La
fe religiosa. Condición de la fe inalterable
6.
Desde el punto de vista religioso, la fe es la creencia en los dogmas
particulares que constituyen las diferentes religiones; todas las religiones
tíenen sus artículos de fe. Bajo este aspecto, la fe puede ser "razonada y
ciega". La fe ciega, no examinando nada, acepta sin comprobación lo mismo
lo falso que lo verdadero, y choca a cada paso contra la evidencia y la razón;
empujada hasta el exceso, produce el "fanatismo". Cuando la fe se
apoya en el error, se pierde tarde o temprano; la que tiene por base la verdad,
está asegurada para el porvenir, porque nada tiene que temer del progreso de
las luces, toda vez que "lo que es verdad en la obscuridad, lo es también
en pleno día". Todas las religiones pretenden estar en la exclusiva
posesión de la verdad; "preconizar la fe ciega sobre un punto de creencia,
es confesar su impotencia en demostrar que se tiene razón".
7.
Se dice vulgarmente que "la fe no se impone"; de aquí viene que
muchas gentes digan que si no tienen fe, no es por culpa suya. Sin duda que la
fe no se obliga, y lo que es más justo aún, "no se impone". No, no se
impone, pero se adquiere, y no hay nadie a quien se rehuse el poseerla, aun
entre los más refractarios. Hablamos de verdades espirituales fundamentales, y
no de tal o cual creencia particular. No es la fe la que debía ir a ellos, sino
ellos ir al encuentro de la fe, y si la buscan con sinceridad la encontrarán.
Tened, pues, por seguro, que los que dicen: "Quisiéramos creer, pero no podemos",
lo dicen de boca y no con el corazón, porque diciendo esto se tapan los oídos;
sin embargo, las prueban abundan a su alrededor; ¿por qué rehusan verlas? En
los unos es indiferencia; en los otros es miedo de verse obligados a cambiar de
costumbres; en la mayor parte es el orgullo que rehusa conocer un poder
superior, porque les sería preciso inclinarse ante él. En algunas personas, la
fe parece de algún modo innata; sólo una chispa básta para desarrollarla. Esta
facilidad en asimilarse las verdades espirituales es una señal evidente del
progreso anterior; en los otros, al contrario, sólo penetra con dificultad,
señal muy evidente de una naturaleza muy atrasada. Los primeros han creído ya y
comprendido; traen, volviendo a "nacer", la intuición de lo que
fueron; su educación está hecha; los segundos tienen que aprenderlo todo; su
educación está por hacer; ella se hará, y si no se concluye en esta existencia
se concluirá en la otra. Respecto a la resistencia del incrédulo, es menester
convenir que es menos por su culpa que por la manera como se presentan las
cosas. A la fe es preciso una base, y esta base es la inteligencia perfecta de
lo que se debe creer; para creer no basta "ver", es necesario, sobre
todo, "comprendér". La fe ciega no es de este siglo, pues hoy el
mayor número de incrédulos, porque quiere imponerse y exige la abdicación de
una de las más preciosas prerrogativas del hombre: el razonamiento y el libre
albedrío. Contra esta fe se parapeta el incrédulo y tiene razón de decir que no
se impone: no admitiendo aquellas pruebas, deja en el Espíritu un vacío, de
donde nace la duda. La fe razonada, la que se apoya en los hechos y en la
lógica, no deja en pos de sí ninguna obscuridad; se cree porque se está cierto,
y no se está cierto hasta que se ha comprendido; esta es la razón porque es
inalterable, "porque no hay fe inalterable sino la que puede mirar frente
a frente a la razón en todas las edades de la humanidad". A este resultado
conduce el Espiritismo, y por esto triunfa de la incredulidad, siempre que no
encuentra oposición sistemática e interesada.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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