La historia de María de Magdala es la historia de la rehabilitación de la mujer; para el cumplimiento de sus deberes cristianos, Jesús no hace selección de sexo en sus trabajos misioneros. Al contrario, se acerca a las mujeres, que, incluso sin que Él hablase, presentían en aquella eminente Figura, al Mesías prometido. La intuición les decía, desde el fondo del alma, que ellas estaban ante el Hijo de Dios. No era necesario que Jesús les demostrase su Individualidad, que hiciese milagros y prodigios para que creyesen: ellas lo adivinaban. Y es sin duda por ese motivo que el Maestro, en el descanso de sus trabajos misioneros, tenía el placer de descansar en la Aldea de Betania, donde, normalmente, se hospedaba en casa de Marta, María y Lázaro. Era allí donde Él se abría en sus consuelos más dulces y que, en amenas conversaciones, hablaba de la Vida de Más Allá de la Tumba, cuyas enseñanzas no se atrevía aún confiar a sus discípulos. En los tiempos primitivos había un gran desprecio por la mujer. La mujer era un ser secundario, sin superioridad intelectual; entretanto, no podían dejar de reconocer en la mujer un instrumento susceptible a las manifestaciones psíquicas. Sea de la manifestación de los fenómenos de animismo, sea de los fenómenos propiamente espíritas, el sexo femenino aventaja al llamado sexo fuerte; es más pasible, más dócil, más dotado de sensibilidad, y, por tanto, de mediumnidad. Según afirman diversos observadores, de entre estos Pitrés, un tercio de las mujeres está dotado de mediumnidad, mientras que en el sexo masculino sólo un quinto de hombres posee esa facultad. (*)
(*) No obstante, debemos observar que la mediumnidad existe en estado latente en casi la totalidad de las criaturas humanas, de ambos sexos.
En 360 personas magnetizadas por Bertillón, 265 eran mujeres, 50 hombres, y 45 jovencitos. En un estudio hecho en 17.000 individuos, la mujer representa el porcentaje mediúmnico del 12 por ciento, mientras que el hombre no excede del 7 por ciento, casi la mitad. ¿Qué quiere decir esta estadística, si no que las mujeres son más susceptibles a las cosas divinas que los hombres? Los sacerdotes de las antiguas religiones, que eran profundos en el estudio del alma, comprendían muy bien el poder de la mujer como intermediaria entre el mundo visible y el invisible. Y tanto eso es verdad que la mujer era escogida para todos los fines de mediumnidad. El Oráculo de Delfos, tan famoso en la Historia, era dirigido por sacerdotes, por hombres, pero el ejercicio del mediumnismo estaba asignado a las mujeres. Entre los judíos, según refiere el Antiguo Testamento, las mujeres mantenían relaciones con los Espíritus. María, hermana de Moisés, era profetisa, así como Débora y Holda. En el Endor el Espíritu de Samuel es evocado por una mujer. En el Nuevo Testamento vemos que la profecía era ejercida por mujeres, con preferencia a hombres. El Apóstol Pablo llega a desligar y a adormecer la mediumnidad de una joven, que de eso sacaba provecho para sus señores. En Galilea y en Betania, las mujeres merecían más confianza para la profecía que los hombres. Finalmente, los sacerdotes decidieron destituir a la mujer, privándola de sus funciones proféticas. Es posible que de ahí se originase el vestuario y el rasurado del rostro de los sacerdotes. El gran criminalista, César Lombroso, dedica un capítulo de su libro Espiritismo e Hipnotismo a este hecho, en verdad digno de examinar. ¿Por qué el sacerdote usa sotana? ¿Por qué el sacerdote no usa barba y bigote?
Pero no entremos en esas indagaciones; continuemos con nuestro tema, que es la liberación de la mujer de los obstáculos materiales.
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María, de Betania, es una figura destacada en el Evangelio; su amor puro por Jesús hizo de ella la verdadera mujer espiritual. Muchos escritores sacros exaltan el nombre de María Magdalena, y la propia Iglesia llegó a santificarla. San Modesto, gran prelado, dice que María Magdalena era la cabeza y directora de las personas de su sexo, que iban detrás de Jesucristo. En el comienzo del siglo VIII, las Iglesias de Oriente y de Occidente establecieron el culto a Magdalena. Los religiosos griegos le tributaron culto y la consideraban igual a los Apóstoles. De hecho, la simpática figura, a quien dedicamos una página de nuestro libro, es digna de la más expresiva consideración y del más acrisolado amor. Si estudiamos la vida de María Magdalena, veremos la extrema dedicación que ella consagraba a Jesús. El amor gentílico fue sustituido, en aquella criatura, por amor divino, y, por todas partes, ella sigue, con rara abnegación, a su Salvador. En todos los pasos dolorosos de la Vida del Redentor, aparece María como el símbolo, la personificación de la mujer espírita. Arrastrado al Calvario, María acompaña a Jesús: clavado en la cruz infame, ella no lo abandona: arrodillada, con los cabellos desaliñados, participa de su agonía. Jesús expira, ponen su cuerpo en un sepulcro; ella se aparta, porque a eso es obligada por los soldados pretorianos; pero no se contiene; mientras unos huyen atemorizados y otros se esconden y temen, ella, la mujer extraordinaria, no piensa en sí misma, no medita en los peligros que le podrían sobrevenir, y prepara bálsamos perfumados y vuelve al sepulcro para dar su testimonio de amor sincero a aquél que le diera la vida del alma, dejando ver que, ni incluso la muerte tiene poder para extinguir de su espíritu los sinceros afectos que dedica a su Maestro. Y fue entonces cuando, caminando de un lado para otro, en el paroxismo de su dolor, María es una vez más agraciada con la visión de su Señor, que, con voz afectuosa la llama por su propio nombre “María”. Loca de alegría, se precipita a los pies de Jesús Espíritu, y él le pide que evite el contacto, porque aún no había dado cuenta al Padre celestial de su tarea. Luego, estando ella con otras santas mujeres, Jesús se les aparece y les recomienda: “Id y decid a mis hermanos que partan para Galilea, porque será allí donde ellos me verán.” Y en la misma tarde el mensaje tiene su cumplimiento: “Estando los once reunidos, con las puertas cerradas, vieron entrar a Jesús. Él tomó su lugar entre ellos, les habló con dulzura, increpándolos por su incredulidad, después les dice: “Id para Jerusalén, y no os vayáis de allá hasta que se cumplan los días en que habréis de recibir el Espíritu, para después salir por todas partes y predicar el Evangelio.” En fin, Magdalena es el espejo en el cual las mujeres cristianas deben mirarse para ser felices no sólo en esta vida, sino también en la otra. El Espiritismo, destacando el papel que Magdalena desempeñó en el Cristianismo, viene concurriendo para la liberación de la mujer del fardo del mundo y del yugo de las religiones sacerdotales. Viene a garantizarle el derecho del estudio, del libre examen y hasta del apostolado. Es en el trabajo espírita, porque no le faltan dones, que la mujer puede progresar con mayor facilidad; es por el estudio y por la instrucción que ella se liberará del preconcepto y de las modas nefastas que la deprimen, volviéndola factor de la concupiscencia y de la sensualidad. ¡El mundo se transforma; la mujer necesita renovarse en el Espíritu de Cristo!
Dotada de sensibilidad y receptividad para las revelaciones del Más Allá, ella debe volverse dócil, estudiar, instruirse, para liberarse del yugo de la Iglesia, y, consciente de sus deberes y de sus dones, auxiliar la obra de espiritualización, bajo la influencia del Espíritu de la Verdad, encargado de realizar, en la Tierra, el Reino de Dios.
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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