Caracteres de la revelación espirita 15
31 . —Por las relaciones que el hombre puede
establecer ahora con los que han dejado la tierra, tiene no sólo la prueba de
la existencia y de la individualidad del alma, sino que comprende la
solidariedad que une á los vivos y á los muertos de este mundo, y a los de este
mundo con los de los restantes. Conoce su situacion en el mundo de los
Espíritus; los sigue en sus emigraciones; es testigo de sus goces y de sus
penas ; sabe porque son felices ó desgraciados y la suerte que á él mismo le
espera segun el bien ó el mal que haya hecho. Estas relaciones le inician en la
vida futura, que puede observar y estudiar en todas sus faces, en todas sus
peripecias. El porvenir no es ya una vaga esperanza: es un hecho positivo, una
certidumbre matemática; y así la muerte no tiene ya nada de espantoso, porque
para él es la manumision, la puerta de la verdadera vida.
32. —Por el estudio de la situacion de los
Espíritus, el hombre sabe que la felicidad y la desgracia en la vida
espiritual, son inherentes al grado de perfeccion ó imperfeccion en que se
encuentra; que cada cual sufre las consecuencias directas y naturales de sus
faltas; dicho de otro modo, que es castigado por donde ha pecado; que estas
consecuencias duran tanto como la causa que las ha producido; y que el culpable
sufriría eternamente, si eternamente persistiera en el mal; pero que el mal
cesa con el arrepentimiento y la reparacion. Y como depende de cada cual el
mejorarse, puede en virtud de su libre albedrío , prolongaré acortar sus
padecimientos, como el enfermo que lleva las molestias consiguientes á los
excesos que ha cometido, mientras no se enmienda y no pone coto á los mismos.
33.—Si la razon repugna, como incompatible con la
bondad de Dios, la idea de las penas irremisibles, perpétuas y absolutas,
impuestas á menudo por una sóla falta, las penas del infierno que no puede
dulcificar el arrepentimiento mas ferviente y sincero; se
inclina, en cambio, ante esa justicia distributiva
é imparcial que todo lo pesa, que no cierra la puerta al arrepentimiento y
tiende sin cesar la mano al náufrago en vez de rechazarle hacia el abismo.
Extraído del libro “EL GÉNESIS
LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO”
Allan Kardec
Allan Kardec
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