Caracteres
del verdadero profeta
9.
"Desconfiad de los falsos profetas". Esta recomendación es útil en
todos tiempos, pero, sobre todo, en los momentos de transición en que, como en
éste, se elabora una transformación de la humanidad, porque entonces una
multitud de ambiciosos y de intrigantes se convierten en reformadores y en
mesías. Contra estos impostores debe irse con mucho cuidado, y es deber de todo
hombre honrado el descubrirlos. Sin duda que vosotros preguntaréis cómo podéis
reconocerlos; yo os daré las señales. No se confía el mando de un ejército sino
a un general hábil y capaz de dirigirlo; ¿creéis, pues, que Dios es menos
prudente que los hombres? Estad ciertos de que El no confía las misiones
importantes sino a los que son capaces de llenarlas, porque las grandes misiones
son cargas muy pesadas que aniquilan al hombre demasiado débil para llevarlas.
Como en todas las cosas el maestro debe saber más que el discípulo; para hacer
avanzar a la humanidad moral e intelectualmente son necesarios hombres
superiores en inteligencia y en moralidad; por eso son siempre espíritus muy
adelantados, que han hecho ya sus pruebas en otras existencias, los que se
encarnan con este objeto, porque si no son superiores el centro en el que deben
obrar, su acción será nula. Sentado esto, deducid que el verdadero misionero de
Dios debe justificar su mision por su superioridad, por sus virtudes, por su
grandeza, por el resultado y la influencia moralizadora de sus obras. Sacad
también la consecuencia de que si por su carácter, por sus virtudes, por su
inteligencia, está fuera del papel que quiere representar, o del personaje cuyo
nombre tome, es sólo un histrión de baja esfera, que ni siquiera sabe copiar su
modelo. Otra consideración es necesaria, y es que la mayor parte de los
verdaderos misioneros de Dios, lo ignoran; cumplen aquello para lo que han sido
llamados por la fuerza de su genio, secundado por el poder oculto que les
inspira, y les dirige sin saberlo, pero sin designio premeditado. En una
palabra: "los verdaderos profetas se revelan por sus actos; por ellos se
les conoce; mientras que los falsos profetas se llaman a si mismos enviados de
Dios"; el primero es humilde y modesto; el segundo es orgulloso y lleno de
sí mismo, habla con altanería, y como todos los mentirosos, siempre teme no ser
creído. Se han visto de estos impostores querer pasar por apóstoles de Cristo,
otros por el mismo Cristo, y, lo más vergonzoso para la humanidad, es que hayan
encontrado gentes bastante crédulas para dar fe a semejantes torpezas. Sin
embargo, una consideración bien sencilla debería abrir los ojos del más ciego,
y es que si Cristo se volviese a encarnar en la tierra, vendría con todo su
poder y todas sus virtudes, a menos de admitir, lo que sería un absurdo, que
hubiese degenerado; pues lo mismo que si quitáseis a Dios uno sólo de sus
atributos no tendríais Dios; si quitaseis una sola de las virtudes de Cristo,
no tendríais ya Cristo. Los que quieren pasar por Cristo, ¿poseen, acaso, todas
sus virtudes? Esta es la cuestión; mirad, escudriñad sus pensamientos y sus
actos, y reconoceréis que sobre todo les faltan las cualidades instintivas de
Cristo: la humildad y la caridad, mientras que tienen lo que El no tenía: la
ambición y el orgullo. Notad, además, que hay en este momento y en diferentes
países, muchos pretendidos Cristos, como hay muchos pretendidos Elías, San Juan
o San Pedro, y que necesariamente no pueden ser todos verdaderos. Tened por
cierto que éstas son gentes que explotan la credulidad y encuentran cómodo el
vivir a expensas de aquellos que les escuchan. No os fiéis, pues, de los falsos
profetas, sobre todo en un tiempo de renovación, porque muchos impostores se
llamarán enviados de Dios; se procuran una vana satisfacción en la tierra, pero
una terrible justicia les espera; podéis tenerlo por seguro. (Erasto. París,
1862).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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