El mal y el remedio


El mal y el remedio

19. Vuestra tierra, ¿es acaso un lugar de alegría o un paraíso de delicias? ¿No

resuena aún en vuestros oídos la voz del profeta? ¿No exclamó diciendo, que

habria lágrimas y crujimiento

de dientes, para los que nacieran en este valle de dolores? Vosotros que venís a vivir en

ella, esperad lágrimas ardientes y penas amargas, y cuanto más agudos y profundos sean

vuestros dolores, levantad los ojos al cielo y bendecid al Señor por haber querido

probaros. ¡Oh hombres! vosotros no reconoceréis el poder de vuestro maestro, sino

cuando haya curado las llagas de vuestro cuerpo y coronado vuestros días de beatitud y

de alegria! ¡No conoceréis su amor sino cuando hayá adornado vuestro cuerpo con

todas las glorias y le haya dado todo su resplandor y su blancura! Imitad, pues, al que se

os dió como ejemplo: llegado al último grado de la abyección y de la miseria, tendido en

un estercolero, dijo a Dios: "¡Señor, he conocido todos los goces de la opulencia, y me

habéis reducido a la miseria más profunda; gracias, gracias, Dios mío, por haber querido

probar a vuestro servidor!" ¿Hasta cuándo vuestras miradas se pararán en los horizontes

marcados por la muerte? ¿Cuándo querrá vuestra alma, en fin, lanzarse más allá de los

límites de una tumba? Pero si hubiéseis de llorar y sufrir toda una vida, ¿qué es eso al

lado de la eternidad de la gloria reservada al que haya sufrido la prueba con fe, amor y

resignación? Buscad, pues, consuelos a vuestros males en el porvenir que Dios os

depare y la causa de ellos en vuestro pasado; y vosotros los que más sufrís, consideráos

como los felices de la tierra.

En el estado de desencarnados, cuando estábais en el espacio, elegísteis vuestra

prueba, porque os creísteis bastante fuertes para soportarla; ¿por qué murmuráis ahora?

Los que habéis pedido la fortuna y la gloria, fué para sostener la lucha de la tentación y

vencerla. Los que habéis pedido luchar con el espíritu y ti cuerpo contra el mal y el

físico, fué porque sabíais que cuanto más fuerte sería la prueba, más gloriosa sería la

victoria, y que si salíais de ella triunfantes,

aun cuando vuestra carne se hubiese echado en un muladar, a su muerte dejaría escapar

un alma resplandeciente de blancura, y purificada por el bautismo de la expiación y del

sufrimiento.

¿Qué remedios podremos dar a los que son acosados por crueles obsesiones y

males graves? Sólo uno hay infalible: la fe, levantar los ojos al cielo. Sí en el acceso de

vuestros más crueles sufrimientos, vuestra voz canta al Señor, el ángel a vuestra

cabecera os enseñará con su mano la señal de salvación y el lugar que debéis ocupar un

día. . . La fe es el remedio cierto del sufrimiento; ella enseña siempre los horizontes del

infinito, ante los cuales se borran esos pocos días del presente. No preguntéis, pues, qué

remedio es menester emplear para curar tal úlcera o tal llaga, tal tentación o tal prueba;

acordáos que el que cree, es fuerte como el remedio de la fe, y el que duda un segundo

de su eficacia, es castigado al mismo tiempo, porque en el mismo instante siente las

punzantes agonías de la aflicción.

El Señor ha marcado con su sello a todos los que creen en El. Cristo os dijo que

con la fe se trasportan las montañas, y por mi parte os digo que al que sufre y tenga la fe

por sostén, se le colocará bajo su égida y no sufrirá más; los momentos de más fuertes

dolores serán para él las primeras notas de alegría en la eternidad. Su alma se

desprenderá de tal modo del cuerpo, que mientras éste se retorcerá entre convulsiones,

aquélla se cernirá en las celestes regiones cantando con los ángeles himnos de

reconocimiento y de gloria al Señor.

¡Felices los que sufren y los que lloran! que sus almas estén alegres, porque

serán premiados por Dios. (San Agustín. París, 1863).

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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