PARÁBOLA DE LA SIMIENTE


PARÁBOLA DE LA SIMIENTE






“El reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra. Lo mismo si está dormido como si está despierto, si es de noche como si es de día, la semilla, sin que sepa como, germina, y crece. La tierra por sí misma da el fruto: primero la hierba, luego la espiga, después el grano gordo en la espiga. Y cuando el fruto está maduro, el hombre echa la hoz porque es el tiempo de la cosecha.”



(Marcos, IV, 26-29).





La tierra es un prodigio de fecundidad. Es de ella de donde nos viene el alimento, y, por tanto, el cuerpo; es de ella de donde nos viene la ropa. Todo viene de la tierra; ella produce la hierba, hace brotar la espiga, hace nacer y madurar el fruto; y, lanzada la simiente a la tierra, germina y crece sin saber cómo. Así es el Reino de los Cielos; traído a la Tierra por el Gran Sembrador, aunque estuviesen los hombres ajenos a las cosas del Cielo y presos a la Tierra, la Palabra de Jesús, que es la simiente del árbol que da frutos de Vida Eterna, lanzada en la oscuridad de Palestina, se transformó, se volvió un nuevo cuerpo lleno de fortaleza, dio la planta en embrión, subterránea más perfectamente organizada, cuya raíz se introdujo en el corazón de sus discípulos, y, hendida la tierra productiva, dejó salir el tallo que va creciendo exuberante, saludando a la luz, apareciendo a los ojos de todos, con sus reflejos verdosos de la Esperanza, que anuncia la producción del oxígeno espiritual indispensable para la vida de las almas. Con hojas muy abiertas y flores perfumadas, se muestra el árbol adulto y lozano, tal como fue previsto en el Apocalipsis por el Cantor de Patmos; el árbol que serviría para la cura y vida de los Espíritus. La fuerza secreta que produce todas las transformaciones orgánicas, también produce las transformaciones psíquicas. ¿Y de dónde viene esa fuerza, ese poder? De Dios. Y, aunque los hombres descuiden sus deberes, así como la simiente se transforma en árbol, la simiente del Reino de Dios se transforma en reino de Dios por la fuerza del progreso incoercible que domina todas las cosas. Partiendo del “germen”, la Palabra de Jesús se amplió, se desarrolló, y, por su acción, hizo desarrollar en su pecho, una genealogía entera de entes que, diferentes en la forma y grandeza, van constituyendo y anunciando a todos el Reino de Dios. Así es la Simiente de la Parábola, que ha pasado por todos los procesos: germinación, crecimiento, floración y fructificación, sin que la Revelación dejase un sólo instante de vivificarla con sus benéficas inspiraciones. La Revelación es el influjo divino que levanta el movimiento de todos los seres, que los eleva a las cimas de la Espiritualidad. El Reino de Dios, sustituido hasta hace poco por el Reino del Mundo, ya está dando frutos de amor y de verdad, que permanecerán para siempre y transformarán nuestro planeta de un infierno hambriento en estancia feliz, donde las almas encontrarán los elementos de progreso para su ascensión a la felicidad eterna.  

  

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