MEDIÚMNIDAD
Médium quiere decir medianero, intermediario. La
mediúmnidad es la facultad humana, natural, por la cual se establecen las
relaciones entre hombres y espíritus. No es un poder oculto que se pueda
desarrollar a través de prácticas rituales o por el poder misterioso de un
iniciado o de un gurú. La Mediúmnidad pertenece al campo de la comunicación. Se
desarrolla naturalmente en las personas de mayor sensibilidad para la captación
mental y sensorial de cosas y hechos del mundo espiritual que nos cerca y nos
afecta con sus vibraciones psíquicas y afectivas. De la misma manera que la
inteligencia y las demás facultades humanas, la Mediúmnidad se desarrolla en el
proceso de relación. Generalmente su desarrollo es cíclico, o sea, se procesa
por etapas sucesivas, en forma de espiral. Los niños la poseen, por así decir,
a flor de piel, pero resguardada por la influencia benéfica y controladora de
los espíritus protectores, que las religiones llaman ángeles de la guarda. En
esa fase infantil las manifestaciones mediúmnicas son más de carácter anímico;
el niño proyecta su alma en las cosas y en los seres que lo rodean, reciben las
intuiciones orientadoras de sus protectores, a veces ven y anuncian la
presencia de espíritus y no raras veces transmiten avisos y recados de los
espíritus a los familiares, de manera positiva y directa o de manera simbólica
e indirecta. Cuando pasan de los siete u ocho años se integran mejor en el
condicionamiento de la vida terrena, desconectándose progresivamente de las
relaciones espirituales y dando más importancia a las relaciones humanas. El
espíritu se ajusta en su escafandra para enfrentar los problemas del mundo. Se
cierra el primer ciclo mediúmnico, para a continuación abrirse el segundo. Se
considera entonces que el niño no tiene mediúmnidad, la fase anterior es
llevada a cuenta de la imaginación y la fabulación infantil.
Es generalmente en la adolescencia, a partir de los doce
o trece años, que se inicia el segundo ciclo. En el primer ciclo sólo se debe
intervenir en el proceso mediúmnico con plegarias y pases, para ablandar las
excitaciones naturales del niño, casi siempre cargadas de reminiscencias
extrañas del pasado carnal o espiritual. En la adolescencia su cuerpo ya maduró
lo suficiente para que las manifestaciones mediúmnicas se hagan más intensas y
positivas. Es tiempo de encaminarla con informaciones más precisas sobre el
problema mediúmnico. No se debe intentar su desarrollo en sesiones, a menos que
se trate de un caso obsesivo. Pero aún en ese caso es necesario tener cuidado
para orientar al adolescente sin excitar su imaginación, acostumbrándolo al
proceso natural regido por las leyes del crecimiento. El pase, la oración y las
reuniones para estudio doctrinario son los medios de ayudar al proceso sin
forzarlo, dándole la orientación necesaria. Ciertos adolescentes se integran
rápida y naturalmente en la nueva situación y se preparan en serio para la
actividad mediúmnica. Otros rechazan la mediúmnidad y buscan volverse sólo
hacia los sueños juveniles. Es la hora de las actividades lúdicas, de los
juegos y deportes, del estudio y la adquisición de conocimientos generales, de
la integración más completa a la realidad terrena. No se les debe forzar, sólo
estimularlos en lo referente a las enseñanzas espíritas. Su mente se abre hacia
el contacto más profundo y constante con la vida del mundo. Pero él ya trae en
la conciencia las directrices propias de su vida, que se manifestarán más o
menos nítidas en sus tendencias y en sus anhelos. Forzarlo a continuar un rumbo
que rechaza es cometer una violencia de graves consecuencias futuras. Los ejemplos
de los familiares influyen más en sus opciones que las enseñanzas y las
exhortaciones orales. Él toma cuenta de sí mismo y reafirma su personalidad. Es
preciso respetarlo y ayudarlo con amor y comprensión. En el caso de las
manifestaciones espontáneas de la mediúmnidad es conveniente reducirlas al
círculo privado de la familia o de un grupo de amigos en las instituciones
juveniles, hasta que su mediúmnidad se defina, imponiéndose por sí misma.
El tercer ciclo ocurre generalmente en el pasaje de la
adolescencia hacia la juventud, entre los dieciocho y veinticinco años. Es el
tiempo, en esa fase, de los estudios serios del Espiritismo y de la
Mediúmnidad, así como de la práctica mediúmnica libre, en los centros y grupos
espíritas. Si la mediúmnidad no se definió debidamente, no debemos
preocuparnos. Hay procesos que tardan hasta cerca de los 30 años, de la madurez
corporal, para la verdadera eclosión de la mediúmnidad. Basta mantenerlo en
conexión con las actividades espíritas, sin forzarlo. Si no revela ninguna
tendencia mediúmnica, lo mejor es darle sólo acceso a las actividades sociales
o asistenciales. Las sesiones de educación mediúmnica (impropiamente llamadas
de desarrollo) se destinan sólo a médiums ya caracterizados por manifestaciones
espontáneas, por lo tanto ya desarrollados.
Hay aún un cuarto ciclo, correspondiente a la mediúmnidad
que sólo aparece después de la madurez, en la vejez o en su aproximación. Se
trata de manifestaciones que se hacen posibles debido a la condiciones de la
edad: debilitamiento físico, permitiendo una más fácil expansión de las
energías perispiríticas; mayor introversión de la mente, con la disminución de
las actividades de la vida práctica, estado de apatía neuropsíquica, provocado
por los cambios orgánicos del envejecimiento. Esos factores permiten mayor
desprendimiento del espíritu y su relacionamiento con entidades desencarnadas.
Ese tipo de mediúmnidad tardía tiene poca duración, constituyendo una especie
de preparación mediúmnica para la muerte. Se restringe a fenómenos de videncia,
comunicación oral, intuición, percepción extra-sensorial y psicografia. Aunque
sea una preparación, la muerte puede tardar varios años, durante los cuales el
espíritu se adapta a los problemas espirituales con los que no se preocupó en
el correr de la vida. Esos hechos comprueban el concepto de mediúmnidad como
simple modalidad de relacionamiento hombre-espíritu. Kardec recuerda que el
hecho del espíritu estar encarnado no lo priva de relacionarse con los
espíritus libres, de la misma manera que un ciudadano encarcelado puede
conversar con un ciudadano libre a través de las rejas. No se trata de las
conocidas visiones de moribundos en el lecho mortuorio, sino el típico
desarrollo tardío de la mediúmnidad que, por la completa integración del
individuo en la vida carnal, imantado a los problemas del día a día, no
consiguió aflorar. Su manifestación tardía acuerda el adagio de que los
extremos se tocan. La vejez nos devuelve a la proximidad del mundo espiritual,
en posición semejante a la de los niños.
En verdad, la potencialidad mediúmnica nunca permanece
letárgica. Por el contrario, ella se actualiza con más frecuencia de lo que
suponemos, pasa de potencia a acto en diversos momentos de la vida, a través de
presentimientos, previsiones de acontecimientos simples, como el encuentro de
un amigo hace mucho tiempo ausente, percepciones extra-sensoriales que
atribuimos a la imaginación o al recuerdo y así por el estilo. Vivimos
mediúmnicamente, entre dos mundos y en relación permanente con entidades
espirituales. Durante el sueño, como Kardec probó a través de investigaciones a
lo largo de más de diez años, nos desprendemos del cuerpo que reposa y pasamos
al plano espiritual. En los momentos de ausencia psíquica de distracción, de
ensoñación, nos distanciamos del cuerpo rápidamente y a él retornamos como el
pájaro que vuela de vuelta al nido. La Psicología busca explicar esos lapsos
fisiológicamente, pero las reacciones orgánicas a que atribuye el hecho no son
causa y sí efecto de un acto mediúmnico de alejamiento del espíritu. Los
estudios de Hipnotismo comprueban eso, mostrando que la hipnosis interfiere
constantemente en nuestra vigilia, haciéndonos dormir de pie y soñar
despiertos, como generalmente se dice. La búsqueda científica de una esencia
orgánica de la mediúmnidad nunca dio ni dará resultados. Porque la mediúmnidad
tiene su esencia en la libertad del espíritu.
Llegado a este punto podemos colocar el problema en
términos más precisos: la mediúmnidad es la manifestación del espíritu a través
del cuerpo. En el acto mediúmnico se manifiesta tanto el espíritu del médium
como el espíritu al cual él atiende y sirve. Los problemas mediúmnicos
consisten, por lo tanto, simplemente en disciplinar las relaciones
espíritu-cuerpo. Es lo que llamamos educación mediúmnica. En la medida en que
el médium aprende, como espíritu, a controlar su libertad y a seleccionar sus
relaciones espirituales, su mediúmnidad se perfecciona y se hace segura. Así el
bueno médium es aquel que mantiene su equilibrio psicofísico y procede en la
vida de tal manera que crea para sí mismo un ambiente espiritual de moralidad,
amor y respeto por el prójimo. La mayor dificultad del médium está en hacer
comprender que, para eso, no necesita hacerse santo, sino sólo un hombre de
bien. Los objetivos de santidad perseguidos por las religiones, a través de los
milenios, generó en el mundo una expectativa incomoda para todos los que se
dedican a los problemas espirituales. Nadie se hace santo a través de la
sofocación de los poderes vitales del hombre y la adopción de un comportamiento
social de apariencia piadosa. El resultado de eso es el fingimiento, la
hipocresía que Jesús condenó incesantemente en los fariseos, una actitud
permanente de condescendencia y bondad que no corresponde a las condiciones
íntimas de la criatura. El médium debe ser espontáneo, natural, una criatura
humana normal, que no tiene motivos para juzgarse superior a los demás. Todo
fingimiento y todo artificio en las relaciones sociales llevan a los individuos
a la falsedad y a la farsa. La llamada reforma-íntima esquematizada y forzada
no modifica a nadie, sólo artificializa engañosamente a los que la siguen. Los
cambios interiores de la criatura transcurren de sus experiencias en la
existencia, experiencias vitales y concienciales que producen cambios profundos
en la visión íntima del mundo y de la vida.
Esa colocación de los problemas mediúmnicos sugiere un
concepto de la mediúmnidad que nos lleva a las propias raíces del Espiritismo.
La Mediúmnidad nos aparece como el fundamento de toda la realidad. El momento
del fiat lux, de la Creación del Cosmos, es un acto mediúmnico. Cuando el
espíritu estructura la materia para manifestarse en la Creación, construye el
elemento intermediario entre él y la realidad sensible o material. La materia
se hace el médium del espíritu. Así, la vida es una permanente manifestación
mediúmnica del espíritu que, por ella, se proyecta y se manifiesta en el plano
sensible o material. El inteligible, que es el espíritu, el principio
inteligente del Universo, da su mensaje inteligente a través de las infinitas
formas de la Naturaleza, desde los reinos mineral, vegetal y animal, hasta el
reino hominal, donde la mediúmnidad se define en plenitud. La responsabilidad
del Hombre, de la Criatura Humana, expresión más elevada del Médium, adquiere
dimensiones cósmicas. Él es el producto multimilenar de la evolución universal
y carga en su mediúmnidad individual el pesado deber de contribuir para que la
Humanidad realice su destino cósmico. La comprensión de este problema es
indispensable para que los médiums aprendan a velar por sus facultades.
Video; La Mediúmnidad es un don que Dios les concedió únicamente para su adelanto moral Soy Espírita
Un médium (médiums en plural) o clarividente o clariaudiente o clariestésica y otras facultades similares, designa a una persona a la que se considera dotada de facultades paranormales de percepción extrasensorial, que le permitirían actuar de mediadora en la consecución de fenómenos parapsicológicos o comunicaciones con los espíritus.
ResponderEliminarUn médium es un individuo de cualquier edad, género, educación o cultura, del que se asegura le es posible establecer contacto con porciones de su inconsciente, y que le permiten desde allí acceder a realidades no ordinarias y eventualmente comunicarlas. No está muy claro que sea una actividad extrasensorial sino probablemente mediada por el "sensorio" hacia zonas poco conocidas de la actividad psíquica.
Soy Espirita
ResponderEliminarPublicado el 1 sept. 2015
Libro de Los Médium Capítulo XVI
197. Buenos médiums.
Médiums seguros – Los que, más allá de la facilidad de ejecución, merecen la mayor confianza, tanto por su propio carácter como
por la naturaleza elevada de los Espíritus que los asisten, y porque se encuentran menos expuestos a ser engañados. Veremos más
adelante que esa seguridad no depende, en modo alguno, de los nombres más o menos respetables que los Espíritus se atribuyen cuando se manifiestan.
“Es indiscutible, bien lo percibís, que al exponer de esta manera las cualidades y los defectos de los médiums, se suscitarán
contrariedades e incluso la animosidad de algunos. Pero ¿qué importa?
La mediumnidad se difunde cada vez más, y el médium que tome a mal estas reflexiones demostrará una sola cosa: que no es un buen médium, es decir, que lo asisten Espíritus malos. Por lo demás, como ya he dicho, todo esto es pasajero, y los malos médiums, los que abusan o hacen mal empleo de sus facultades, sufrirán lamentables consecuencias, conforme ya ha sucedido con algunos.
Aprenderán, a expensas de sí mismos, cuánto cuesta haber aplicado a favor de sus pasiones terrenales un don que Dios les concedió únicamente para su adelanto moral. Si no podéis hacer que vuelvan al camino del bien, lamentaos, porque os puedo asegurar que Dios los reprueba.”