1 PARÁBOLA DEL RICO Y LÁZARO


PARÁBOLA DEL RICO Y LÁZARO





“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y blanqueaba a diario espléndidamente. Un pobre, llamado Lázaro, cubierto de úlceras, estaba sentado a la puerta del rico; quería quitarse el hambre con lo que caía de la mesa del rico; hasta los perros se acercaban y le lamían sus úlceras. Murió el pobre, y los ángeles le llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico, y lo enterraron. Y estando en el infierno, entre torturas, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro a su lado. Y gritó: Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque me atormentan estas llamas. Abraham respondió: Hijo, acuérdate que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, por el contrario, males. Ahora él está aquí consolado, y tu eres atormentado. Y no es esto todo. Entre vosotros y nosotros hay un gran abismo, de tal manera que los que quieran ir de acá para allá no puedan, ni los de allí venir para acá. El rico dijo: Entonces, padre, te ruego que le envíes a mi casa paterna, pues tengo cinco hermanos, para que les diga la verdad y no vengan ellos también a este lugar de tormentos. Abraham respondió: Ya tienen a Moisés y a los profetas; ¡que los escuchen! Pero él dijo: No, padre Abraham; que si alguno de entre los muertos va a verlos, se arrepentirán. Abraham contestó: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso aunque resucite un muerto.”



(Lucas, XVI, 19-31).





Esta enseñanza es la proclamación de la Ley de la Caridad, cuya ejecución es imprescindible para todos los que se protegen bajo su santo palio, así como para los que huyen a sus generosos convites. El Rico y el pobre Lázaro personifican la Humanidad, siempre rebelde a los dictámenes de la Luz y de la Verdad. El Rico gozó en el mundo y sufrió en el Espacio; Lázaro sufrió en el mundo y gozó en el Espacio. Este Rico que se vestía de púrpura y que todos los días se regalaba espléndidamente, es el símbolo de aquellos que quieren cuidar de la vida del cuerpo y se olvidan de la vida del alma. Son los que buscan la felicidad en el comer, en el beber y en el vestir; son los que se entregan a todos los gozos de la materia; son los egoístas que viven únicamente para sí, los orgullosos que, entronados en los altares de las pasiones viles, de la vanidad, de la soberbia, no ven sino lo que les puede saciar la sed de los placeres, no cultivan sino la lujuria, que mata los sentimientos afectivos y anula las aptitudes del corazón. El rico es la personificación de aquellos que son esclavos del reino del mundo, que no ven más que el mundo, ese “paraíso perdido” entre los charcos de la degradación moral, que envilece a las almas y las arroja a los infiernos hambrientos de los vicios. Jesús hablaba generalmente por parábolas; y esta lección que el Maestro ofreció hace 2000 años a los pueblos de Palestina, y que consta en el Evangelio de Lucas como un consejo saludable y memorable, no es nada más que una parábola; es una enseñanza alegórica, representativa de lo que pasa en el Espacio, para afirmar que nuestra Vida de Ultratumba, es una consecuencia justa y equitativa de nuestra existencia en la Tierra. El rico pasó toda su vida hartándose espléndidamente, despreciando a los pobres, despreciando a Dios, a no cuidar de su Ley, a dar la espalda a la Religión, a gozar y a descansar, pero, cuando murió, no pudo continuar viviendo como vivía, vistiéndose de púrpura, comiendo manjares, bebiendo licores, porque en el mundo de los Espíritus no hay púrpuras, no hay manjares, no hay licores. Él ya se había hartado con los placeres de la Tierra, no podía hartarse después con los placeres del Cielo, porque no los había buscado, ni había adquirido el tesoro con el que se conquistan las glorias celestiales. Desnudo, sin dinero, sin crédito para conseguir mejor “morada”, le fue destinado el Hades, y, según dice el texto, él allá se hallaba, contrariado, por faltarle las comodidades que tenía en la Tierra, los gozos de los que hiciera su reino en el mundo.



*



Lázaro representa a los excluidos de la sociedad terrena, aquellos que, como mucho, pueden llegar al portón de los grandes templos, aquellos que no pueden atravesar los umbrales de los palacios dorados, aquellos que esa sociedad corrompida del mundo desprecia, maldice, cubre de deshonras, clava flechas venenosas que les llenan de llagas todo el cuerpo. Los Lázaros no son esos pobres orgullosos del mundo, que no tienen muchas veces qué comer ni qué vestir, pero están cubiertos con la púrpura del orgullo; no son esa gente que no tiene dinero pero tiene vanidad; no tienen palacios, pero tienen egoísmo; no tienen comidas opíparas, pero tienen placeres nefastos; no, los pobres, de los que Lázaro sirvió de símbolo en la parábola, son los que sufren con resignación, son los que desprecian los bienes de la Tierra, porque buscan las cosas de Dios; son aquellos que se ven usurpados de aquello que por derecho les pertenece en el mundo, pero, pacientes y resignados, no se rebelan, porque creen en el futuro y esperan las dádivas que Dios les tiene reservadas.  Ellos saben, porque estudian, esperan y oran, que existe un Creador, un Padre Supremo, que les dará el premio de sus vigilias, un salario por sus costumbres morales, una luz para su orientación espiritual; y que ese premio, ese salario, esa luz, aunque a veces parezca tardar, no faltará, porque la Justicia de Dios es infalible, es indefectible.  Así es como murió Lázaro, el mendigo, y fue conducido por los ángeles al Seno de Abraham; murió también el rico y fue llevado al Hades. Dos personalidades distintas, una que gozó, otra que sufrió: una a la que nada le faltaba, otra a la que le faltaba todo, ahora van a cambiar sus condiciones; van a cambiar de escenario: el mendigo va para la abundancia, y el rico es el que pasa a mendigar. Es el reverso de la moneda, que se presentará a todos en el día del juicio. ¿Vosotros habéis visto muchas monedas? Figurémonos una libra esterlina: por un lado lleva la figura del rey, pero, por el otro, lleva su valor real. Así ocurre también con nosotros. Cada uno de nosotros es una moneda; y como la moneda, la libra de oro vale

según el cambio corriente, así también valemos nosotros de acuerdo con el cambio espiritual, que tasa el valor de nuestras almas. Aquellos que miran tan sólo la efigie, no conocen el valor del dinero, porque la efigie, el anverso de la moneda, lleva sólo el retrato del rey, y la moneda no vale el rey. Así también sucede a los que miran al hombre por las apariencias, por el exterior, no conocen al hombre, porque el exterior del hombre es la efigie de la vanidad, del egoísmo y del orgullo. Lo que vale en la moneda es el reverso; lo que vale en el hombre es el interior, es decir, el Espíritu. El rico traía en el anverso lo característico del rey, pero, después que murió, se averiguó el valor de la moneda grabado en el reverso, y ese valor no permitió al rico si no una “entrada” en el Hades. Al pobre, que averiguó, desde su existencia en la Tierra, lo que estaba grabado en el reverso de la moneda, ese sacrificio le dio el valor de ser llevado por los ángeles al Seno de Abraham. ¡Qué diferente es el juicio de Dios, del juicio de los hombres! Dios no se deja llevar por el preconcepto; Dios no se deja llevar por el juicio humano. ¿Qué es el seno de Abraham? Pero continuemos con nuestro análisis. ¿Qué es el Hades? ¿Que es Hades? Esto es lo que necesitamos saber para comprender mejor la parábola del Gran Maestro.

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