PARÁBOLA DEL AMIGO INOPORTUNO


PARÁBOLA DEL AMIGO INOPORTUNO






“Suponed que uno de vosotros tiene un amigo que acude a él a media noche y le dice: Amigo, préstame tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje a mi casa y no tengo qué darle; y que él le responde desde dentro: No me molestes; la puerta está cerrada, y yo y mis hijos acostados; no puedo levantarme a dártelos. Yo os aseguro que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos para que deje de molestarle se levantará y le dará todo lo que necesite. Pues bien, yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama se le abre. ¿Qué padre de entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará en lugar de un pez una serpiente? O si le pide un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?



(Lucas, XI, 5-13).





En la Tierra se ve mucha maldad, pero al lado de esta se distinguen muchas acciones nobles y generosas, principalmente entre amigos, cuyos sentimientos y aptitudes constituyen lazos de unión y de simpatía. El hombre puede no ser bueno para con un adversario, un enemigo, un desconocido. Pero, cuando se trata de un amigo, incluso de esa amistad que el mundo conoce, sin hablar de la verdadera amistad que es cosa rara en esta Tierra de engaños y apariencias, cuando se trata de un amigo o de un conocido que nos sea simpático, estamos listos para servirlo, sea de día, sea de noche, sea por ser amigo, sea para no ser importunados. De modo que, si un amigo llama a nuestra puerta a media noche para pedirnos tres panes, y si tenemos los tres panes, nos levantamos, servimos al amigo y volvemos a nuestro lecho, para que no esté el amigo llamando media hora a nuestra puerta repitiendo diez o veinte veces la petición de tres panes, perturbando el sueño y la tranquilidad de nuestra familia. Con esta alegoría Jesús quiso demostrarnos la necesidad de la oración, aunque la repitamos muchas veces y a cualquier hora.

Nos hizo ver así que, siendo Dios todo solícito para con sus criaturas, obrará con más presteza proveyéndonos de lo que es bueno en cualquier lugar en que estemos y en cualquier momento en que le dirijamos nuestra llamada. Siendo la bondad divina infinitamente superior a la bondad de cualquiera de nuestros amigos, si contamos con la respuesta favorable de estos en nuestras necesidades, claro está que, si creemos en Dios, con más fuerte razón deberemos creer en su bondad y en su misericordia. Jesús, para exaltar mejor la imaginación de sus discípulos y hacerles comprender la acción de la oración, tras haberles enseñado el modo de orar, creyó que era bueno hacer la exposición de la parábola comenzando la comparación con los amigos y concluyéndola con los panes. ¿”Cuál es el padre, – preguntó el Maestro, – capaz de dar una serpiente al hijo que le pide un pez? ¿Cuál es el padre capaz de dar un escorpión al hijo que le pide un huevo?”  Y añadió: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre celestial, que dará un buen Espíritu a los que lo pidieran.” Ya en el tiempo de Jesús, incluso entre sus discípulos, la superstición del Diablo, no extraño sofocaba la predominación que los Espíritus buenos tenían, mayormente cuando eran llamados para un acto de caridad o de ciencia. Los fariseos, como ocurre con los sacerdotes de hoy, decían que todos los hechos extraordinarios que la acción de Jesús causaba, eran oriundos de Belcebú, príncipe de los demonios, tal como se puede verificar en los versos siguientes del capítulo que estamos estudiando. Los discípulos, como dijimos, también se hallaban impregnados de esa creencia blasfema, que habían heredado de sus padres carnales.  Jesús, que vino a la Tierra para anunciar la Palabra del Dios de Amor, no podía dejar de combatir el error en el que se encontraban aquellos que más tarde tendrían que suministrar a los hombres su Doctrina de Perdón y de Caridad.
La parábola del amigo inoportuno es, pues, la excelente parábola en que el Espíritu bueno tiene su primacía. Está claro que, si nuestro padre es capaz de darnos una serpiente cuando le pedimos un pez, Dios, que es nuestro Padre Espiritual, no nos puede dar un Espíritu ignorante, atrasado, cuando le pedimos un Espíritu bueno.

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