“Todo me es permitido, mas no todo edifica.”


“Todo me es permitido, mas no todo edifica.”

Los espíritas ya conocen, (algunos por experiencia personal, otros a través de la lectura), respecto a la precariedad de las alegrías y distracciones del mundo.

Ya perciben el contraste entre ellas y los júbilos espirituales, la transitoriedad de aquellas y la perennidad de estos. Pueden, por lo tanto, usar el discernimiento en la elección de lo que les conviene, (porque tienen sentido de eternidad), en detrimento de lo que apenas es lícito, que es siempre de naturaleza efímera.

Las visitas sociales, de las cuales el corazón no participa, por lo general vacías de contenido y finalidad edificante, son innocuas. No se les percibe, generalmente, un objetivo serio. Lo que hacen, por lo general, es favorecer a la malicia, el comentario cruel y la observación mal intencionado.

No son convenientes, pues, para quienes tienen motivos serios con los cuales deben y desean ocupar su tiempo, sus horas y minutos. En las diversiones, atendemos comúnmente, a nuestro propio interés, lo que no deja de ser en el fondo, una forma de egoísmo, disfrazada sutil e imperceptiblemente.

En la visita al necesitado, atendemos al interés de otro, lo que es indudablemente, una actitud de altruismo. En las primeras hay una satisfacción personal. En la segunda, realizamos un acto fraterno, caritativo, evangélico, cuyo precio, muchas veces, es el sacrificio de una hora de reposo. Pablo, dando curso a su pensamiento, en el Capítulo 10:24, recomienda: “Ninguno busque su propio bien, sino el del otro.”

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Otro ejemplo también demostrativo. Leer es bueno y agradable, es cosa lícita y permitida. Más solo conviene leer lo que nos pueda mejorar. Lo que nos pueda instruir para lo Bello, lo Eterno, lo Divino. El mal libro es hermano del espectáculo pernicioso. No toda lectura, por lo tanto, conviene, aunque toda lectura sea lícita, a pesar de que no se pretenda imponer al hombre, que lea este o aquel libro que no se ajuste a su preferencia.

Esta interpretación del pensamiento de Pablo, no encontrará receptividad en criaturas que aún no comenzaron a sentir incomodidad ante la lectura de ciertos libros, en donde la insensatez y la liviandad, la presunción y el descreimiento se ajustan perfectamente. El hombre que se está comenzando a esclarecer no pierde su tiempo, – precioso talento que la Divinidad le concede – en la lectura de libros simplemente lícitos, mas lo emplea convenientemente en la lectura de libros esencialmente edificantes.

Toda lectura, por lo tanto, es lícita, mas no toda lectura conviene. Toda lectura está permitida, pero no toda lectura edifica. Es profunda la recomendación del ex – doctor del Sinedrio, ex – tejedor de Tarso y, después, valeroso, incomparable diseminador de las Verdades Cristianas. Cuantas veces escuchamos de compañeros palabras como estas: “No fui a las tareas espirituales porque, en el camino, me encontré con un amigo y nos quedamos a conversar.”

La conversación con un amigo, en una esquina cualquiera, es cosa lícita, pero preferirla antes que a la sublime alegría de los deberes espirituales no conviene, porque no edifica. Por el contrario, nos sirve para mantenernos por mucho tiempo aún, tal vez siglos, sustituyendo lo eterno por lo temporal. Lo divino, por lo humano. Lo trascendente, por lo rutinario. Lo que redime, por lo que condena. Lo espiritual, por lo material. Los placeres del Cielo, por las alegrías de la Tierra. Desde hace miles de milenios, nuestra alma viajera del infinito, se complace en la futilidad.

En la lectura vulgar, cuando no deprimente. En la visita convencional. En la distracción rutinaria. En los espectáculos sin provecho. Se niega a sí misma, de este modo, la bellísima oportunidad de un esfuerzo mayor, en el sentido de emerger de la animalidad para la humanidad, de renovar hábitos y costumbres, actitudes y sentimientos. Sin dudas, es hora de cambiar…

 

Martins Peralva
Extraído del libro “Estudiando el evangelio a la luz del espiritismo”

2 comentarios:

  1. 1 Corintios 10:23 Todo es lícito, pero no todo es de provecho. Todo es lícito, pero no todo edifica.

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  2. No son convenientes, pues, para quienes tienen motivos serios con los cuales deben y desean ocupar su tiempo, sus horas y minutos. En las diversiones, atendemos comúnmente, a nuestro propio interés, lo que no deja de ser en el fondo, una forma de egoísmo, disfrazada sutil e imperceptiblemente.

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