Bienaventurado. Lo que tienen los ojos cerrados


Bienaventurado. Lo que tienen los ojos cerrados (1)

(1) Esta comunicación fué dada a propósito de una persona ciega, por lo que se evocó al

espíritu de J. B. Vianney. cura de Ars.

 

20. Mis buenos amigos, me habéis llamado, ¿para qué? ¿Es para hacerme poner

las manos sobre la pobre paciente que está aquí y curarla? ¡Ah! ¡Qué sufrimiento, buen

Dios! Ha perdido la vista y ha quedado en la obscuridad. ¡Pobre hija!, que ruegue y

espere; yo no sé hacer milagros sin la voluntad de Dios. Todas las curaciones que yo he

podido obtener y de que habéis tenido noticia, debéis atribuirlas al Padre de todos. En

vuestras aflicciones, levantad siempre los ojos al Cielo y decid desde el fondo de vuestro

corazón: "¡Padre mío. curadme, pero haced que mi alma se cure antes que las

enfermedades del cuerpo; que mi alma sea castigada si es necesario, para que mi alma

elevada hacia vos tenga la blancura de cuando la creásteis!" Después de esta oración,

mis buenos amigos, que Dios misericordioso escuchará siempre, se os dará la fuerza y el

valor, y quizá también esta curación que vosotros habréis pedido temerosamente, en

recompensa de vuestra abnegacion.

Pues que estoy aquí, en una reunión en la que ante todo se trata de estudios, os

diré que los que están privados de la vista, deberían considerarse como los bienaventurados

a la expiación. Acordáos que Cristo dijo

que era menester arrancar vuestro ojo si era malo, y que valía más que lo echarais al

fuego que ser la causa de vuestra condenación. ¡Ah! ¡Cuántos hay en vuestra tierra que

un día maldecirán en las tinieblas el haber visto la luz! ¡Oh! sí, qué felices son aquellos

que en su expiación son castigados por la vista; su ojo no será objeto de escándalo y de

pecado: pueden entregarse completamente a la vida de las almas y pueden ver más que

vosotros que véis claro... Cuando Dios me permite ir a abrir los párpados a alguno de

esos pobres enfermos y volverles la luz, me digo: alma querida, ¿por qué no conoces

todas las delicias del espíritu que vive en la contemplación y en el amor? Tú no solicitarías

ver imágenes menos duras y menos apacibles que las que te es dado entrever en tu

ceguedad.

¡Oh!, sí, bienaventurado el ciego que quiere vivir con Dios; más feliz que

vosotros que estáis aquí, siente la felicidad, la toca, vé las almas y puede lanzarse con

ellas a las esferas de los espíritus, que aún los predestinados de la tierra no ven; el ojo

abierto siempre está dispuesto a hacer faltar al alma; el ojo cerrado, por el contrario,

siempre está dispuesto a hacerla elevar a Dios. Creedme, mis buenos y queridos amigos,

la ceguera de los ojos muchas veces es la verdadera luz del corazón, mientras que la

vista es a menudo el ángel de las tinieblas que conduce a la muerte.

Ahora, algunas palabras para ti, querida enferma; espera y ten valor; si te dijera

hija mía, tus ojos van a abrirse, ¡cómo te alegrarías! ¿y quién sabe si esta alegría no te

perdería? Ten confianza en la bondad de Dios que ha hecho la felicidad y ha permitido la

tristeza! Haré por tí todo lo que me será permitido; pero a tu vez, ruega y sobre todo,

piensa en lo que acabo de decirte.

Antes de que me aleje, todos los que estáis aquí, recibid mi bendición. (Vianney,

cura de Ars. París, 1863).

 

21. Observación. Cuando una aflicción no es consecuencia de los actos de la

vida presente, es preciso buscar su causa en una vida anterior. Lo que se llaman

caprichos de la suerte, no son otra cosa que efectos de la justicia de Dios. Dios no

castiga arbitrariamente: quiere que entre la falta y la pena haya siempre correlación. Si

en su bondad ha echado un velo a nuestros actos pasados, nos pone sin embargo en su

camino, diciendo: "El que ha herido por la espada, perecerá por la espada"; palabras que

pueden traducirse de este modo: "Siempre somos castigados por donde hemos pecado".

Si alguno, pues, es castigado por la pérdida de la vista, es porque la vista ha sido causa

de su falta. También puede ser que haya sido causa de la pérdida de la vista de otro;

puede que alguno haya quedado ciego por el exceso del trabajo que se le ha impuesto, o

por consecuencia de malos tratamientos, falta de cuidados, etc., y entonces sufre la pena

del Talión. El mismo, en su arrepentimiento, pudo escoger esta expiación, aplicándose

estas palabras de Jesús: "Si vuestro ojo es motivo de escándalo, arrancadle".

Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

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