JESÚS EN BETANIA I


JESÚS EN BETANIA I

Y una mujer llamada Marta

lo recibió en su casa

Uno de los más bellos sucesos narrados por el Evangelio es el que se desarrolla en

Betania, pintoresca aldea Judía, en ocasión de la visita del Maestro a la casa de Marta y

María.

Todo en ella es grandioso y conmovedor, por la simplicidad de que se reviste el divino

acontecimiento.

La localidad modesta, la casita campechana y el bello entorno que proporcionaba el

Monte de los Olivos, formando el sugestivo paisaje exterior, amoldados por un crepúsculo

de incomparable belleza.

Allá adentro, posiblemente, bajo acuciantes miradas de vecinos y curiosos, dos jóvenes

hermanas, espiritualmente distanciadas entre sí, acogen al Maestro Compasivo.

María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba embelesada, sus enseñanzas; Marta,

afanosa e inquieta, iba y venía acomodando las cosas y preparando una frugal refección para

el Huésped Celeste, que se dignara a transponerle los umbrales domésticos.

En el centro de la conversación, majestuoso y sereno, con los cabellos envolviéndole

los hombros, el Divino Amigo, distribuía los tesoros de su sabiduría, enunciando parábolas

encantadoras y alegorías de valioso significado.

Su palabra armoniosa se derramaba en el sencillo aposento, saturándolo de suave

magnetismo y sublimes vibraciones.

Preceptos de humildad, incentivos al perdón, magníficas nociones de fraternidad,

advertencias justas y oportunas, dulces consuelos e incisivas referencias a la necesidad del

trabajo constructivo, fluían abundantes, de los labios inmaculados de Nuestro Señor.

Cuando se verifica una tregua en la predicación sin atavíos de retórica, un respetuoso

silencio domina el recinto, realzando la tocante solemnidad de aquella hora memorable.


María permanecía sentada a los pies del Maestro, embriagada de amor evangélico, soñando los más

bellos sueños de que era capaz su hermoso corazón. La presencia de Jesús, en la rústica habitación de Betania

representaba, en su idealismo, un glorioso minuto y maravillosa oportunidad de elevación, que su alma

sensible no deseaba perder.

El espíritu de María vibraba en planos superiores, ansiando por algo que tuviese un

sentido de permanente belleza y radiosa eternidad. De menor importancia le parecía, en

aquel momento, que estuviese su hermana atareada, entrando y saliendo, en la preparación

del caldo reconfortante con que procuraba honrar a la persona augusta del Maestro.

Jesús continuaba hablando, hablando…

Aquellas suave y al mismo tiempo enérgica inflexión de voz, tenía el don de prender,

de magnetizar dulcemente a todos los que a Él se aproximaban, a todos los que Lo

escuchaban.

En uno de los instantes en que el Señor ensalzaba el trabajo, la generosa y simpática

figura de Marta se detiene en la sala, ahora convertida en un minúsculo plenario de Luz.

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Observado a la hermana extasiada frente a Jesús, olvidada de todo y ajena a todos, y

escuchando las últimas referencias sobre el deber bien cumplido, en la pauta de las

obligaciones comunes, lo interpela, en tono quejoso: “Señor, ¿no te da cuidado que mi

hermana me deje servir sola? Dile pues que me ayude.”

Podemos imaginar la sorpresa de todos, en el momento en que Jesús era directamente

convidado a opinar sobre un problema trivial, rutinario, inherente a las dos dedicadas

anfitrionas.

¿Qué iría a responder el Maestro?

¿Desaprobaría el procedimiento de la joven que quedara a sus pies, indiferente al

esfuerzo de la hermana?

¿Censuraría a Marta por mostrarse tan celosa de los deberes terrenos, en detrimento de

los espirituales?

¿Loaría la dedicación de la primera, que se mostraba tan profundamente interesada en

las Verdades por él anunciadas?

¿Como opinaría el Maestro?, se preguntaba cada uno a sí mismo, a los circundantes,

inclusive Marta y María…

Transcurren algunos instantes y las palabras de Jesús resuenan en el aposento, con

inmensa ternura e infinita comprensión: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas

cosas.

El Maestro no censura a Marta.

No la recrimina.

No le ironiza la ambliopía mental.

No le dice, en el tono de humorístico, que se encuentra presa a las cosas terrestres.

Bondadosamente le advierte por su inquietud ante los problemas de rutina, inquietud

que revela un estado espiritual aún inseguro, vacilante, indeciso.

Le hablo enseguida de la mejor parte, escogida por María, ofertando al espíritu de la

joven un ángulo de vida aún inexplorado por su mente más apegada a las cosas pasajeras del

mundo.

Martins Peralva
Extraído del libro “Estudiando el evangelio a la luz del espiritismo”

1 comentario:

  1. Jesús visita a Marta y a María

    38 Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.

    39 Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.

    40 Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.

    41 Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.

    42 Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.

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