LÁZARO REDIVIVO


LÁZARO REDIVIVO

Cuentan que Lázaro de Betania, después de abandonar el sepulcro, experimentó, cierto día, fuerte añoranza del Templo, volviendo al santuario de Jerusalén para el culto de la amabilidad y de la camaradería, si bien con el corazón renovado, alejado de los interminables tejemanejes del sacerdo-cio.

Al penetrar en el atrio, sin embargo, reconoció la hostilidad general.

Abiud y Efraín, fariseos rigoristas, lo miraron con desdén y clamaron:

— ¡Es un muerto! ¡Es un muerto! ¡Ha vuelto de la sepultura, insultan-do a la Ley!...

Ambos representantes del fariseísmo teocrático se dirigieron a los lu-gares sagrados, donde se veneraba el Santo de los Santos, en un deslum-bramiento de oro y plata, marfil y maderas preciosas, delicados tejidos y perfumes orientales, propagando la noticia. Lázaro de Betania, el muerto que había vuelto del coma, burlando la Ley y los Profetas, venía allí a afrentar con su presencia a los padres de la raza.

Fue lo bastante para revolucionar filas completas de adoradores, que oraban y sacrificaban suponiéndose en las buenas gracias del Altísimo.

Escribas acudieron apresuradamente, pronunciando largos y compli-cados discursos; sacerdotes llegaron, furiosos y rígidos, lanzando maldicio-nes; y aprendices de los misterios, con celo de vestal, llegaron con los pu-ños cerrados, expulsando al irrelevante.

— ¡Fuera! ¡Fuera!

— ¡Vete para los infiernos, los muertos no hablan!...

— ¡Hechicero, la Ley te condena!

Lázaro pudo contemplar el cuadro, sorprendido. Observaba a sus ami-gos de la infancia vociferando anatemas, a los escribas, a quienes admiraba con sincero aprecio, vomitando palabras injuriosas.

Los compañeros enojados pasaron de la palabra a los hechos. Ráfagas de piedras empezaron a caer en torno al redivivo, y, no contento con eso, el astuto Absalón, vieja raposa de la casuística, lo sujetó por la túnica, propo-niéndose encaminarlo a los jueces del Sinedrio para sentencia condenatoria, tras de un sumarísimo juicio.

 

El hermano de Marta y María, pese a todo, fijó en los circunstantes su mirada firme y lúcida y exclamó sin odio:

— ¡Fariseos, escribas, sacerdotes, adoradores de la Ley e hijos de Is-rael: aquel que me dio la vida, tiene suficiente poder para daros la muerte!

El estupor y el silencio siguieron a su palabra.

El resucitado de Betania se desprendió de las manos irrespetuosas que lo retenían, recompuso sus vestiduras y tomó el camino de la humilde vi-vienda de Simón Pedro, donde los nuevos hermanos comulgaban en el amor fraternal y en la fe viva.

Lázaro, entonces, se sintió reconfortado, feliz…

En el recinto sencillo, de paredes desnudas, revestidas toscamente, no se veían alhajas del Indostán, ni jarrones de Egipto, ni preciosidades de Fe-nicia, ni costosos tapices de Persia; pero allí palpitaba, sin las dudas de la Ciencia y sin los convencionalismos de la secta, entre corazones fervorosos y sencillos, el pensamiento vivo de Jesucristo, el que habría de renovar el mundo entero, desde la teología sectaria de Jerusalén al absolutismo políti-co del Imperio Romano.

Hermano X.

Pedro Leopoldo, 22 de diciembre de 1945.

1 comentario:

  1. LA TUMBA DE SAN LÁZARO: UN LUGAR DE PEREGRINACIÓN
    La historia de la resurrección de San Lázaro se difundió en el cristianismo y desde ese momento la tumba en Betania se convirtió en un lugar de peregrinación. Actualmente continúa siéndolo.

    Aunque hay otros lugares en los que se dice que San Lázaro murió como en la actual ciudad de Lárnaca, en Chipre o en una cantera cercana a Marsella, tras ser martirizado en la plaza de Lenche.

    No hay unanimidad sobre lo que San Lázaro hizo tras su resurrección, puesto que, dependiendo del historiador, le sitúan en uno u otro lugar, pero parece haber cierta consenso en el hecho de que su primera tumba y por tanto la verdadera, es la de Betania.

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