace sin un fin
inteligible, y cualquier cosa que
suceda, todas tienen su razón de ser. Si escudriñaseis
mejor todos los dolores que os
atormentan, encontraríais siempre la razón divina,
razón regeneradora, y vuestros
miserables intereses serían una consideración
secundaria que dejaríais para el último
proyecto.
Creedme; la muerte a los veinte años es preferible a
esos desarreglos
vergonzosos que desolan familias honradas, rompen el
corazón de una madre, y, antes
de tiempo, hacen encanecer a los padres. La muerte
prematura es muchas veces un gran
beneficio que Dios concede al que se va, y que de este
modo queda preservado de las
miserias de la vida, o de las seducciones que pudiera
haberle arrastrado a sú pérdida; el
que muere en la flor de la edad, no es víctima de la
fatalidad, sino que Dios juzga que le
es útil el que no esté más tiempo en la tierra.
Es una terrible desgracia, decís vosotros, que una
vida tan llena de esperanza,
haya sido interrumpida. ¿De qué esperanza queréis
hablar? ¿De las de la tierra, la que de
él que se va hubiera podido brillar, hacer su carrera
y su fortuna? ¡Siempre esas miras
mezquinas que no pueden elevaros sobre la materia!
¿Sabéis vosotros cuál hubiera sido
la suerte de esa vida tan llena de esperanza, según
vosotros? ¿Quién os ha dicho que no
hubiera sido llena de amargura? Entonces, para nada
contáis las esperanzas de la vida
futura, cuando preferís las de la vida efímera que
arrastráis en la tierra? ¿Pensáis, según esto, que vale más tener un rango
entre los hombres, que entre los
espíritus bienaventurados?
Regocijáos, en vez de quejaros, cuando Dios quiere
llevarse a uno de sus hijos
de ese valle de miserias. ¿Acaso no es egoísmo el
desear que se quede sufriendo con
vosotros? ¡Ah! este dolor se concibe en el que no
tiene fe y que ve en la muerte una
separación eterna. Pero vosotros, espiritistas,
vosotros sabéis que el alma vive mejor
desembarazada de su envoltura corporal; madres,
vosotras sabéis que vuestros hijos
muy queridos, están cerca de vosotras, sí, están muy
cerca, sus cuerpos fluídicos os
rodean, sus pensamientos os protegen, vuestro recuerdo
los embriaga de alegría, pero
también vuestros dolores infundados les afligen,
porque denotan falta de fe y son contra
la voluntad de Dios.
Vosotros que comprendéis la vida espiritual, escuchad
los latidos de vuestro
corazón llamando a esos seres queridos y estimados, y
si rogáis a Dios para bendecirles,
sentiréis en vosotros esos consuelos poderosos que
secan las lágrimas, y esas
aspiraciones prestigiosas que os enseñarán el porvenir
prometido por el Soberano Señor.
(Sansón,
antiguo miembro de la Sociedad Espiritista de Paris. 1863).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
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