La riqueza y la pobreza
En esta edición de la Revista Espirita que
trata el tema “Desafíos de la existencia”, no podría faltar una reflexión sobre
la riqueza y la pobreza. Ambas representan tanto oportunidades de desarrollo de
nuestras facultades como seres inmortales, como retos a los que nos tenemos que
sobreponer para no contraer deudas mayores que las que ya cargamos.
Por lo menos en este sentido son iguales:
la riqueza y la pobreza son situaciones transitorias, auténticos desafíos
existenciales que convocan al ser humano a vencerse a sí mismo. Es más, ambas
son herramientas, ya que cada uno de nosotros recibirá su parte de riqueza o de
pobreza según la necesidad de aprendizaje de su espíritu. Es precisamente para
liberarnos de las deudas de existencias anteriores que recibimos, como préstamo
divino, nuestra propia cuota de riqueza o de pobreza.
En el capítulo VII de El Evangelio según
el Espiritismo, el espíritu Lacordaire nos hace una interesante reflexión. Nos
dice que puede haber gran diferencia entre el rico y el pobre cuando están
vestidos, pero desnudos son sencillamente seres humanos. La química, nos dice el
espíritu, no ha encontrado ninguna diferencia entre la sangre de uno y de otro.
En la pregunta 803 de El Libro de los Espíritus, se nos dice que todos los
hombres son iguales ante Dios. El cuerpo vuelve a la tumba, los bienes
materiales se quedan en la tierra, pero el espíritu vive. Ricos y pobres, y
todos los grados intermedios que hay entre estos dos extremos, antes o después
entregamos la envoltura perecedera al polvo para penetrar la realidad
espiritual que hayamos elaborado con nuestro patrimonio intelectual y moral.
Finalmente nos encontramos con la verdad íntima que nos transfiere, sin
necesidad de juicios exteriores, a nuestras propias conquistas. ¿Quién es el
rico y quién es el pobre en este momento decisivo?
Desde el punto de vista que nos aporta la
Doctrina Espírita, la igualdad absoluta de riquezas en la Tierra no es posible,
ya que hay diversidad de facultades y de carácter. Cada ser se encuentra en un
momento evolutivo distinto, necesitando pruebas y expiaciones particulares a su
propia caminata. No debemos, sin embargo, pensar en la riqueza y en la pobreza
como dádivas de Dios. Sería una gran equivocación pensar en Dios como si fuera
un dispensador de bienes, escogiendo entre sus criaturas aquellas a quiénes
entregará más propiedades. Somos nosotros mismos, con la forma como nos
conducimos moralmente por la vida, quiénes atraemos a nuestras existencias
físicas todos los recursos de los que dispondremos para nuestra evolución o la
carencia de ellos.
El codificador es sabio al hacer a los
espíritus la pregunta 806, ¿La desigualdad de condiciones sociales es una ley
natural? Nos dicen los espíritus: «No; es obra del hombre y no de Dios». Seamos
conscientes, por tanto, que individualmente cada uno es responsable de su
propia cuota de riqueza o de pobreza; de forma colectiva, somos todos
responsables de las desigualdades que persisten en la sociedad y en el planeta.
Como desafíos existenciales, tanto la riqueza como la pobreza son pruebas duras
y resbaladizas. La pobreza puede conducir a la murmuración contra Dios, la
rebeldía contra las leyes perfectas y justas de la inteligencia cósmica, la
desesperación y la falta de esperanza. ¡Qué difícil mantener la fe en un Dios
justo cuando hay carencia de todo! La riqueza puede conducir a los excesos, la
vanidad, el orgullo y el egoísmo. ¡Qué difícil sentir la necesidad de valores
espirituales cuando no falta de nada! Sin embargo, tales vacilaciones sólo son
obras de la ignorancia de las leyes naturales.
Los que estamos instruidos por la Doctrina
Espírita, sabemos que el rico de hoy puede ser el pobre de mañana; el pobre de
ayer puede ser el rico de hoy. La reencarnación nos concede a cada uno lo que
necesitamos y a la sociedad la manera de buscar el progreso colectivo. Los
hombres, sea cual sea su condición social, tienen por misión trabajar para la
mejora material del globo. La misión del rico se traduce en ofrecer trabajo,
estimular la ciencia, cultivar la cultura, repartir educación entre sus
hermanos de humanidad. El pobre ofrece su mano de obra, trabajando con
disciplina, aprovecha las oportunidades que se le ofrecen en el campo de la
educación y de la cultura, lucha por trascender su condición materialmente
inferior a través del esfuerzo honrado, pautado por principios morales y
éticos. Ricos y pobres están llamados, como seres inmortales en transitorias
experiencias corporales, a encontrar en la humildad el recurso divino que nos
debe hacer agradecidos a la vida por todas y cada una de las oportunidades de
aprendizaje que ella nos concede.
El valor es casi siempre algo relativo. Lo
que tiene valor en la Tierra ya no lo tendrá en el plano espiritual. Lo que
tiene valor para una persona puede serle totalmente indiferente a otra o a ella
misma en otro momento existencial. ¿Cuántas veces cambiamos de idea respecto al
valor de las cosas, situaciones y personas? ¿Quién no habrá pensado alguna vez,
cómo pude actuar de aquella manera? Pero si digo que el valor es casi siempre
algo relativo, es porque aún no está pautado en el amor, verdad imperecedera.
Como todavía estamos muy distantes de pautar nuestros sistemas de valor en el
amor, nos queda cambiar de ideas muchas veces. Hasta que el amor ajuste nuestra
comprensión de lo que vale la propia vida, la vida del prójimo, la vida de los
animales y de los vegetales, seremos peregrinos. Ora ricos, ora pobres,
reencarnaremos para que aprendamos definitivamente que el único valor de la
vida es amar.
Janaina Minelli de Oliveira
Revista Espírita de la FEE
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