CRISTO Y LAZARO III
LA SEGUNDA FRASE: “¡Lázaro, ven afuera!”
Jesús no eximió el concurso de los amigos
del muerto, en el proceso de su
resurrección.
No inquirió de ellos, con todo, en cuanto
a la cultura, ni en cuanto a los
sentimientos.
No les preguntó si eran judíos o romanos,
rabinos o pescadores, señores o
esclavos.
Simplemente lo utilizó en la resurrección
de un hombre, valorizándolos
con respecto a la oportunidad de trabajo,
cooperación y servicio,
Pero, tan luego estableció el contacto
visual con el joven de Betania, le
habla directamente, sin reservas…
No más intermediarios: le da la orden
incisiva y categórica.
Lo intima, con enérgica bondad, a dejar la
sombra del túmulo, en un
convite a que viniese a aspirar el oxígeno
de afuera, a que viniese a reanimarse
bajo la claridad del sol que buscaba en
aquella hora la línea del horizonte.
¡Lázaro, ven afuera!, Señala, de manera
irresistible, posiblemente para
recordar lo que dijera estando en
Jerusalén, cuando le llegara la noticia de la
enfermedad del amigo: “Esta enfermedad no
es para muerte, sino para la gloria
de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella.”
Cuando el Maestro, volviéndose
calmadamente, hacia los amigos de
Lázaro, les ordenaba que quitasen la
piedra, Jesús estaba con Lázaro, mas por
extraño que parezca, Lázaro no estaba
con Jesús.
Ahora, con todo, frente a la suave
claridad que invadiera el interior del
sepulcro, Lázaro ya podía escuchar la voz
del Señor, la palabra de mando:
“Lázaro, ven afuera”.
“Y el que había muerto salió” – relata el
Evangelio.
“…Y Lázaro, que se levanta del sepulcro,
es la vida triunfante que resurge
inmortal” pondera Emmanuel, refiriéndose
al grandioso episodio.
•
También nosotros, retirada la piedra del
egoísmo del sarcófago de
nuestros engaños milenarios, ya podemos
oír, medio confusos, a la manera de a
una sinfonía lejana, el verbo amoroso de
Nuestro Señor Jesucristo.
Convocándonos a la Luz.
Requiriéndonos para la verdad.
Llamándonos, finalmente, para la Vida.
Vacilantes e indecisos, aturdidos y
aletargados, contemplamos la amplitud
de los cielos infinitos, en donde cintilan
estrellas, esperanzas de mundos
fabulosos, de sublimes y aún inalcanzables
humanidades que escriben páginas
inmortales en el universal drama de la
evolución.
Nuestros párpados están pesados.
Los pies se encuentran doloridos.
Las manos aún traumatizadas.
En nuestra cabeza, un vacío indefinible.
Estamos realmente atónitos, mas ya
comenzamos a sentir, en el templo de
nuestro Espíritu, la presencia augusta y
misericordiosa del Maestro.
Fajas mentales nos identifican con la
muerte, pero ya nos hemos
levantado.
No hay porque desanimarse.
“La evolución es fruto del tiempo
infinito.”
ESTUDIANDO EL EVANGELIO
A la Luz del Espiritismo
MARTINS PERALVA.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarhttp://nihilobstat.dominicos.org/articulos/lazaro-murio-o-no-murio/
ResponderEliminarLázaro, ¿murió o no murió?
Cuando uno trata de explicar el sentido teológico de algunos relatos evangélicos, y más en general, de los relatos bíblicos, siempre hay alguien que pregunta: “pero, bueno, ¿sucedió o no sucedió?". Interesa más la materialidad del hecho que su sentido. Porque pensamos que la materialidad del hecho, por ejemplo, la resurrección de Lázaro, es prueba “evidente” de la divinidad de Cristo. Y si resulta que “no murió de verdad”, parece que nos quedamos sin “pruebas” (que no es lo mismo que argumentos) a favor de la divinidad. Olvidamos así que la divinidad de Cristo es un dato de fe y no una cuestión de pruebas.
Un exegeta prudente, amigo mío, ha escrito: “Nadie, excepto Jesús, ha retornado de la muerte, y ninguno retornará jamás de la muerte, para vivir en este mundo su vida mortal”. Por tanto, si Lázaro pudo “regresar a esta vida” fue “porque las condiciones de su organismo y de su cerebro todavía lo permitían. Podríamos compararlo con los estados de coma irreversible que se conocen actualmente y que, tanto médica como clínicamente están abocados a permanecer latiendo como ‘vida’ por un tiempo indefinido” (S. Villota).
Hay dos razones, una antropológica y otra teológica, que avalan esta exégesis. La razón antropológica: si la muerte es la cesación irreversible (nótese bien: irreversible) de todas las funciones vitales, es claro que nadie regresa de la muerte. La razón teológica: si la muerte es la entrada definitiva en el cielo, es claro que la situación de “muerte” de Lázaro no puede entenderse como el final de su vida terrena y el comienzo de la eterna, porque el Cielo es un estado definitivo, sin vuelta atrás, y si se le hubiera sacado del Cielo para devolverlo a la tierra (aparte de la “mala jugada” que eso hubiera supuesto para él), se le hubiera expuesto al riesgo de ir al infierno (lo digo de forma sencilla para que se entienda la dificultad teológica). Estas cosas tienen que quedar claras, para no exponer al ridículo nuestra fe, y también para no alimentar falsas esperanzas en enfermos, moribundos y familiares.