Cuidad
el cuerpo y el espíritu
11.
La perfección moral, ¿consiste en la maceración del cuerpo? Para resolver esta
cuestión me apoyo en los principios elementales, y empiezo por demostrar la necesidad
de cuidar el cuerpo, que, según las alternativas de salud y de enfermedad,
influye de una manera muy importante en
el alma, que es preciso considerar como una cautiva de la carne. Para que esta
prisionera viva, se recree y conciba aún las ilusiones de la libertad, el
cuerpo debe estar sano, dispuesto, animoso. Sigamos la comparación. Los dos
están en perfecto estado, ¿qué deben hacer para mantener el equilibrio entre
sus aptitudes y sus necesidades tan diferentes? Tenemos dos sistemas a la
vista: el de los ascetas, que quieren echar por el suelo el cuerpo y el de los
materialistas, que quieren rebajar el alma; dos violencias, que casi tan
insensata es la una como la otra. Al lado de esos grandes partidos hormiguea la
numerosa tribu de los indiferentes, que sin convicción y sin pasión, aman con
tibieza y gozan con cconomía. ¿En dónde está, pues, la prudencia? ¿En dónde
está, pues, la ciencia de vivir? En ninguna parte; y este gran problema
quedaría enteramente por resolver, si el Espiritismo no viniese en ayuda de los
que buscan, demostrándoles las relaciones que existen entre el cuerpo y el
alma, y diciendo que, puesto que son necesarios el uno a la otra, es preciso
cuidarlos a los dos. Amad, pues, vuestra alma, pero cuidad también el cuerpo,
instrumento del alma; desconocer las necesidades que están indicadas por la
misma naturaleza, es desconocer la ley de Dios. No le castiguéis por las faltas
que vuestro libre albedrío le ha hecho cometer y de las que tampoco tiene
responsabilidad, como no la tiene el caballo mal dirigido por los daños que
causa. ¿Seréis, acaso, más perfectos, si martirizando vuestro cuerpo no sois
menos egoístas, orgullosos y poco caritativos con vuestro prójimo? No, la
perfección no consiste en esto; está enteramente en las reformas que haréis
sufrir a vuestro espíritu; suavizadle, sometejlle, humilladle, mortificadle;
éste es el medio de hacerle dócil a la voluntad de Dios y el único que conduce
a la perfección. (Georges. Espíritu protector. París, 1863).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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