PARÁBOLA DEL
RICO Y LÁZARO
El Seno de
Abraham es la libertad del Espíritu en el Espacio Infinito; el Seno de Abraham
es el Mundo Invisible, donde los Espíritus, con sus cuerpos imponderables,
caminan libres de todos los obstáculos, realizando siempre nuevas conquistas,
haciendo nuevos descubrimientos, aprendiendo nuevas verdades que los elevan en
conocimientos, que los elevan en felicidad. El Seno de Abraham es el Mundo de
la Inmortalidad, de la Luz y de la Verdad, donde cuanto más progresamos más
aprendemos, y
cuanto más aprendemos más sabemos amar a nuestro Dios y a nuestro prójimo; es
el Mundo de la Fe verdadera, que estremece y transporta las montañas, hace
agitarse a los océanos y produce vientos; pero que también da calma y bonanza a
todos aquellos que, como los discípulos del Mar de Galilea, batidos por el
rígido tifón, imploran el auxilio de Jesús, y, con la esperanza de salvarse,
oyen las dulces palabras del Humilde de Nazaret resonar en sus oídos como una
luz iluminando el camino en una noche tenebrosa. Abraham fue el Patriarca de
los Hebreos, gran personaje del Antiguo Testamento, en el que la fe más se
purificaba, más viva y resplandeciente se mostraba, hasta el punto de no
vacilar en sacrificar a su hijo Isaac, para obedecer las órdenes que había
recibido de lo Alto. Abraham era un creyente sincero en la Inmortalidad: veía
el Espacio sembrado de Espíritus, conversaba con los Espíritus de aquellos que
nosotros llamamos, indebidamente, muertos, vivía en relaciones continuas con el
Mundo de los Espíritus, que era su Seno predilecto, que era su Paraíso, su
Cielo, su delicia y su felicidad. Hacia allí es donde fue Lázaro, con entera
libertad de movimiento por los aires. Él había sufrido en la Tierra,
aguijoneado por el dolor, por la miseria, privado de las delicias del mundo,
pero creía en un Dios Supremo, que le concedió aquella existencia de expiación
y de pruebas, para que reparase los males de sus vidas pasadas, en las que
también había descuidado las cosas divinas y sólo había vivido los gozos
efímeros del mundo; Lázaro saldó su cuenta, al salir de la prisión corpórea,
había pagado hasta el último cuadrante de sus deudas, y reconquistó el Reino de
la Libertad y de la Luz, que Dios concede a todos los que se someten a su Ley,
a sus santos designios. Esto es el Seno de Abraham; este es el cuadro
majestuoso que Jesús diseñó a la vista de los oyentes de la parábola con
referencia a Lázaro, al mendigo, que tenía como única caridad, en la Tierra,
las caricias y los besos de los perros, esos fieles amigos de los hombres, que
venían a lamerle las llagas.
Continuemos
recogiendo el Evangelio, y del Seno de Abraham pasemos al Hades.- ¿Qué pensáis
vosotros que es el Hades? Los antiguos creían en la existencia de un mundo
subterráneo, hacia el cual iban las almas de aquellos que no fueron buenos en
la Tierra. El cuerpo quedaba en el sepulcro, y el Espíritu iba hacia el Hades:
“mundo localizado en las entrañas de la Tierra”. (*) Esas almas no podrían
salir de ahí, así como nosotros, en cuerpo de carne, no podemos salir de este
mundo. Entretanto, los Espíritus que estaban en el Hades veían con los ojos del
alma, y sabían, por tanto, todo lo que pasaba en el Seno de Abraham. Y era
justamente en eso que consistía el sufrimiento de ellos: ver lo que pasaba en
lo Alto, y no poder participar de esos privilegios que sólo eran concedidos a
aquellos que, como Lázaro, habían saldado su cuenta espiritual. Por eso dice el
Evangelio que el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en
su Seno, y exclamó: “¡Padre Abraham, ten compasión de mí! Y manda a Lázaro que
moje la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque estoy atormentado en
estas llamas.
(*) El Hades
eran las regiones infernales en la Mitología Griega, correspondientes al
Tártaro de los romanos y equivalente al Infierno aceptado por los católicos y
protestantes. No debe ser entendido como un “lugar”, sino como un estado de
espíritu, es decir, un estado de profundo sufrimiento. En la pregunta 1011 de
El Libro de los Espíritus, Allan Kardec indaga: “¿Hay un lugar circunscrito en
el Universo que esté destinado a las penas y goces de los Espíritus, según sus
méritos? Y la respuesta dice lo siguiente: Ya respondimos a esa pregunta. Las
penas y los goces son inherentes al grado de perfeccionamiento de los Espíritus.
Cada uno posee en sí mismo el principio de su propia felicidad o infelicidad; y
como ellos están por todas partes, ningún lugar circunscrito y cerrado, está
destinado a uno con preferencia de otro.” Cuando se dice que el Espíritu “entró
en el Hades”, esto quiere decir, figuradamente, que él tomó conocimiento de sí
mismo, se vio en su profunda miseria moral, cuya consecuencia es un indecible
sufrimiento y la imposibilidad de aproximarse a los Espíritus felices.
¡El rico quería
agua! Antiguamente bebía vino y licores finos, pero en el Hades pedía agua;
tenía sed y esa sed no era la del cuerpo, no se trataba de agua de ríos o de
fuentes, porque el cuerpo estaba en el sepulcro, y el Espíritu no puede beber
agua material. Era sed de consuelo, de esperanza, de perdón. Él también había comprendido ya que la causa
de sus dolores era la vida disoluta que pasó en el mundo y la llama viva del
remordimiento abrasaba su conciencia. Él quería agua, esa agua de la vida, esa
agua de salvación que Jesús había dado a la Mujer de Samaria. Esa agua del
perdón de los pecados que el rico había cometido contra todos los que mendigan
de los hombres la caridad de la atención para las cosas divinas. Y Abraham; el
gran Patriarca, que vivía feliz en el Mundo de los Espíritus, dirigiendo la
enorme falange de Espíritus que había aumentado su descendencia, falange de
Espíritus a quien guiaba, y entre los cuales se contaba Lázaro, que era uno de
sus protegidos espirituales, Abraham respondió al rico: “Hijo, acuérdate que
recibiste tus bienes en tu vida; y Lázaro del mismo modo los males. Es justo,
pues, que él, ahora, esté consolado, y tú en tormentos. “Añade también que
entre nosotros y vosotros existe un gran abismo, de modo que ni nosotros
podemos vivir donde vosotros estáis, ni vosotros podéis vivir donde nosotros
estamos; vuestra atmósfera nos asfixia, así como la nuestra os sofocaría; los
aires que respiramos son insuficientes para vosotros que estáis impregnados de
materia. “Cuidaste sólo de la material, sólo del cuerpo; cultivaste la materia
que no os deja elevaros ni llegar hasta nosotros. Mientras que Lázaro tuvo la
mirada puesta en lo Alto, no teniendo tiempo si no de pagar deudas materiales,
y conquistó fluidos espirituales para elevarse al lugar en el que se encuentra
actualmente.” Pero Abraham oía la voz del rico, y el rico oía la voz de
Abraham; el rico en el Hades veía a Lázaro en el Seno de Abraham, todos ellos
se comunicaban, hablaban, conversaban; porque había
necesidad de
que el rico fuese exhortado para regenerarse más tarde, y, como Lázaro, venir
nuevamente al mundo a pagar su deuda, para, como Lázaro, después subir también
al Seno de Abraham; porque también él era hijo de Abraham, y Abraham no dejaría
a su hijo perecer. Abraham lo llamó hijo; y le dijo: “Hijo, acuérdate de tu
vida y acuérdate de la vida de Lázaro”, queriendo decir con esto que, sin
volver a la vida corporal, semejante a la de Lázaro, para sufrir las
consecuencias de su orgullo y de su egoísmo, él, el rico, no llegaría a su Seno.
Fue entonces que el Espíritu del rico, ahora lleno de pobreza y de sufrimiento,
acordándose de sus cinco hermanos, que llevaban la misma vida que él llevaba
cuando estaba en la Tierra, replicó: “Padre, yo te ruego, entonces, que lo
mandes a la casa de mi padre (pues tengo cinco hermanos) para avisarlos, con el
fin de que ellos no vengan también para este lugar de tormentos.” El rico, que
estaba en el Hades, sabía muy bien, por qué veía que el Padre Abraham mandaba
siempre a otros Espíritus para dar avisos a los hombres de la Tierra; entonces
pidió que lo mandase a la casa de aquél que había sido su padre, porque él
tenía cinco hermanos que también llevaban una vida disoluta y necesitaban
conocer los tormentos que los aguardaban si continuaban así. Pero Abraham le
dijo: “Ellos tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen.” Lo que
significa: “Moisés les dice todo lo que necesitan hacer para ser felices, y los
profetas, que son médiums, les dicen, influenciados por los Espíritus, lo que
pasa después de la muerte, a fin de darles instrucciones para que no vengan,
como tú, a parar al Hades.” Pero el rico insistió a Abraham, y, presentándole
varias razones, dijo: “No, Padre Abraham, que si alguno de entre los muertos va
a verlos, se arrepentirán.” El rico deseaba que sus hermanos tuviesen una
manifestación positiva de los muertos, porque creía que, de esa forma, se
volverían obedientes a la Ley de Dios. Pero Abraham respondió nuevamente: “Si
no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso aunque resucite un
muerto.”
Pues si ellos
habían rechazado las exhortaciones de los profetas, por quien los muertos
acostumbraban hablar, ¿cómo habrían de creer en los muertos? Para creer en los
muertos era necesario creer en los profetas, porque los profetas no eran más
que médiums, por quien se comunicaban los Espíritus de los muertos. Si ellos no
creían en los médiums, ¿cómo habrían de creer en los Espíritus? ¿Cómo podrían
los Espíritus de los muertos avisarlos, como el hermano quería, sin los médiums
indispensables para transmitir la comunicación? Sabemos que el cuerpo del
Espíritu es mucho más fluídico que el nuestro y que por eso no lo podemos ver
ni oír; y que el Espíritu siempre se manifiesta con el concurso de un médium;
¿cómo podría Abraham atender la petición de su hijo para satisfacer a otros
cinco hijos ricos?
*
Finalmente,
antes de que Jesús hubiese propuesto a la multitud, que se hallaba a su
alrededor, la bella parábola que acabamos de estudiar, él había dicho a los
fariseos, que eran avaros: “La Ley de Moisés y los profetas durarán hasta Juan
Bautista; desde ese tiempo el Evangelio del Reino de Dios es anunciado; y todos
entrarán a la fuerza en él; sin embargo, de la Ley de Dios no faltará ni un
tilde, no será suprimido ni un punto.” Dios da la libertad a todos para que
busquen su Ley; y aquellos que buscan, el Padre no da el Espíritu por medida.
Está escrito: “Aquél que pide, recibe: el que busca, encuentra; y al que llama
se le abre, porque el Padre no da una piedra a quien le pide un pan, ni una
serpiente a quien le pide un pez.” (Mateo, 7-8). Así Dios respeta el libre
albedrío que a cada uno concedió. Los Espíritus de los muertos pueden
comunicarse y se manifiestan a los vivos, pero no pueden obligar a los vivos,
aunque
ellos sean
ricos y grandes, a tomar, desde ya, posesión de la felicidad futura. Y es por
eso que sabemos que muchos ricos de las cosas del mundo, y muchos pobres que
quieren enriquecerse con las cosas del mundo, que, aunque hayan visto y oído
manifestaciones y avisos de los muertos, no se convencieron con esos avisos. Al
contrario, dicen que fue una ilusión, miedo, sandez y locura. Por eso hizo bien
Abraham en no permitir la manifestación espírita a los cinco hermanos ricos de
aquél que se vestía de púrpura y se daba buenos banquetes todos los días de su
existencia en la Tierra.
*
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