PARÁBOLA DEL RICO Y LÁZARO 2


PARÁBOLA DEL RICO Y LÁZARO





El Seno de Abraham es la libertad del Espíritu en el Espacio Infinito; el Seno de Abraham es el Mundo Invisible, donde los Espíritus, con sus cuerpos imponderables, caminan libres de todos los obstáculos, realizando siempre nuevas conquistas, haciendo nuevos descubrimientos, aprendiendo nuevas verdades que los elevan en conocimientos, que los elevan en felicidad. El Seno de Abraham es el Mundo de la Inmortalidad, de la Luz y de la Verdad, donde cuanto más progresamos más

aprendemos, y cuanto más aprendemos más sabemos amar a nuestro Dios y a nuestro prójimo; es el Mundo de la Fe verdadera, que estremece y transporta las montañas, hace agitarse a los océanos y produce vientos; pero que también da calma y bonanza a todos aquellos que, como los discípulos del Mar de Galilea, batidos por el rígido tifón, imploran el auxilio de Jesús, y, con la esperanza de salvarse, oyen las dulces palabras del Humilde de Nazaret resonar en sus oídos como una luz iluminando el camino en una noche tenebrosa. Abraham fue el Patriarca de los Hebreos, gran personaje del Antiguo Testamento, en el que la fe más se purificaba, más viva y resplandeciente se mostraba, hasta el punto de no vacilar en sacrificar a su hijo Isaac, para obedecer las órdenes que había recibido de lo Alto. Abraham era un creyente sincero en la Inmortalidad: veía el Espacio sembrado de Espíritus, conversaba con los Espíritus de aquellos que nosotros llamamos, indebidamente, muertos, vivía en relaciones continuas con el Mundo de los Espíritus, que era su Seno predilecto, que era su Paraíso, su Cielo, su delicia y su felicidad. Hacia allí es donde fue Lázaro, con entera libertad de movimiento por los aires. Él había sufrido en la Tierra, aguijoneado por el dolor, por la miseria, privado de las delicias del mundo, pero creía en un Dios Supremo, que le concedió aquella existencia de expiación y de pruebas, para que reparase los males de sus vidas pasadas, en las que también había descuidado las cosas divinas y sólo había vivido los gozos efímeros del mundo; Lázaro saldó su cuenta, al salir de la prisión corpórea, había pagado hasta el último cuadrante de sus deudas, y reconquistó el Reino de la Libertad y de la Luz, que Dios concede a todos los que se someten a su Ley, a sus santos designios. Esto es el Seno de Abraham; este es el cuadro majestuoso que Jesús diseñó a la vista de los oyentes de la parábola con referencia a Lázaro, al mendigo, que tenía como única caridad, en la Tierra, las caricias y los besos de los perros, esos fieles amigos de los hombres, que venían a lamerle las llagas. 

Continuemos recogiendo el Evangelio, y del Seno de Abraham pasemos al Hades.- ¿Qué pensáis vosotros que es el Hades? Los antiguos creían en la existencia de un mundo subterráneo, hacia el cual iban las almas de aquellos que no fueron buenos en la Tierra. El cuerpo quedaba en el sepulcro, y el Espíritu iba hacia el Hades: “mundo localizado en las entrañas de la Tierra”. (*) Esas almas no podrían salir de ahí, así como nosotros, en cuerpo de carne, no podemos salir de este mundo. Entretanto, los Espíritus que estaban en el Hades veían con los ojos del alma, y sabían, por tanto, todo lo que pasaba en el Seno de Abraham. Y era justamente en eso que consistía el sufrimiento de ellos: ver lo que pasaba en lo Alto, y no poder participar de esos privilegios que sólo eran concedidos a aquellos que, como Lázaro, habían saldado su cuenta espiritual. Por eso dice el Evangelio que el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su Seno, y exclamó: “¡Padre Abraham, ten compasión de mí! Y manda a Lázaro que moje la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque estoy atormentado en estas llamas.







(*) El Hades eran las regiones infernales en la Mitología Griega, correspondientes al Tártaro de los romanos y equivalente al Infierno aceptado por los católicos y protestantes. No debe ser entendido como un “lugar”, sino como un estado de espíritu, es decir, un estado de profundo sufrimiento. En la pregunta 1011 de El Libro de los Espíritus, Allan Kardec indaga: “¿Hay un lugar circunscrito en el Universo que esté destinado a las penas y goces de los Espíritus, según sus méritos? Y la respuesta dice lo siguiente: Ya respondimos a esa pregunta. Las penas y los goces son inherentes al grado de perfeccionamiento de los Espíritus. Cada uno posee en sí mismo el principio de su propia felicidad o infelicidad; y como ellos están por todas partes, ningún lugar circunscrito y cerrado, está destinado a uno con preferencia de otro.” Cuando se dice que el Espíritu “entró en el Hades”, esto quiere decir, figuradamente, que él tomó conocimiento de sí mismo, se vio en su profunda miseria moral, cuya consecuencia es un indecible sufrimiento y la imposibilidad de aproximarse a los Espíritus felices.

¡El rico quería agua! Antiguamente bebía vino y licores finos, pero en el Hades pedía agua; tenía sed y esa sed no era la del cuerpo, no se trataba de agua de ríos o de fuentes, porque el cuerpo estaba en el sepulcro, y el Espíritu no puede beber agua material. Era sed de consuelo, de esperanza, de perdón.  Él también había comprendido ya que la causa de sus dolores era la vida disoluta que pasó en el mundo y la llama viva del remordimiento abrasaba su conciencia. Él quería agua, esa agua de la vida, esa agua de salvación que Jesús había dado a la Mujer de Samaria. Esa agua del perdón de los pecados que el rico había cometido contra todos los que mendigan de los hombres la caridad de la atención para las cosas divinas. Y Abraham; el gran Patriarca, que vivía feliz en el Mundo de los Espíritus, dirigiendo la enorme falange de Espíritus que había aumentado su descendencia, falange de Espíritus a quien guiaba, y entre los cuales se contaba Lázaro, que era uno de sus protegidos espirituales, Abraham respondió al rico: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida; y Lázaro del mismo modo los males. Es justo, pues, que él, ahora, esté consolado, y tú en tormentos. “Añade también que entre nosotros y vosotros existe un gran abismo, de modo que ni nosotros podemos vivir donde vosotros estáis, ni vosotros podéis vivir donde nosotros estamos; vuestra atmósfera nos asfixia, así como la nuestra os sofocaría; los aires que respiramos son insuficientes para vosotros que estáis impregnados de materia. “Cuidaste sólo de la material, sólo del cuerpo; cultivaste la materia que no os deja elevaros ni llegar hasta nosotros. Mientras que Lázaro tuvo la mirada puesta en lo Alto, no teniendo tiempo si no de pagar deudas materiales, y conquistó fluidos espirituales para elevarse al lugar en el que se encuentra actualmente.” Pero Abraham oía la voz del rico, y el rico oía la voz de Abraham; el rico en el Hades veía a Lázaro en el Seno de Abraham, todos ellos se comunicaban, hablaban, conversaban; porque había

necesidad de que el rico fuese exhortado para regenerarse más tarde, y, como Lázaro, venir nuevamente al mundo a pagar su deuda, para, como Lázaro, después subir también al Seno de Abraham; porque también él era hijo de Abraham, y Abraham no dejaría a su hijo perecer. Abraham lo llamó hijo; y le dijo: “Hijo, acuérdate de tu vida y acuérdate de la vida de Lázaro”, queriendo decir con esto que, sin volver a la vida corporal, semejante a la de Lázaro, para sufrir las consecuencias de su orgullo y de su egoísmo, él, el rico, no llegaría a su Seno. Fue entonces que el Espíritu del rico, ahora lleno de pobreza y de sufrimiento, acordándose de sus cinco hermanos, que llevaban la misma vida que él llevaba cuando estaba en la Tierra, replicó: “Padre, yo te ruego, entonces, que lo mandes a la casa de mi padre (pues tengo cinco hermanos) para avisarlos, con el fin de que ellos no vengan también para este lugar de tormentos.” El rico, que estaba en el Hades, sabía muy bien, por qué veía que el Padre Abraham mandaba siempre a otros Espíritus para dar avisos a los hombres de la Tierra; entonces pidió que lo mandase a la casa de aquél que había sido su padre, porque él tenía cinco hermanos que también llevaban una vida disoluta y necesitaban conocer los tormentos que los aguardaban si continuaban así. Pero Abraham le dijo: “Ellos tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen.” Lo que significa: “Moisés les dice todo lo que necesitan hacer para ser felices, y los profetas, que son médiums, les dicen, influenciados por los Espíritus, lo que pasa después de la muerte, a fin de darles instrucciones para que no vengan, como tú, a parar al Hades.” Pero el rico insistió a Abraham, y, presentándole varias razones, dijo: “No, Padre Abraham, que si alguno de entre los muertos va a verlos, se arrepentirán.” El rico deseaba que sus hermanos tuviesen una manifestación positiva de los muertos, porque creía que, de esa forma, se volverían obedientes a la Ley de Dios. Pero Abraham respondió nuevamente: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso aunque resucite un muerto.”

Pues si ellos habían rechazado las exhortaciones de los profetas, por quien los muertos acostumbraban hablar, ¿cómo habrían de creer en los muertos? Para creer en los muertos era necesario creer en los profetas, porque los profetas no eran más que médiums, por quien se comunicaban los Espíritus de los muertos. Si ellos no creían en los médiums, ¿cómo habrían de creer en los Espíritus? ¿Cómo podrían los Espíritus de los muertos avisarlos, como el hermano quería, sin los médiums indispensables para transmitir la comunicación? Sabemos que el cuerpo del Espíritu es mucho más fluídico que el nuestro y que por eso no lo podemos ver ni oír; y que el Espíritu siempre se manifiesta con el concurso de un médium; ¿cómo podría Abraham atender la petición de su hijo para satisfacer a otros cinco hijos ricos?



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Finalmente, antes de que Jesús hubiese propuesto a la multitud, que se hallaba a su alrededor, la bella parábola que acabamos de estudiar, él había dicho a los fariseos, que eran avaros: “La Ley de Moisés y los profetas durarán hasta Juan Bautista; desde ese tiempo el Evangelio del Reino de Dios es anunciado; y todos entrarán a la fuerza en él; sin embargo, de la Ley de Dios no faltará ni un tilde, no será suprimido ni un punto.” Dios da la libertad a todos para que busquen su Ley; y aquellos que buscan, el Padre no da el Espíritu por medida. Está escrito: “Aquél que pide, recibe: el que busca, encuentra; y al que llama se le abre, porque el Padre no da una piedra a quien le pide un pan, ni una serpiente a quien le pide un pez.” (Mateo, 7-8). Así Dios respeta el libre albedrío que a cada uno concedió. Los Espíritus de los muertos pueden comunicarse y se manifiestan a los vivos, pero no pueden obligar a los vivos, aunque

ellos sean ricos y grandes, a tomar, desde ya, posesión de la felicidad futura. Y es por eso que sabemos que muchos ricos de las cosas del mundo, y muchos pobres que quieren enriquecerse con las cosas del mundo, que, aunque hayan visto y oído manifestaciones y avisos de los muertos, no se convencieron con esos avisos. Al contrario, dicen que fue una ilusión, miedo, sandez y locura. Por eso hizo bien Abraham en no permitir la manifestación espírita a los cinco hermanos ricos de aquél que se vestía de púrpura y se daba buenos banquetes todos los días de su existencia en la Tierra.



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El hombre que se quiere convencer por la fuerza, le ha de ocurrir lo que le ocurrió a la cigarra de la Fonteine: “Cantó su vida, pero después lloró su muerte.” Y hay que volver llorando en la otra vida para, con justa razón, cantar en la Inmortalidad.

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