Obediencia y resignación
8. La doctrina de Jesús enseña por todas partes la
obediencia y la resignación,
dos virtudes compañeras de la dulzura, muy militantes,
aunque los hombres las
confunden sin razón con la negación del sentimiento y
de la voluntad. "La obediencia es
el consentimiento de la razón, y la resignación es el
consentimiento del
corazón"; las dos son fuerzas activas, porque
llevan la carga de las pruebas que la
insensata rebeldía vuelve a dejar caer. El cobarde no
puede ser resignado, de la misma
manera que el orgulloso y el egoísta no pueden ser
obedientes. Jesús fué la encarnación
de estas virtudes, despreciadas por la materialista
antigüedad. Llegó el momento en que
la sociedad romana perecía en el desfallecimiento de
la corrupción, y aquél vino a hacer
brillar en el seno de la humanidad agobiada los
triunfos del sacrificio y del
desprendimiento
carnal.
Cada época lleva de este modo el sello de la virtud o
del vicio que debe salvarla
o perderla. La virtud de vuestra generación es la
actividad intelectual; su vicio es la
indiferencia moral. Digo sólo actividad, porque el
genio se eleva de repente y descubre
de una sola ojeada los horizontes que la multitud verá
después de él, mientras que la
actividad es la reunión de los esfuerzos de todos para
alcanzar un objeto menos brillante,
pero que prueba la elevación intelectual de una época.
Sometéos al impulso que venimos
a dar a vuestros espíritus; obedeced a la gran ley del
progreso, que es la palabra de
vuestra generación. ¡Desgraciado el espíritu perezoso
cuyo entendimiento se embota!
¡Desgraciado! porque nosotros, que somos los guias de
la humanidad que marcha, les
daremos con el látigo y forzaremos su voluntad rebelde
con el doble esfuerzo del freno y
la espuela; toda resistencia orgullosa deberá ceder
tarde o temprano; pero felices
aquellos que son humildes, porque prestarán oído dócil
a las enseñanzas. (Lázaro. París,
1863).
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