PARÁBOLA DE LA
CANDELA
“Nadie enciende
una candela y la oculta en una vasija o la pone debajo de la cama; la coloca en
un candelero para que los que entren vean la luz. Porque nada hay oculto que no
sea descubierto, ni secreto que no sea conocido y puesto en claro. Mirad bien cómo
escucháis; porque al que tiene se le dará más, y al que no tiene se le quitará
aun lo que cree que tiene.”
(Lucas, VIII,
16-18).
“También les
dijo: ¿Acaso se trae una candela para ocultarla en una vasija o ponerla debajo
de la cama? ¿No es para colocarla en el candelero? Porque nada hay oculto que
no sea descubierto, y nada secreto que no sea puesto en claro. El que tenga
oídos para oír que oiga. Les decía también: Atención a lo que oís. Con la misma
medida con que midáis seréis medidos, y se os dará con creces. Porque al que
tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.”
(Marcos, IV,
21-25).
La Luz es
indispensable para la vida material y para la vida espiritual. Sin luz no hay
vida; la vida es luz sea en la esfera física, sea en la esfera psíquica. Si se
apagase en Sol, fuente de las luces materiales el mundo dejaría,
inmediatamente, de existir. Escóndase la luz de la sabiduría y de la Religión
bajo el modismo de la mala fe o del preconcepto, y la Humanidad no dará un paso
más, quedará estancada debatiéndose en las tinieblas. Así, pues, tan ridículo
es encender una candela y ponerla debajo de la cama, como concebir o recibir un
nuevo conocimiento, una nueva verdad y ocultarlos a nuestros semejantes.
Creemos también que no es tan difícil encontrar lo que se escondió porque “no
hay cosa oculta que no sea descubierta”. Hoy, mañana, un indicio de claridad
denunciará la existencia de la candela que está debajo de la cama o bajo el
modismo, ¡y qué desilusión sufrirá el insensato que ahí la colocó! La
recomendación hecha en la parábola es que la luz debe ser puesta en el
candelero con el fin de que todos la vean, se iluminen
con ella, o
entonces, para que esa luz sea juzgada de acuerdo con su claridad. “Un mal
árbol no puede dar buenos frutos”; y el combustible inferior no da, por la
misma razón, buena luz. El árbol se conoce por sus frutos y el combustible por
la claridad y la pureza de la luz que da. La luz del aceite no se puede
comparar con la del petróleo, ni esta con la del acetileno; pero todas juntas
no se equiparan a la electricidad. Sea como fuere, es necesario que la luz esté
en el candelero, para distinguir una de la otra. De ahí la necesidad del
candelero. En el sentido espiritual, que es justamente en el que Jesús hablaba,
todos los que recibieran la Luz de su Doctrina necesitan mostrarla, no
esconderla bajo el modismo del interés, ni bajo la cama de la hipocresía. Sea
débil, mediana o fuerte; ilumine en la proporción del aceite, del petróleo, del
acetileno o de la electricidad, el mandamiento es: “Que vuestra luz brille ante
los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras – que son las irradiaciones
de esa luz – glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos.” Tener luz y
no dejarla que ilumine, es colocarla bajo el modismo; es lo mismo que no
tenerla; y aquél que no la tiene y piensa que la tiene, hasta lo que parece
tener le será quitado. Por el contrario, “aquél que tiene, más le será dado”,
es decir, aquél que utiliza lo que tiene en provecho propio y de sus
semejantes, más se le dará. La llama de una vela no disminuye, ni se gasta su
combustible por encender cien velas; mientras que estando apagada es necesario
que alguien la encienda para aprovechar y hacer provechosa su luz. Una vela
encendiendo cien velas, aumenta la claridad, mientras que, encontrándose
apagada, mantiene las tinieblas. Y como tenemos la obligación de vigilar, no
sólo por nosotros, sino por nuestros semejantes, incurrimos en una gran
responsabilidad por el uso de la “medida”
que hiciéramos; si damos un dedal no podemos recibir un alqueire.
(*) (*) Alqueire: medida de capacidad
usada antiguamente en Portugal y Brasil.- Diccionario CUYÁS Portugués – Español
(Nota del traductor).
Si damos una
octava, no podemos contar con un kilo en restitución, y, si nada damos ¿qué
debemos recibir? La luz no puede
permanecer bajo el modismo, ni debajo de la cama. La candela, aunque es materia
inerte, nos enseña lo que debemos hacer, para que la Palabra de Cristo permanezca
en nosotros, podamos dar muchos frutos y seamos sus discípulos. Así, el fin de
la luz es iluminar y el de la sal es conservar y dar sabor. Siendo los
discípulos de Jesús luz y sal, es necesario que enseñen, esclarezcan, iluminen,
al mismo tiempo que les corresponde conservar el ánimo de sus oyentes, de su
prójimo, la santa doctrina del Cariñoso Rabino, valiéndose para eso del
espíritu que le da el sabor moral para ingerir ese pan de vida que
verdaderamente alimenta y sacia. Así como la luz que no ilumina y la sal que no
conserva, para nada valen, así, también, los que se dicen discípulos de Cristo
y no cumplen con sus preceptos no desempeñan la tarea que les está confiada,
sólo sirven para ser lanzados fuera de la comunión espiritual y ser pisoteados
por los hombres. La candela bajo el modismo no ilumina; la sal insípida no
sala, no conserva ni da sabor.
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