La
felicidad de la Oración
El mensaje dado en Paris en el año 1.861 a Allan Kardec por el Espíritu de San Luis ( Evangelio según el Espiritismo), es ante todo un canto sublime a la felicidad que se llega a experimentar por medio de la oración.
Esta debe ser ante todo, además de sencilla y breve, nacida del alma y sentida sin necesidad de palabras rebuscadas. No se trata de frases hechas, sino de un intenso y sincero sentimiento en el que las palabras apenas tienen espacio.
En la medida que este sentimiento nuestro llega a unirse con el Creador, innumerables Espíritus elevados nos inspiran sobre Su grandeza y nos llevan a comprender y a sentir cosas tan sublimes y bellas, que no hay palabras en el lenguaje humano como para describirlas.
San Agustín proclama cuan bellas y tiernas son las palabras que pueden salir por la boca en el momento de orar. Mas bien, creo yo, que quiso decir , palabras que salen del corazón tratando de dar forma a un sentimiento sublime, sin palabras predeterminadas que estén a la altura de lo que nace espontáneo.
Realmente la oración es hija primogénita de la fe y nos conduce a Dios, pues sin fe no habría sitio para poder vivir la oración, siendo este el único sendero que tenemos los seres humanos para vivir el gozo de la cercanía con el Padre.
La oración es el medio por el cual el ser humano puede, aunque sea por breve tiempo, olvidar su realidad humana transcendiéndola, y experimentando así una anticipación de la vida del espíritu, adentrándonos en una dimensión desconocida e inalcanzada todavía por tantos seres humanos.
San Agustín nos anima a marchar por el sendero de la oración y nos dice que en este sendero oiremos las voces de los ángeles. Y es cierto, pues en forma de pensamientos e ideas, percibimos enseñanzas que nos llegan como regalos de Espíritus Superiores, que de otro modo, nuestras mentes humanas tan limitadas de por sí, jamás percibirían.
Ciertamente no existen palabras capaces de definir en toda su dimensión la felicidad experimentada desde la Tierra por el alma que aspira a penetrar hasta la Esencia misma de Dios a través de la oración.
Finalmente, el espíritu autodenominado como San Luis, nos invita a que de modo semejante a Cristo, cada uno llevemos nuestra propia cruz de cada día con la fe puesta en el Padre, lo que supone vivir como en un estado de oración permanente al tener siempre en nuestro punto de mira, el hacer o aceptar la Voluntad Divina.
-Jose Luis-
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