PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA


PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA






“¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve e irá a buscar la extraviada? Y si la encuentra, os aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. De la misma manera, vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de esos pequeñuelos.”



(Mateo, XVIII, 12-14 – Lucas, XV, 3-7). 





Esta fabulosa parábola parece ser la solemne protesta de la mala interpretación que los sacerdotes han dado a la palabra de Cristo. No hace mucho, nos escribió un padre romano diciéndonos ser una estupidez negar las penas eternas del Infierno, cuando en los Evangelios encontramos, por lo menos, quince veces la confirmación de esa eternidad; y concluye que ella no es una enseñanza de la Iglesia, sino enseñanza del propio Evangelio. Jesús preveía ciertamente que sus enseñanzas y pensamiento íntimo serían desnaturalizados por los hombres constituidos en asociaciones religiosas, y quiso, en cierta forma, dejar bien patente a los ojos de todos que Él no podía ser Representante de un Dios que, proclamando el amor y la necesidad indispensable del perdón para la remisión de los pecados, impusiese, a los hijos por Él creados, castigos indefinibles y eternos.  La parábola muestra muy claramente que las almas extraviadas no quedarán perdidas en el laberinto de las pasiones, ni en los abismos donde abundan los abrojos. Como la oveja extraviada, ellas serán buscadas, aunque sea preciso dejar de cuidar a aquellas que alcanzaron ya una altura considerable, aunque las noventa y nueve ovejas queden estacionadas en un lugar del monte, los encargados del rebaño saldrán al campo en busca de la que se perdió.

El Padre no quiere la muerte del impío; no quiere la condenación del malo, del ingrato, del injusto, sino su regeneración, su salvación, su vida y su felicidad.  Aunque sea necesario, para la regeneración del Espíritu, nacer él en la Tierra sin una mano o sin un pie, entrar en la vida manco o lisiado; aunque le sea preciso renacer en el mundo ciego, por causa de los “tropiezos”, por causa de los “escándalos”, su salvación es tan cierta como la de la oveja que se había perdido y es recordada en la parábola, porque todos esos pobres que arrastran el peso del dolor, sus guías y protectores los asisten para conducirlos al puerto seguro de la eterna bonanza. Lector amigo: cuando os hablen los sacerdotes del Infierno eterno, preguntadles qué relación tiene la Parábola de la Oveja Perdida con ese dogma monstruoso, que desnaturaliza e inutiliza todos los atributos divinos. 

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