LIMPIEZA DE CORAZÓN
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios.”
(Mateo, V, 8).
Hay
corazones limpios y hay corazones sucios. Para aquellos reservó el Señor la
visión de Dios.
Y así como
necesitamos la limpieza del cuerpo, para que el cuerpo funcione regularmente,
con más razón se hace necesaria la limpieza del corazón, para que el Espíritu
camine bien.
Es necesario
limpiar el corazón para ver a Dios. No existe nadie de corazón sucio que tenga
los ojos abiertos para el Supremo Artífice de Todas las Cosas,
“La boca
habla de lo que sobreabunda en el corazón; del interior proceden las malas
acciones, los malos pensamientos.”
Corazón
sucio, hombre sucio; corazón limpio, alma limpia, apta para ver a Dios.
Se hace
necesario limpiar el corazón. ¿Pero de qué forma comenzaremos ese aseo?
Es necesario
que nos conozcamos primeramente; es preciso que conozcamos el corazón. Nosce te ipsum, conócete a ti mismo.
Saber quiénes somos y los deberes que nos corresponde desempeñar; interrogar
cotidianamente nuestra conciencia; ejercitar un culto estrictamente interno,
tal es el inicio de esa tarea grandiosa para la cual fuimos llamados a la
Tierra.
La limpieza
de corazón sustituye el culto externo por el interno. Las genuflexiones, las
adoraciones paganas, las oraciones cantadas y susurradas, no tienen ningún
efecto ante Dios.
Lo que quiere el Señor es
la limpieza, la higiene del corazón.
Hacer culto
exterior sin el interior, es lo mismo que callar sepulcros que guardan
podredumbres.
Limpiar el
corazón es renunciar al orgullo y al egoísmo, con toda su prole maléfica. Es
pensar, estudiar, comprender; es creer en el Amado Hijo de Dios por sus
dictámenes redentores.
Es ser
bueno, indulgente, caritativo, humilde, paciente, progresista; es, en fin,
renunciar al mal para abrazar al bien; dejar la apariencia por la realidad;
preferir el Reino de los Cielos al Reino del Mundo, pues sólo dentro del
Supremo Reinado podremos ver a Dios.
CAIRBAR SCHUTEL
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