Orígen DEL BIEN Y DEL
MAL. 4
7. —Pero Dios, lleno de bondad, ha puesto el remedio al
lado del mal, y del mal mismo hace salir el bien. Llega un momento en que el
exceso del mal moral se hace intolerable, y el hombre reconoce la necesidad de
mudar de rumbo: instruido por la esperiencia
se vé impulsado á buscar un remedio en el bien, siempre
guiado por su libre arbitrio. Cuando entra en un camino mejor, es por decision
de su voluntad y porque ha reconocido los inconvenientes del camino que llevaba.
La necesidad le obliga, pues, á mejorarse moralmente con objeto de ser más
feliz, como esta misma necesidad le ha obligado á mejorar las condiciones materiales
de su existencia.
Puede decirse que el mal es la ausencia del bien, como el
frio es la falta del calor. El mal no es un atributo distinto por sí mismo,
como el frio no es un fluido especial: son la negacion el uno del otro. Donde el
bien no existe, se encuentra forzosamente el mal: no hacer mal es ya un
principio del bien. Dios no quiere absolutamente el mal, sólo quiere el bien:
el mal sólo procede del hombre que en su ignorancia y por su egoísmo, lo toma
muchas veces por el bien. Si hubiera en la creacion un solo ser propuesto para
el mal, el hombre no podría evitarlo; más el hombre teniendo la causa del mal
en si mismo, y al mismo tiempo su libre alvedrío, y por guía las leyes divinas,
lo evitará siempre que quiera evitarlo. Sírvanos de
ejemplo un hecho vulgar. Un propietario sabe que al extremo
de su campo hay un sitio peligroso donde puede perecer ó lastimarse quien en él
se engolfe.
¿Qué hace para prevenir los accidentes? Coloca cerca del
sitio un aviso ó barrera que prohibe pasar adelante á causa del peligro. Hé
aquí la ley: es sábia y previsora. Si á pesar de eso hay un imprudente que
despreciando el aviso ó saltando la barrera, pasa adelante, ¿á quién podrá
imputar el mal que le sobre venga?
Lo mismo sucede con el mal: el hombre lo evitaría siempre, si observara las leyes divinas. Dios
ha puesto un límite á la satisfaccion de nuestras necesidades materiales: el
hombre está prevenido oportunamente por la saciedad: si traspasa ese límite, lo
hace voluntariamente, y por consecuencia, las molestias consiguientes á un
exceso, las enfermedades y la muerte misma que pueden sobrevenirle, son obra
suya, y no
de Dios.
Extraído del libro “EL GÉNESIS
LOS
MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO”
Allan Kardec
Allan Kardec
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