Perdonad para que Dios os perdone
1. Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán
misericordia. (San Mateo, cap. V, v. 7).
2. Porque si perdonareis a los hombres sus pecados
os perdonará también
vuestro Padre celestial vuestros pecados. -Mas si no
perdonareis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados.
(Id., cap. VI, v. 14 y 15).
3. Por tanto, si tu hermano pecare contra ti, vé, y
corrígele entre ti y él solo.
Si te oyere, ganado habrás a tu hermano. - Entonces,
Pedro, llegándose a El, dijo:
¿Señor, cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le
perdonaré? ¿Hasta siete
veces - Jesús le dice: No te digo hasta siete, si no
hasta setenta veces siete veces.
(Id., cap. XVIII, v. 15, 21 y 22).
4. La misericordia es el complemento de la dulzura,
porque el que no es
misericordioso no puede ser benigno y pacífico; la
misericordia consiste en el olvido y el
perdón de las ofensas. El odio y el rencor denotan un
alma sin elevación de grandeza,
pues el olvido de las ofensas es propio de almas elevadas
que están fuera
del alcance del mal que se las quiere hacer; la una
siempre está ansiosa, es de una
susceptibilidad sombría y llena de hiel; la otra está
serena, llena de mansedumbre y de
caridad.
Desgraciado del que dice: yo no perdonaré nunca,
porque si no es condenado
por los hombres, ciertamente lo será por Dios. ¿Con
qué derecho reclamará el perdón de
sus propias faltas, si él mismo no perdona las de los
otros? Jesús nos enseña que la
misericordia no debe tener límites, cuando dice que
debe perdonar-se al hermano, no
siete veces, sino setenta veces siete veces.
Mas hay dos modos muy diferentes de perdonar; el
primero, es grande, noble,
verdaderamente generoso, sin segunda intención, que
maneja con delicadeza el amor
propio y la susceptibilidad del adversario, aunque
este último tuviera toda la culpa; el
segundo, es cuando el ofendido, o el que cree estarlo
impone al otro condiciones
humillantes y hace sentir el peso de un perdón, que
irrita en vez de calmar; si le tiende la
mano, no es por benevolencia, sino con ostentación, a
fin de poder decir a todo el
múndo: ¡Mirad si soy generoso! En tales
circunstancias, es imposible que la reconciliación
sea sincera de una y otra parte. No, ésta no es la generosidad,
es uno de los
modos de satisfacer el orgullo. En toda contienda, el
que se manifiesta más conciliador,
el que prueba más desinterés, más caridad y más
verdadera grandeza de alma, ese se
captará siempre la simpatía de las personas imparciales.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
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