PARÁBOLA DEL SIERVO VIGILANTE


PARÁBOLA DEL SIERVO VIGILANTE






“Estad preparados y tened encendidas vuestras lámparas. Sed como los criados que esperan a su amo de retorno de las bodas para abrirle tan pronto como llegue y llame. ¡Dichosos los criados a quienes el amo encuentra en vela a su llegada! Os aseguro que los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos él mismo. Si llega a medianoche o de madrugada y los encuentra así, ¡dichosos ello! Tened en cuenta que si el amo de casa supiera a qué hora iba a venir el ladrón, estaría en guardia y no dejaría que asaltaran su casa. Estad preparados también vosotros, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.”



(Lucas, XII, 35-40).





En la esfera espiritual, como en la material, la cualidad indispensable del siervo es ser vigilante. Siervo vigilante es el que trata con celo los menesteres que le son afectos, correspondiendo, como debe, al salario por el cual se ajustó, y satisfaciendo, al mismo tiempo, las órdenes que recibe de su señor. La desidia en el trabajo, no sólo rebaja la reputación del operario, sino que también lesiona los intereses de sus superiores. El buen siervo, que trabaja en las cosas referentes al Espíritu, no tiene tiempo para reclinarse en el lecho y, con la lámpara apagada, dormir el buen sueño, olvidando los trabajos que le son afectos. Él necesita, con el cinto ceñido y la lámpara encendida, vigilante, aguardar que el Señor llame a la puerta. Ninguno de los siervos sabe en qué vigilia llegará el Señor, si en la segunda, si en la tercera; y la llegada del Señor es tan segura, como la caída de las lluvias a la tierra, como el cambio del día por la noche, como el calor, como el frío, como los vientos, como la vuelta de los cometas, como el brillo de las estrellas.



En lenguaje evangélico, siervo vigilante es el que estudia, es el que investiga, y, con la lámpara encendida, es decir, con el entendimiento aclarado por la comprensión de los hechos que observó y de los estudios que hizo, ilumina a los que están próximos a él, enseñándoles el camino que va a Dios, que no puede ser otro que el de la caridad, bien comprendida, como enseña el Espiritismo.

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