La gran esperanza


La gran esperanza


 “Ninguna de las ovejas que el Padre me confió, se perderá”

Las generaciones actuales perciben que los grandes problemas de la fraternidad humana, continúan prácticamente sin resolverse, a pesar del esfuerzo y del trabajo de los hombres de buena voluntad. El hombre de hoy quiere ver para creer. Observar, para deducir. Deducir para conocer. Conocer para aceptar. Aceptar, para sentir. Y finalmente sentir, para ser feliz.

Su análisis, observación y su conocimiento caerán, inevitablemente, en la falta de casi todo cuanto el criterio científico rechazó. En el encubrimiento, por parte del propio hombre, (que permanece siglos sin cuenta encajonado en el sueño y en la fantasía), de todo cuanto la lógica y el buen sentido repelieron. En el desprecio de todo lo que no les traiga una esperanza definida, un sosiego concreto, una paz indestructible. La falta, el ocultamiento y el desprecio por esas religiones y filosofías cimentadas en formulas perecederas, que testimonian la mutación y fragilidad de los valores simplemente humanos, vendrán solamente, a impregnar en el espíritu de las generaciones modernas, la sospecha de que todo esta irremediablemente perdido.

Por consiguiente, la humanidad tiene derecho a aspirar algo en favor de su felicidad. De exigir aquello que le ha sido negado o proporcionado de manera incompleta, restringida, dudosa; esto es ¡el refugio bendito de la Paz Interior! El suave abrigo de la fe. La humanidad precisa de un nuevo rumbo, en donde puedan las criaturas de Dios participar, indisolublemente unidas, en un apretado abrazo de confianza y ternura, los caminos del perfeccionamiento.

El Espiritismo, como reviviscencia del Cristianismo, vino a decir a la humanidad que nuestro Señor Jesucristo, enfrente del Futuro, ora y trabaja. El Maestro se encuentra en el timón. Cuando más inclementes fueran las olas, cuanto más intenso fuese el desequilibrio, una clarinada sublime de trompetas convocará al Gran Ejercito de la Luz para el triunfal y definitivo combate contra las tinieblas. ¡Cristo es la Gran Esperanza!

En el auge de la confusión, los operarios del Bien, levantarán la candela que iluminará, de ahora y para siempre, las sendas humanas. El invencible estandarte cristiano, grandioso y divino, reconducirá al refugio de la consolación a las ovejitas que el Padre Celeste, confió al corazón amoroso del Sublime Nazareno, el dulce Hijo de José y María. El Maestro de la túnica sin costuras. El ángel de las humildes sandalias.

Los trabajadores de la última hora, empuñarán la antorcha de la Buena Nueva, con el fin de difundir en la Tierra, fertilizada por el sudor de amargas experiencias, la semilla del trabajo redentor. Sin deformaciones y sin formalismos, porque formalismos y deformaciones desmoronaron a las doctrinas que la vanidad humana alimentara. Amparada la Buena Nueva de la Inmortalidad en el abono de la fe y la simplicidad, para que el orgullo y la prepotencia no la sofoquen, la tupida planta, que la Palestina vio nacer, ha de convertirse en frondoso árbol en el Mañana Luminoso.

Jesucristo es la Gran Esperanza. Su promesa mantiene inquebrantable el ánimo de los que despertaran ante el sol radioso de la Verdad: ¡Ninguna de las ovejas que el Padre me confió, se perderá! Por encima, muy por sobre de la incomprensión y del exclusivismo de los hombres, reinará siempre, inmutable y soberana, sabia y ecuánime, la Justicia del Creador. Y, en el Tabor de las más sublimes aspiraciones humanas. Ondeará, impávida y luminosa, la Bandera del Cristianismo Victorioso en el Corazón de la Humanidad, la Gran Esperanza.

 

Martins Peralva

Extraído del libro “Estudiando el evangelio a la luz del espiritismo”

1 comentario:

  1. Jesucristo es la Gran Esperanza. Su promesa mantiene inquebrantable el ánimo de los que despertaran ante el sol radioso de la Verdad: ¡Ninguna de las ovejas que el Padre me confió, se perderá! Por encima, muy por sobre de la incomprensión y del exclusivismo de los hombres, reinará siempre, inmutable y soberana, sabia y ecuánime, la Justicia del Creador. Y, en el Tabor de las más sublimes aspiraciones humanas. Ondeará, impávida y luminosa, la Bandera del Cristianismo Victorioso en el Corazón de la Humanidad, la Gran Esperanza.

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