“Acababa de expulsar a un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando el demonio se fue, el mudo habló. La gente se quedó asombrada. Pero algunos dijeron: Este echa a los demonios con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios. Otros, para probarlo, le pedían un milagro del cielo. Pero él, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo será desolado y cae casa sobre casa. Si Satanás se divide contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? ¿Por qué decís que yo echo los demonios con el poder de Belcebú? Si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, ¿con qué poder los echan vuestros hijos? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si yo echo los demonios con el poder de Dios, es señal de que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y armado guarda su palacio, está segura su hacienda. Pero si sobreviene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte todos sus bienes. El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama.”
(Lucas, XI, 14-23).
Las Doctrinas Romana y Protestante, no se puede negar, constituyen una edición aumentada e ilustrada de la Religión Judaica. Sus puntos de contacto son tan enrevesados, mayormente en lo que se refiere a la Romana, sus sistemas tan destacados, que se puede afirmar sin miedo a equivocarse, que ellas son una prolongación del Judaísmo. La construcción filosófica que sirve de base a la Doctrina Judaica poco difiere de la que orienta a los partidarios del Romanismo y del Protestantismo. El espíritu de orgullo no se destaca más en aquella que en estas; las necias pretensiones de poseer la verdad absoluta, mantenidas por los sacerdotes judíos, caracteriza hoy a los padres y pastores; la ambición del poder, que forzaba el sacerdocio hebreo a adorar a César, se verifica en los sacerdotes de Roma, que se alían y dan su sanción moral a los gobiernos poco dignos, a los grandes, aunque estos sean ladrones y corruptos.
La moneda de César, con la que el fariseo tentó a Jesús, predomina en el clero de Roma. El egoísmo de secta no se traduce más a la letra del judaísmo que a la letra y al espíritu del Catolicismo. Si el Romanismo no hubiese perfeccionado las exterioridades y los ritos de su culto, su doctrina sería el facsímile de aquella que condenó a Jesús como un ser desequilibrado y demoníaco. Otra cosa digna de comentar en el Romanismo, y en lo que sobrepuja al Judaísmo, son las pompas y el lujo de que se reviste. Nunca se vio, en todas las épocas, sacerdocio más amigo de grandezas, de oro, de pedrería, de púrpura, de brocado, de lentejuelas, de diamantes, de zafiros, de esmeraldas, de topacios, de rubíes, de coronas, de diademas, de ornatos; de palacios, de palacetes, de monumentos lujosamente ornamentados, como aquellos en que son ministros los sacerdotes de la Religión de Roma. Las pompas, las ceremonias, las solemnidades, las fiestas y festejos, los festines y festividades con que el Romanismo agita a los pueblos, ciudades, villas y aldeas, sobrepasan todas las ceremonias y pompas del Judaísmo, tan condenadas por Cristo, sobrepasan incluso – duro es decirlo, pero nadie lo puede contradecir – las fiestas del buey Ápis de los egipcios, las bacanales griegas, las orgías romanas, las fiestas de Cibeles y la de los locos de la Edad Media. Si por otro lado pasáramos revista al dogmatismo feroz con que el Judaísmo mantenía esclavizado al pueblo entero, no dejaremos de verificar que, en la sinagoga, también había un rayo de tolerancia que permitía la confrontación de las Escrituras, mientras que en la Iglesia nada más se oye que el duro y monótono ritual, que no afecta a la inteligencia ni toca el sentimiento. Satanás e Infierno Eterno, figuras destacadas del Judaísmo, se ajustaron perfectamente al Romanismo y Protestantismo, extendiendo aún más su acción. Las oraciones pagadas, condenadas en los Evangelios, constituyen una fuente de renta para la Iglesia, y los sacramentos, hábilmente examinados, fueron revestidos de pompas que proporcionaron propinas ventajosas a las finanzas religiosas de Roma. El Hades de los griegos y el Infierno de los judíos fueron transformados en Infierno, Purgatorio, Limbo, y el “Reino de los Cielos, que el Maestro dice hallarse en nosotros, fue trasladado para más allá del firmamento, y sólo tienen derecho a entrar aquellos que llevaran la admisión del representante de San Pedro. El Código Penal y el código Civil del Judaísmo también pasarán por una inteligente revisión, siéndoles añadidos derechos y ordenaciones atenuantes y parágrafos agravantes. Las indulgencias, las promesas, los óbolos no fueron olvidados para consustanciar la vida del Romanismo y fortificar su poder. Es casi absoluta la paridad existente entre el Romanismo y el Judaísmo. El Catolicismo es, pues, una ramificación, es decir, un complemento ilustrado del farisaísmo, y por constitución monogénica, tras sucesivos crecimientos, se presenta tal como el ser que le dio el origen, con la simple diferencia del progreso realizado debido a las influencias del medio y del tiempo. Sus puntos de contacto son tan enrevesados, sus sistemas tan destacados, sus prácticas tan semejantes, que no es para admirar que el Catolicismo rechace el Espiritismo, por el mismo motivo por el cual el Judaísmo rechazó el Cristianismo, y, usando hasta, en la impugnación, la misma proposición lanzada a la cara de Cristo Jesús: “Es por Belcebú que él echa a los demonios.” Pero ha llegado el tiempo de que brille la Luz: y así como desaparecieron de la Tierra el iguanodonte, y el megalosaurio, el Catolicismo, como el Judaísmo, semejante a momias que recuerdan un pasado de ignorancia y de atraso, servirán como padrones para recordar esas generaciones incultas, amortajadas en la noche de los tiempos. En cuanto a Satanás y Belcebú, pedimos a nuestro lector consulte nuestro libro El Diablo y la Iglesia Frente al Cristianismo.
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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