Perdón y olvido de las ofensas
14. ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano? Le
perdonarás no siete veces, sino
setenta veces siete veces. Aquí tenéis una máxima de
Jesús que debe llamar vuestra
atención, y hablar muy alto a vuestro corazón. Fijáos
en esas palabras de misericordia de
la oración tan sencilla, tan reasumida y tan grande en
sus aspiraciones que Jesús da a sus
discípulos, encontraréis siempre el mismo pensamiento.
Jesús, el justo por excelencia,
responde a Pedro: Tú perdonarás, pero sin límites; tú
perdonarás siempre que ofensa te
sea hecha; tú enseñarás a tus hermanos ese olvido de
sí mismo que le hace invulnerable
contra el ataque, los malos procederes y las injurias;
tú serás benigno y humilde de
corazón no midiendo nunca tu mansedumbre; tu harás, en
fin, lo que desees que el Padre
celeste haga por tí; ¿ no tiene El que perdonarte muy
a menudo, y cuenta, acaso, el
número de veces que su perdón desciende a borrar tus
faltas?
Escuchad, pues, esa respuesta de Jesús y, como Pedro,
aplicáosla; perdonad, sed
indulgentes, caritativos, generosos y hasta pródigos
de vuestro amor. Dad, porque el
Señor os dará; perdonad, porque el Señor os perdonará;
bajáos, porque el Señor os
levantará; humilláos, porque el Señor os hará sentar a
su derecha.
Id, amigos míos, estudiad y comentad estas palabras
que os dirijo de parte de
Aquél que desde lo alto de los esplendores celestes,
tiene siempre la vista dirigida hacia
vosotros, y continúa con amor la tarea ingrata que empezó
hace dieciocho siglos.
Perdonad, pues, a vuestros hermanos, como tenéis
necesidad de que os perdonen a
vosotros mismos. Si sus actos os han perjudicado
personalmente, mayor motivo tenéis
para
ser indulgentes, porque el mérito del perdón es
proporcionado a la gravedad del mal, y
no habría ninguno en perdonar los daños de vuestros
hermanos si sólo os hubiesen
hecho pequeñas heridas.
Espiritistas, no olvidéis nunca que tanto en palabras
como en acciones, el perdón
de las injurias no debe ser una palabra vana. Si os
llamáis espiritistas, sedlo pues; olvidad
el mal que os han podido hacer y no penséis sino en
una cosa: el bien que podáis hacer.
El que ha entrado en este camino, no debe separarse de
él ni con el pensamiento, porque
sois responsables de vuestros pensamientos, que Dios
conoce. Haced, pues, que estén
despojados de todo sentimiento de rencor; Dios sabe lo
que mora en el fondo del
corazón de cada uno. Feliz, pues, aquel que todos los
días puede dormirse, diciendo:
"Nada tengo contra mi prójimo". (Simeón,
Bordeaux, 1862).
15. Perdonar a sus enemigos es pedir perdón para si
mismo; perdonar a sus
amigos es darles una prueba de amistad; perdonar las
ofensas es reconocer que uno se
vuelve mejor. Perdonad, pues, amigos míos, a fin de
que Dios os perdone, porque sois
duros, exigentes, inflexibles, y si además tenéis
rigor por una ligera ofensa, ¿cómo
queréis que Dios olvide, cuando todos los días tenéis
gran necesidad de indulgencia?
¡Oh! desgraciado aquel que dice: "Yo no perdonaré
nunca", porque pronuncia su propia
condenación. ¿Quién sabe, además, si descendiendo en
tí mismo, no has sido tú el
agresor? ¿Quién sabe, si en esa lucha que empieza por
un alfilerazo y concluye por un
rompimiento, tú empezaste por dar el primer golpe? ¿Si
tal vez te ha escapado una
palabra ofensiva? ¿Si no has usado de toda la
moderación necesaria? Sin duda tu
adversario no tiene razón en manifestarse demasiado
susceptible, pero esto es una razón
para que seas indulgente, y no merezca los reproches
que le diriges. Admitamos que tú
hayas sido realmente el ofendido
en alguna circunstancia; ¿quién te dice que tú mismo
no hayas envenenado el asunto con
las represalias, y que hayas hecho degenerar en querella
formal lo que fácilmente hubiera
podido quedar en olvido? Si dependía de ti el impedir
las consecuencias, y no lo has
hecho, eres culpable. Admitamos, en fin, que no tengas
ningún cargo que hacerte;
entonces tendrás mucho más mérito eu demostrate clemente.
Mas hay que dos modos muy diferentes de perdonar: hay
el perdón de boca y el
de corazón. Muchas personas dicen que perdonan a su
adversario, mientras que
interiormente experimentan un placer secreto del mal
que les sucede, diciendo para sí:
esto es lo que él merece. Otros dicen "yo
perdono" y añaden: "pero no me reconciliaré
nunca; no lo volveré a ver en mi vida". ¿Acaso es
esto el perdón según el Evangelio?
No; porque, el verdadero perdón, el perdón cristiano,
es aquel que echa un velo sobre lo
pasado, el único que os será tomado en cuenta, porque
Dios no se contenta con las
apariencias; sondea el fondo de los corazones y los
pensamientos más secretos; no se le
contenta con palabras y vanos simulacros. El olvido
completo y absoluto de las ofensas
es propio de almas grandes; el rencor siempre es una
señal de bajeza y de inferioridad.
No olvidéis que el verdadero perdón se reconoce en los
actos mucho más que en las
palabras. (Pablo, apóstol, Lyon, 1861).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
No hay comentarios:
Publicar un comentario