La desgracia real


La desgracia real

 

24. Todos hablan de la desgracia, todo el mundo la ha experimentado y cree

conocer su carácter múltiple. Yo vengo a deciros que casi todos se engañaban, y la

desgracia real de ninguna manera es lo que los hombres, es decir, los desgraciados,

suponen. Ellos la ven en la miseria, en el hogar sin fuego, en el acreedor que apremia, en

la cuna sin el ángel que sonreía en ella, en las lágrimas, en el féretro que se sigue con la

frente descubierta y el corazón destrozado, en la angustia de la traición, en el orgullo del

menesteroso que quisiera revestirse con la púrpura y que apenas oculta su desnudez bajo

los harapos de la vanidad; todo esto, y aun muchas otras cosas, se llama desgracia en el

lenguaje humano. Si, ésa es la desgracia para los que no ven más que el presente; pero la

verdadera desgracia consiste antes en las consecuencias de una cosa, que en la cosa

misma.

Decidme si el acontecimiento más feliz por el momento, pero que tiene

consecuencias funestas, no es, en realidad, más desgraciado que aquél que en un principio

causa una viva contrariedad y acaba por producir un bien. Decidme si el huracán

que destroza vuestros árboles, pero que purifica el aire disipando los miasmas insalubres

que hubiesen causado la muerte, no es más bien una felicidad que una desgracia.

Para juzgar una cosa, es menester ver sus consecuencias; así es que para apreciar

lo que es realmente feliz o desgraciado para el hombre, es preciso transportarse más allá

de esta vida, porque allí es donde se hacen sentir las consecuencias; pues todo lo que

llama desgracia según su corta vista, cesa con la vida y encuentra su compensación en la

vida futura.

Voy a revelaros la desgracia bajo una nueva forma, bajo la forma bella y florida

que acogéis y deseáis con todas las fuerzas de vuestras almas engañadas. La desgracia es

la alegría, es el placer, el ruido, la vana agitación, la loca satisfacción de la vanidad, que

acallan la conciencia, que comprimen la acción del pensamiento y que aturden al hombre

sobre el porvenir; la desgracia es el opio del olvido que vosotros llamáis con todos

vuestros deseos.

¡Esperad, vosotros los que lloráis! ¡Temblad, vosotros los que reis, porque

vuestro cuerpo está satisfecho! No se engaña a Dios, no se esquiva el destino; y las

pruebas más temibles que la jauría desencadenada por el hambre, acechan vuestro

reposo engañador para sumergiros de repente en la agonía de la verdadera desgracia, de

la que sorprende el alma debilitada por la indiferencia y el egoísmo.

Que el Espiritismo os aclare, pues, y coloque en su verdadero puesto la verdad y

el error tan extrañamente desfigurados por vuestra ceguera. Entonces obraréis como los

bravos soldados, que lejos de huir del peligro, prefieren las luchas de los combates

comprometidos a la paz que no puede darles ni gloria ni ascensos. ¿Qué le importa al

soldado perder su armas en la reyerta, sus bagajes y sus vestidos, con tal que salga

vencedor y con gloria? ¿Qué le importa al que tiene fe en el porvenir, dejar sobre el

campo de batalla de la vida su fortuna y su envoltura carnal, con tal que su alma entre

radiante en el reino celeste? (Delfina de Girardin. París, 1861).

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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