Reconciliarse con sus enemigos
5. Acomódate luego con tu contrario mientras que
estás con él en el
camino: no sea que tu contrario te entregue al juez y
el juez te entregue al
ministro, y seas echado en la cárcel. En verdad te
digo, que no saldrás de allí basta
que pagues el último cuadrante. (San Mateo, cap. V, v.
25 y 26).
6. En la práctica del perdón y en la del bien en
general, más que un efecto moral
hay también un efecto
material. Se sabe que la muerte no nos libra de
nuestros enemigos; los espíritus
vengativos persiguen muchas veces con un odio más allá
de la tumba, a aquellos a
quienes han conservado rencor; por esto el proverbio
que dice: "Muerto el perro
acabada la rabia", es falso en cuanto se aplica
al hombre. El espíritu malo espera que
aquel a quien quiere mal esté encadenado a su cuerpo y
menos libre, para atormentarle
más fácilmente y perjudicarle en sus intereses o en
sus afectos más íntimos. En este
hecho ha de verse la causa de la mayor parte de las
obsesiones; sobre todo de aquellas
que presentan cierta gravedad, como la subyugación y
la posesión. El obsesado y el
poseído son casi siempre víctimas de una venganza
anterior, a la que probablemente
dieron lugar con su conducta. Dios lo permite para
castigarles del mal que ellos mismos
han hecho, o si no lo han hecho, por haber faltado a
la indulgencia y a la caridad no
perdonando. Conviene, pues, desde el punto de vista de
su futura tranquilidad, reparar
lo más pronto posible los daños que se han podido
causar al prójimo, perdonar a sus
enemigos con el fin de desvanecer, antes de morir,
todo motivo de disensiones y toda
causa fundada de animosidad ulterior; por este medio,
de un enemigo encarnizado en
este mundo, puede uno hacerse un amigo en el otro; al
menos el buen derecho está en su
parte, y Dios no deja a merced de la venganza ajena al
que ha perdonado. Cuando Jesús
recomienda reconciliarse lo más pronto posible con su
adversario, no es sólo con la mira
de apaciguar las discordias durante la existencia
actual, si que también con la de evitar
que se perpetúen en las existencias futuras. Él dijo:
no saldréis de allí hasta que paguéis
el último óbolo, es decir, satisfecha completamente la justicia de Dios.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
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