El Espiritismo y la Mujer 3


El Espiritismo y la Mujer 3


La gran sensibilidad de la mujer la constituyen en médium por excelencia, capaz de exprimir, de traducir los pensamientos, las emociones, los sufrimientos de las almas, las altas enseñanzas de los Espíritus celestes. En la aplicación de sus facultades encuentra ella profundas alegrías y una fuente viva de consolaciones. El carácter religioso del Espiritismo la atrae y le satisface las aspiraciones del corazón, las necesidades de ternura, que extiende, hacia más allá de la tumba, a los seres desaparecidos. El peligro para ella, como para el hombres, está en el orgullo de los poderes adquiridos, en la susceptibilidad exagerada.

En los celos, suscitando rivalidades entre médiums, que se tornan muchas veces motivo de separación para los grupos. De allí la necesidad de desenvolver en la mujer, al mismo tiempo que los poderes intuitivos, sus admirables cualidades morales, el olvido de sí misma, el júbilo del sacrificio, en una palabra, el sentimiento de los deberes y de las responsabilidades inherentes a su misión mediatriz. El Materialismo no ponderando sino a nuestro organismo físico, hace de la mujer un ser inferior por su flaqueza y la impele a la sensualidad. A su contacto, esa flor de poesía sucumbe al peso de las influencias degradantes, se deprime y envilece. Privada de su función mediadora, de su inmaculada aureola, tornada esclava de los sentidos, no es más que un ser instintivo, impulsivo, expuesto a las sugestiones de los apetitos mórbidos.

El respeto mutuo, las sólidas virtudes domésticas desaparecen; la discordia y el adulterio se introducen en el hogar; la familia se disuelve, la felicidad se aniquila. Una nueva generación, desilusionada y escéptica, surge del seno de una sociedad en decadencia. Con el Espiritualismo, sin embargo, yergue de nuevo la mujer la inspirada frente; viene a asociarse íntimamente a la obra de la armonía social, al movimiento general de las ideas. El cuerpo no es más que una forma tomada por empréstito; la esencia de la vida es el espíritu, y en ese punto de vista el hombre y la mujer son favorecidos por igual. Así, el Espiritualismo moderno restablece el mismo criterio de los Celtas, nuestros padres; afirma la igualdad de los sexos sobre la identidad de la naturaleza psíquica y el carácter imperecedero del ser humano, y a ambos asegura posición idéntica en las agremiaciones de estudio.

Por el Espiritismo se substrae la mujer al vértice de los sentidos y asciende a la vida superior. Su alma se ilumina de una claridad más pura; su corazón se torna el foco irradiador de tiernos sentimientos y nobilísimas pasiones. Ella reasume en el hogar la encantadora misión que le pertenece, hecha de dedicación y piedad, su importante y divino papel de madre, de hermana y educadora, su noble y dulce función persuasiva. Cesa, desde entonces, la lucha entre los dos sexos. Las dos mitades de la Humanidad se alían y equilibran en el amor, para cooperan juntas en el plano providencial, en las obras de la Divina Inteligencia.

León Denis
Extraído del libro “En lo Invisible”

1 comentario:

  1. El mecenazgo espiritista sobre Domingo Soler se manifiesta a través de donativos y pequeñas ayudas financieras y materiales -siempre voluntarias- por parte del entorno espiritista hasta su muerte, en 1909. La autora relata el apoyo que recibe en 1876 de Domènec Galcerán, de Alicante, en forma de sellos para que pueda atender la correspondencia que establece con círculos espiritistas españoles y de América latina; y del leridano Josep Amigó i Pellicer (encarcelado por dirigir la revista espiritista El Buen Sentido, profundamente anticatólica; Amigó, que poseía un almacén de libros rallados, le facilita material de escritorio: papel, sobres, tinta, carpetas, plumas y una cartera). Ella misma escribe: "Sólo inspirada por los buenos espíritus y sostenida materialmente por la generosidad de algunos espiritistas podía yo haber llevado en mi desamparo y en mi impotencia el consuelo y la esperanza..." (Domingo Soler 1990: 241).

    http://www.ugr.es/~pwlac/G20_10Gerard_Horta.html

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