No juzguéis para que no os juzguen




No juzguéis para que no os juzguen. El que esté sin pecado
le arroje la primera piedra
 
11. No queráis juzgar para que no seáis juzgados. - Pues con el juicio con
que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midiéreis, os volverán a
medir. (San Mateo, capítulo VII, v. 1 y 2).
 
12. Y los Escribas y los Fariseos le trajeron una mujer, sorprendida en
adulterio; y la pusieron en medio. -Y le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido ahora
sorprendida en adulterío. - Y Moisés nos mandó en la ley apedrear a estas tales.
¿Pues tú, qué dices? - Y esto lo decían tentándole para poderle acusar: Mas Jesús,
inclinado hacía abajo, escribía con el dedo en tierra. - Y como porfiasen en
preguntarle, se enderezó, y les dijo: El que entre vosotros esté sin pecado, tire
contra ella la piedra el primero. - E inclinándose de nuevo, continuaba escribiendo
en tíerra. - Ellos, cuando esto oyeron, se salieron los unos en pos de los otros, y los
más ancianos los primeros: y quedó Jesús solo, y la mujer que estaba en pie en
medio. Y enderezándose Jesús, la dijo: Mujer, ¿en dónde están los que te
acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?-Dijo ella: Ninguno,
Señor. Y dijo Jesús. Ni yo tampoco te condenaré. Vete y no peques ya más. (San
Juan, cap. VIII, v. 3 a 11).
 
13. "El que esté sin pecado, tire contra ella la piedra el primero", dijo Jesús. Esta
máxima hace un deber de la indulgencia, porque no hay nadie que no tenga necesidad de
que se la tenga a él. La indulgen cia nos enseña que no debemos juzgar a los otros con
mas severidad que nos juzgamos a nosotros mismos, ni condenar en otro lo que en
nosotros perdonamos. Antes de echar en cara una falta a alguien, miremos si podía
recaer sobre nosotros la misma reprobación.
La reprobación de la conducta de otro puede tener dos móviles: reprimir el mal o
desacreditar a la persona cuyos actos se critican; este último motivo no tiene nunca
excusa, porque es maledicencia y maldad. Lo primero puede ser laudable, y es un deber
en ciertos casos, porque de ello debe resultar un bien, y porque sin esto, el mal nunca se
reprimiría en la sociedad; por otra parte, el hombre ¿no debe, acaso, favorecer el
progreso de su semejante? No es, pues, preciso tomar este principio en el sentido
absoluto: "No juzguéis si no queréis ser juzgados", porque la letra mata y el espíritu
vivifica.
Jesús no podía impedir la reprobación del mal, puesto que él mismo nos dió el
ejemplo y lo hizo en términos enérgicos; pero quiso decir que la autoridad de la
reprobación está en razón de la autoridad moral del que la pronuncia; hacerse culpable
de lo que uno recrimina a otro, es abdicar esta autoridad; es, además, apropiarse el
derecho de represión. La conciencia íntima, por lo demás, niega todo respeto y toda
sumisión voluntaria, al que estando investido de algún poder, viola las leyes, y los
principios que está encargado de aplicar: "No hay autoridad legítima a los ojos de Dios,
sino aquella que se apoya en el ejemplo que da del bien"; esto es lo que resulta
igualmente de las palabras de Jesús.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec

 
 
 

 

 

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