PARÁBOLA
DEL GRANO DE MOSTAZA
“El
Reino de Dios es semejante a un grano de mostaza, que toma un hombre, lo echa
en su huerto y crece hasta llegar a ser como un árbol, en cuyas ramas anidan
las aves.”
(Mateo,
VIII, 31-32 – Marcos, IV, 30-32 – Lucas, XIII, 18-19).
Consideremos
aquí, el Reino de los Cielos como todo lo que está por encima y por debajo, a
la derecha y a la izquierda de nosotros, todo ese inmenso espacio, infinito,
inconmensurable, donde se mecen los astros y brillan las estrellas (*); todo
ese Éter que nos parece vacío, pero que en verdad, encierra multitudes de seres
y de mundos, donde se exhiben maravillas del Arte y de la Ciencia de Dios. Para
quien lo ve desde la Tierra, con los ojos del cuerpo, su conocimiento parece
insignificante, como lo es un grano de mostaza. Pero, después de estudiarlo,
así como después que se planta la simiente, nuestra inteligencia se dilata,
como se dilata la simiente cuando germina; se transforma nuestro modo de
pensar, como le suele suceder a la simiente ya modificada en hierba; y el conocimiento
del Reino de los Cielos crece en nosotros como crece la mostaza, hasta el punto
de volvernos un centro de apoyo alrededor del cual revolotean los Espíritus,
así como los hombres que sienten la necesidad de ese apoyo moral y espiritual,
de la misma forma que los pájaros, para su descanso, buscan los árboles más
exuberantes para gozar de la sombra benéfica de sus ramajes.
(*)
Ver también El Espíritu del Cristianismo.
-
El
grano de mostaza sirvió dos veces para las comparaciones de Jesús: una vez lo
comparó al Reino de los Cielos; otra, a la Fe. El grano de mostaza tiene
sustancia y un grano produce efecto revulsivo. Esa misma sustancia se
transforma en árbol; después da muchas simientes y muchos árboles y hasta sus
hojas sirven de alimento. Pero es necesaria la fertilidad de la tierra, para
que trabaje la germinación, haya transformación, crecimiento y fructificación
de lo que fue simiente; y es necesario, a su vez, el trabajo de la simiente y
de la planta en el aprovechamiento de ese elemento que le fue dado. Así ocurre
con el Reino de los Cielos en el alma humana; sin el trabajo de esa “simiente”,
que es hecho por los Espíritus del Señor; sin el concurso de la buena voluntad,
que es la mejor fertilidad que le podemos proporcionar; sin el esfuerzo de la
investigación, del estudio, no puede aumentar y engrandecerse en nosotros, no
se nos puede mostrar tal como es, así como la mostaza no se transforma en
hortaliza sin el empleo de los requisitos necesarios para esa modificación. La
Fe es la misma cosa: se parece a un grano de mostaza cuando ya es capaz de
“transportar montañas”, pero su tendencia es siempre para el crecimiento, a fin
de operar cambio para un campo más extenso, más abierto, de más dilatados
horizontes. La Fe verdadera estudia, examina, investiga, sin espíritu
preconcebido, y crece siempre en el conocimiento y en la vivencia del Evangelio
de Jesús. El Espiritismo, con sus hechos positivos, viene a dar un gran impulso
a la Fe, descubriendo para todos el Reino de los Cielos. Así como el Reinado
Celeste abarca el infinito, la Fe es todo y de ella todos necesitan para crecer
en el conocimiento de la Vida Eterna.
CAIRBAR
SCHUTEL
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