Parábola
del festin de las bodas
2.
El incrédulo se burla de esta parábola que le parece de una sencillez pueril,
porque no comprende que se pusiesen tantas dificultades para asistir a un
festín, y aun menos que los convidados llevasen la resistencia hasta el extremo
de matar atrozmente a los enviados del Señor de la casa. "Las parábolas,
dice, son sin duda figuras, pero es preciso que no traspasen los límites de lo
verosímil". Lo mismo puede decirse de todas las alegorías y de las fábulas
más ingeniosas, si no se las despoja de su envoltura para buscar en ellas el
sentido oculto. Jesús sacaba las suyas de los usos más vulgares de la vida, y
las adaptaba a las costumbres y al carácter del pueblo al cual hablaba; la
mayor parte tienen por objeto hacer penetrar en las masas la idea de la vida
espiritual; muchas veces el sentido sólo parece ininteligible porque no se
aparta de este punto de vista. En esta parábola, Jesús compara el reino de los
cielos en donde todo es alegría y felicidad, a un festín. Por los primeros
convidados hace alusión a los Hebreos que Dios había llainado los primeros al
conocimiento de su ley. Los enviados del maestro, son los profetas que venían a
exhortarles para que siguieran el camino de una verdadera felicidad; pero sus
palabras eran poco escuchadas, sus, advertencias eran despreciadas y aun muchos
fueron muertos alevosamente como los servidores de la parábola. Los convidados
que se excusan diciendo que tienen que cuidar sus campos y sus negocios, son el
emblema de las gentes de mundo, que absortos por las cosas terrestres, son
indiferentes para las celestes. Era una creencia entre los judíos de entonces,
que su nación debía adquirir la supremacía sobre todas las otras. En efecto,
Dios, ¿no había prometido a Abraham que su posteridad cubriría toda la tierra?
Pero siempre tomando la forma por el fondo, creían en una dominación efectiva y
material. Antes de la venida de Cristo, a excepción de los hebreos, todos los
pueblos eran idólatras y politeístas. si; algunos hombres superiores al vulgo
concibieron la idea de la unidad divina, esta idea quedó en el estado de
sistema personal pero en ninguna parte fué aceptada como verdad fundamental,
sino por los pueblos iniciados que ocultaban sus conocimientos bajo un velo
misterioso e impenetrable para las masas. Los hebreos fueron los primeros que
practicaron públicamente el monoteísmo, y a ellos transmitió Dios su ley,
primero por Moisés, y después por Jesús; de este pequeño foco salió la luz que
debía esparcirse por todo el mundo, triunfar del paganismo y dar a Abraham una
posteridad espiritual "tan numerosa como las estrellas del
firmamento". Pero los judíos, rechazando la idolatría, habían rechazado la
ley moral, para dedicarse a la práctíca más fácil de las formas exteriores. El
mal llegó a su colmo; la nación esclavizada estaba destrozada por las
fracciones y dividida por las sectas; la misma incredulidad había penetrado
hasta el santuario. Entonces apareció Jesús, enviado para llamarlos a la
observancia de la ley y abrirles los tiuevos horizontes de la vida futura;
convidados los primeros al gran banquete de la fe universal, rechazaron la
palabra del celeste Mesías, y le hicieron perecer; así perdieron el fruto que
hubieran podido recoger de su primera iniciativa. Sería injusto, sin embargo, acusar
al pueblo entero de este estado de cosas; la responsabilidad incumbe
principalmente a los fariseos y a los saduceos, que perdieron la nación por el
orgullo y fanatismo de unos y por la incredulidad de los otros. A éstos sobre
todo, compara Jesús con los convidados que rehusaron la comida de las bodas.
Después añade: "El Señor, viendo esto, hizo convidar a todos áquellos que
se encontraron en las encrucijadas de las calles, buenos y malos".
Entendía
decir con esto que la palabra iba a ser predicada a todos los otros pueblos,
paganos e idólatras, y que aceptándola éstos, serían admitidos al festín en el
puesto de los primeros convidados. Pero no basta ser convidado; no hasta llevar
el nombre de cristiano ni sentarse a la mesa para tomar parte en el celeste
banquete: es menester, ante todo y con expresa condición, estar revestido con
la ropa nupcial, es decir, tener la pureza de corazón y practicar la ley según
el espíritu; y esta ley está completa en estas palabras: "Sin caridad no
hay salvación". Pero entre todos aquellos que oyen la palabra divina,
¡cuán pocos hay que la guarden y se aprovechen de ella! ¡Cuán pocos se hacen
dignos de entrar en el reino de los cielos! Por esto dijo Jesús: "Serán
muchos los llamados, y pocos los escogidos".
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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