Destino de
la tierra. Causas de las miserias humanas
6. Nos maravillamos de encontrar en la tierra tanta maldad y malas pasiones, tantas miserias y enfermedades de toda clase, y de esto sacamos en consecuencia que la especie humana es una triste casa. Este juicio proviene del punto de vista limitado en que nos colocamos y que da una falsa idea del conjunto. Es menester considerar que en la tierra no se ve toda la humanidad, sino una pequeña fracción de ella. En efecto, la especie humana comprende todos los seres dotados de razón que pueblan los innumerables mundos del universo; así, pues, ¿qué es la población de la tierra con respecto a la población total de estos mundos? Mucho menos que una aldea al lado de un gran imperio. La situación material y moral de la humanidad terrestre nada tiene de extraordinario si nos hacemos cargo del destino de la tierra y de la naturaleza de los que la habitan.
7. Nos formaríamos una idea muy falsa de los habitantes de una gran ciudad si los juzgásemos por la población de los barrios más ínfimos y sórdidos. En un hospital, sólo se ven enfermos y lisiados; en un presidio sólo se ven todos los vicios, todas las torpezas reunidas; en las comarcas insalubles la mayor parte de los habitantes están pálidos, enfermizos y achacosos.
Pues bien, figurémonos que la tierra es un arrabal, una penitenciaría, un país malsano, porque es a la vez todo esto, y se comprenderá por qué las aflicciones sobrepujan a los goces; por qué no se llevan al hospital a los que tienen buena salud, ni a las casas de corrección a aquellos que no han hecho daño; pues ni los hospitales ni las casas de corrección son lugares de delicias.
Pues así como en una ciudad, toda su población no está en los hospitales o en las cárceles, tampoco toda la humanidad está en la tierra; de la misma manera que uno sale de un hospital cuando está curado y de la cárcel cuando ha sufrido su condena, el hombre deja la tierra por mundos más felices, cuando está curado de sus dolencias morales.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Destino de la Tierra. - Causas
de las miserias terrestres
Por Marina Silva
En el ítem 6 se
afirma que en la Tierra están encarnados una pequeña cantidad de los Espíritus
vinculados a ella, así que no podemos deducir que todos los Espíritus terrenos
estén en el mismo nivel evolutivo.
La oradora Mirian Stela Dantas Patitucci nos
ofrece interesante material sobre el tema en una de sus conferencias, “La
Matemática de la Reencarnación”.
Según Mirian, la Tierra cuenta con 30 mil
millones de Espíritus a ella vinculados, de los cuales 6,5 mil millones están
encarnados y 23,5 están desencarnados.
Agrega que 4 mil millones de los encarnados se
encuentran en dolorosos procesos de reeducación; 2 mil millones buscan la
recuperación y 500 millones son misioneros en la tarea de ayudar en el progreso
colectivo. Entre los desencarnados están 12 mil millones en luchas y
sufrimientos, algunos incluso sin condiciones de reencarnar en el orbe terreno;
6 mil millones de Espíritus medianos en tareas regenerativas; 5,5 mil millones
de Espíritus elevados, la mayoría ya liberados de la reencarnación.
No vamos a profundizar en la posible exactitud
de los números presentados por la investigadora y oradora, más bien queremos
presentar un panorama que nos permita hacer una comparación entre el resultados
de sus estudios, las palabras del fragmento del Evangelio en análisis y las
observaciones de nuestro entorno.
Según el Evangelio, la población desencarnada es de número superior a la
encarnada y la situación de la Tierra está relacionada a la naturaleza de sus
habitantes.
Ante esas informaciones, la diversidad
espiritual que observamos entre nosotros y las experiencias mediúmnicas evidenciadas
en las Casas Espíritas, podemos notar que entre los Espíritus ligados a la
Tierra hay aquellos muy endurecidos en el mal (encarnados actúan con maldad,
desencarnados estimulan al mal); otros que sufren correcciones de errores
pasados (encarnados pasan por expiaciones dolorosas, desencarnados se depuran
en regiones menos felices); algunos que ya poseen la consciencia despierta para
el bien, a pesar de sus imperfecciones (encarnados se esfuerzan por ser buenos,
desencarnados asisten a los que están en la retaguardia); otros tantos que ya
no son malos, pero que aun no son buenos (encarnados o desencarnados que no
aprovechan las oportunidades de hacer el bien); y además, están las almas que
ya lograron ascender a niveles espirituales más elevados, pueden estar
encarnados en misiones o nos sirven de guías y mentores en las tareas edificantes.
Y podemos deducir que la mayoría de nosotros aun estamos en niveles muy
inferiores en la escala evolutiva, lo que clasifica la Tierra como un planeta
de prueba y expiaciones, donde la maldad y el sufrimiento aun predominan.
En realidad la Tierra es una escuela donde venimos a aprender nuevas
enseñanzas y a repetir las experiencias no aprehendidas o no asimiladas.
Algunos nos esforzamos más por comprender y concluir el aprendizaje más
rápidamente. Otros estamos más preocupados por vivencial las situaciones
transitorias sin captarle el verdadero significado trascendental. Es que aun no
podemos observarnos como Espíritus eternos y nos olvidamos que nuestra
verdadera patria es el Mundo Espiritual.
Por este motivo en la Tierra aun predominan
las miserias, la maldad y el sufrimiento. Somos quienes hacemos nuestro pasaje
por ella una experiencia difícil y quienes la convertimos en un lugar alejado
de la realidad feliz con la cual soñamos.
Es cierto que no podemos ignorar los
compromisos asumidos por nuestras equívocos pasados, pero podemos trabajar por
una futura encarnación más tranquila. En la pregunta 920 de “El Libro de los
Espíritus”, Kardec pregunta si en la Tierra el hombre puede gozar de una
felicidad completa y los Espíritus le contestan que “(…) depende de
él dulcificar sus males y ser tan feliz como es posible en la
Tierra.” Y en la respuesta siguiente le dicen que mayormente “el hombre
es causante de su propia desdicha.” (Grifos nuestros).
En respuesta a la pregunta 933, los Espíritus
dicen que “con frecuencia sólo es infeliz el hombre por la importancia que da a
las cosas del mundo” y sufre cuando no las alcanza. Eso porque nos olvidamos
que lo que tenemos son préstamos de Dios, que nos lo otorga según las
necesidades de la experiencia a ser vivenciada. Ni más, ni menos.
Emmanuel, en la respuesta a la pregunta 240 de
“El Consolador”, nos dice que “si todo Espíritu tiene consigo la noción de la
felicidad, es señal que ella existe y espera a las almas en alguna parte (…),
sin embargo, la felicidad no puede existir, mientras (…) las criaturas humanas
se encuentran intoxicadas”.
Como nos orienta Joanna de Ângelis en “Jesús y
el Evangelio a la Luz de la Psicología Profunda”, nuestra existencia “debe ser
vivenciada con placer y emoción”, pero no con el placer del vicio, del crimen o
de la vulgaridad, “sino de la conducta” moral elevada que “estimula el avance y
compensa” las adversidades, tan comunes en un mundo de pruebas y expiaciones.
La benefactora agrega que, aunque las
lecciones de perfeccionamiento se ejecuten ante el sufrimiento, es posible
cambiarlo a través del amor. Eso porque el mundo puede ser considerado por
muchos como un pozo de tentaciones, culpas, discordias, vicios, delincuencias,
incomprensiones, malicia, maldad, sin embargo, en realidad, la Tierra es la
Creación amorosa de Dios, donde aprendemos y evolucionamos hacia Él. Y un día
nuestro querido planeta también evolucionará, pues sabemos que transitamos en
la condición de mundo de pruebas y expiaciones para alcanzar la condición de un
mundo de regeneración, cuando el bien superará el mal.
Sin embargo, ese cambio no se va a producir de
un momento a otro, como un acto de magia. Para que la evolución se haga
realidad debe comenzar en el mundo interior de cada uno de
nosotros. El proceso es personal, íntimo e intransferible.
La Tierra es una escuela de reparación y de fraternidad, donde la
diversidad espiritual es inmensa. Ella nos ofrece las herramientas para
nuestra corrección y muchas veces tales herramientas pueden ser el sufrimiento
regenerador. Pero recordemos que la Tierra es nuestro domicilio temporario
porque nuestra verdadera familia es la Humanidad. (Emmanuel, Derrotero)
Un día volveremos a ella y nos cabe a nosotros
elegir en qué condiciones queremos llegar. Cómo estudioso aplicado que sabe
aprovechar la enseñanza sin quejas inútiles o cómo perezoso reiterativo que
insiste en repetir las mismas experiencias y quedar estancado mientras el mundo
sigue su paso hacia la evolución.
La Tierra es una escuela de reparación y de fraternidad, donde la diversidad espiritual es inmensa. Ella nos ofrece las herramientas para nuestra corrección y muchas veces tales herramientas pueden ser el sufrimiento regenerador. Pero recordemos que la Tierra es nuestro domicilio temporario porque nuestra verdadera familia es la Humanidad. (Emmanuel, Derrotero)
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