Dar gracias por todo


Dar gracias por todo


 

El apóstol Pablo, con su lucidez inconfundible, recomendó que debamos dar gracias a Dios por todo lo que nos sucede, tanto por las cosas buenas como por las que nos parecen desagradables

Quizás sea por ese motivo que un cierto hombre actuaba siempre de esa manera. Agradecía por todo, y tenía la seguridad que Dios siempre lo protegería.

Un día salió para hacer un viaje en avión. Durante el viaje, cuando volaban sobre el mar uno de los motores falló y el piloto tuvo que efectuar un aterrizaje forzoso en el océano.

Casi todos murieron, pero el hombre consiguió agarrarse a algo que lo conservase en la superficie del agua.

Estuvo a la deriva durante mucho tiempo hasta que llegó a una isla deshabitada. Al llegar a la playa, cansado, pero vivo, agradeció a Dios por haberle librado de la muerte.

En aquel lugar desierto consiguió alimentarse con pescados y hierbas. Derribó algunos árboles y con mucho esfuerzo construyó una choza. No era exactamente una casa, sino un abrigo tosco, con ramas y hojas, que significaba protección.

Se quedó muy contento y una vez más agradeció a Dios, porque ahora podía dormir sin miedo de los animales salvajes que quizás existieran en la isla.

Un buen día, decidió pescar y cuando terminó, había pescado mucho. Entonces, con comida en abundancia y muy satisfecho con el resultado de la pesca, una vez más agradeció al Creador.

Sin embargo, cuando volvía hacia su humilde choza, su decepción fue enorme, al ver que su vivienda estaba incendiándose.

Se sentó en una piedra llorando y decía sollozando:

“¡Dios! ¿Cómo has podido dejar que esto sucediera conmigo? Tú sabes que yo necesito mucho de esta choza para cobijarme, y has dejado que se convierta en cenizas.

Dios ¿Tú no te compadeces de mí?”

En ese mismo instante una mano se apoyó sobre su hombro y escuchó una voz que le decía:

“¿Vamos muchacho?”

Dio media vuelta para ver quien le estaba hablando, y tuvo una sorpresa mayúscula cuando vio delante suyo un marinero uniformado que le decía:

“Vamos rápido muchacho, vinimos a buscarte”

“Pero…, ¿cómo es posible? ¿Cómo supieron que yo estaba aquí?”, dijo el hombre con sorpresa.

“Bueno amigo, dijo el marinero, vimos tus señales de humo pidiendo socorro. El capitán ordenó que el barco parase y mandó que te viniera a buscar en ese bote que está allí.”

Los dos entraron en el bote y así el hombre fue para el barco que lo llevaría sano y salvo de regreso a sus seres queridos.

Ya en seguridad, el hombre agradeció una vez más a Dios y le pidió perdón por la falta de confianza en su providencia y misericordia.

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“Ante cualquier dificultad recuerda el poder de la oración y ruega inspiración al Cielo, realizando siempre lo mejor para que lo mejor se haga en ti y a través de ti, sin que te olvides que todo apelo encuentra respuesta, según lo que merezca el que pide y la forma cómo lo pide.”

Merchita

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