PARÁBOLA DE LOS LABRADORES MALOS


PARÁBOLA DE LOS LABRADORES MALOS O DE LOS ARRENDATARIOS INFIELES 






“Un hacendado plantó una viña, la cercó con una valla, cavó en ella un lagar, edifico una torre para guardarla, la arrendó a unos viñadores y se fue de viaje. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, mando sus criados a los viñadores para recibir su parte. Pero los viñadores agarraron a los criados, y a uno le pegaron, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon. Mandó de nuevo otros criados, más que antes, e hicieron con ellos lo mismo. Finalmente les mando a su hijo diciendo: Respetarán a mi hijo. Pero los viñadores, al ver al hijo, se dijeron: Este es el heredero. Matémoslo y nos quedaremos con su herencia. Lo agarraron, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores? Le dijeron: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le paguen los frutos a su tiempo.”



(Mateo, XXI, 33-42.- Marcos, XII, 1-9.- Lucas, XX, 9-16).





Esta Parábola es la prueba de la inigualable presciencia del Hijo de Dios, así como la magistral sentencia que se había de cumplir en nuestro siglo contra los “arrendatarios infieles”, que han devastado nuestra siembra. Un propietario plantó una viña, la cercó con una valla hecha de ramas y troncos de árboles; cavó un lagar (lugar con todos los materiales para la fabricación del vino) y edificó una “torre” (gran edificio con protección contra los ataques enemigos). De manera que la hacienda estaba terminada, todo preparado: tierras de sobra, parras en gran cantidad, lagar, tanques, toneles – todo lo que era necesario para la fabricación del vino. Casa con todas las comodidades y confort. Pero teniendo que ausentarse el propietario, arrendó la hacienda a unos labradores; en el tiempo de la cosecha de los frutos mandaría recibir el producto del arrendamiento, es decir, los frutos que le correspondían. El contrato fue muy bien redactado: sellado, registrado y con los competentes testigos.

Cuando llegó la primera cosecha, el Señor de la viña mandó que sus empleados fuesen a recibir los frutos que le tocaban. Los arrendatarios, en vez de dar cuenta del depósito que les fuera confiado, agarraron a los emisarios, hiriendo a uno, apedrearon a otro y mataron al siguiente. En otra cosecha, el propietario de la hacienda volvió a mandar a otros emisarios, que tuvieron la misma suerte que los primeros. Viendo el dueño de la hacienda lo que ocurría con sus emisarios, creyó más conveniente delegar poderes al propio hijo, porque, con seguridad, lo respetarían, y lo envió a ajustar cuentas con los arrendatarios. Pero los labradores, viendo llegar a este a la propiedad, combinaron entre ellos y decidieron matarlo, porque, decían: “este es el heredero, matémoslo y apoderémonos de su herencia”. Y así lo hicieron: lo echaron fuera de la viña y lo mataron. “¿Cuándo llegue el Señor de la Viña, que hará a aquellos labradores”? – preguntó Jesús al proponer aquella parábola.  Y la respuesta vino enseguida: “Hará perecer a los malvados, a los arrendatarios fraudulentos, y entregará la viña a otros, que le darán los frutos a su debido tiempo.”



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Parábola es la exposición, o la pintura de una cosa confrontada con otra de relación remota, o de sentido oculto o invisible. Jesús tenía por costumbre, para explicar aquello que escapaba a la comprensión vulgar, usar las parábolas a fin de que lo comprendieran mejor. En esta Parábola de los Labradores Malos, arrendatarios infieles, Jesús quiso explicar la soberanía de la acción divina que a veces tarda, pero no falla; y quiso también mostrar a sus discípulos quienes son los labradores que perjudican su siembra.





La siembra es la Humanidad; el propietario es Dios; la viña que él plantó es la Religión; el lagar son los medios de purificación espiritual que él concede; la Casa que edificó es el mundo, los labradores que arrendaron la labranza son los sacerdotes de todos los tiempos, desde los antiguos que sacrificaban la sangre de los animales, hasta nuestros contemporáneos. Los primeros siervos que fueron heridos, apedreados y sacrificados, son los profetas de la Antigüedad, que pasaron por duras pruebas: Elías, Eliseo, Daniel, que lo pusieron en la cueva de los leones; el mismo Moisés, que sufrió con los sacerdotes del Faraón y con los israelitas fanáticos que llegaron a fundir un becerro de oro para adorarlo, contra la Ley del Señor; después vino Juan Bautista, que fue decapitado; y después otros siervos, que pasaron por los mismos sufrimientos que los primeros – apóstoles y profetas como Esteban, que fue lapidado; Pablo, Pedro, Juan, Tiago, que sufrieron martirios, y todos los demás que no han acompañado las concepciones sacerdotales. El Hijo del Propietario, que fue muerto por los arrendatarios que se adueñaron de la hacienda, es Jesucristo, Señor Nuestro, que sufrió el martirio ignominioso de la cruz. Y, de acuerdo con las previsiones de la Parábola, los tales sacerdotes se adueñaron de la herencia con la cual se enriquecen hartamente, dejando la Siembra abandonada y la Viña sin frutos para el Propietario. En las condiciones en que se halla la Siembra, ¿podrá el Señor dejar su Viña entregada a esa gente, a esos arrendatarios inescrupulosos y malos? Estamos seguros de que se cumplirá brevemente la última previsión de la Parábola: “El Señor tomará la Viña de esos malvados y la arrendará a otros, que le darán los frutos a su tiempo.”



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La confusión religiosa es la más espesa oscuridad que hace infelices a las almas.

La creencia es como el fruto de la cepa que alimenta, da valor y reanima. Así como este alimenta el cuerpo, aquella alimenta el alma. La Religión de Jesucristo no es el culto, las exterioridades, los sacramentos, la fe ciega; tampoco es el fuego que aniquila y consume, el mal que vence al bien, el Diablo que vence a Dios. La Religión de Jesucristo es el bálsamo que suaviza, es la caridad que consuela, es el perdón que redime, es la luz que ilumina; no es el aniquilamiento, sino la Vida; no es el cuerpo, sino el Espíritu. La Religión de Jesucristo debe ser, pues, suministrada en espíritu y verdad y no en dogmas y con exterioridades aparatosas, para que pueda ser comprendida, observada y practicada por el Espíritu. El cuerpo es nada; el Espíritu es todo. El cuerpo existe porque el Espíritu acciona; le da vida y lo mueve. El día en que el Espíritu se separa de él, no le queda ya más vida a ese envoltorio, a ese instrumento.  ¿Qué es el violín sin el músico? ¿Qué es el reloj sin que se le dé cuerda? ¿Qué es la máquina sin maquinista? El cuerpo sin Espíritu está muerto y se destruye, como una casa que cae y se convierte en escombros. El cuerpo “pulvis est et in pulveis reverteris”. Y si así es, ¿cuál es el efecto de los sacramentos y prácticas sibilinas que no alcanzan al Espíritu? El principio de la Religión es la Inmortalidad y los arrendatarios de la Viña tienen el deber de destacar y demostrar este principio, para que el Templo de la Religión, asentado sobre esta base inamovible, abrigue con la Verdad a los corazones que desean la paz y la felicidad. Los pastores y los sacerdotes, “arrendatarios de la Viña”, “malos obreros” que ensucian los sentimientos cristianos, transformando la Religión de Jesús en misas, imágenes, procesiones, adornos, músicas, cohetes y sacramentos, serán llamados a cuentas y el látigo de la Verdad desde ya los viene

expulsando de la hacienda, que será entregada a otros, para que los frutos de la Viña sean dados a los hambrientos de justicia, a los desheredados de consuelo, a los que buscan la luz que encamina y conduce a la perfección. Desde tiempos lejanos, la Religión ha sido causa de despreciable explotación. El sacerdocio, por varias veces, ha hecho peligrar el sentimiento religioso. La desgracia de la Religión ha sido, en todas las épocas, el sacerdote. El sacerdote hebreo, el sacerdote egipcio, el sacerdote budista, el sacerdote braman; siempre el sacerdote, la corporación eclesiástica, con toda su jerarquía, su escolástica, sus principios rígidos, sus cultos aparatosos, sus sacramentos arcaicos. El sacerdocio, volviéndose arrendatario de la Viña, como ha ocurrido, sólo conoce un “dios” a quien obedece ciegamente; “dios” constituido eclesiásticamente, y sacado o escogido de entre uno de sus propios miembros. Todas las religiones han tenido y continúan teniendo su papa, su mayoral, o su patriarca, o su jefe, a quien todos obedecen en detrimento del Supremo Señor y Creador. De ahí la lucha cruenta que el sacerdocio ha desarrollado contra los profetas en todas las épocas. Esta Parábola es la comparación de todas las luchas que los genios, los grandes misioneros, los profetas que hablan en nombre de la Divinidad y de la Religión, han mantenido contra el clero. Desde que el Gran Propietario plantó en la Tierra su Viña; desde que hizo brillar en el mundo el Sol vivificador de la Religión, cercando la Viña con una valla, construyendo un lagar y edificando una torre; desde que los principios religiosos fueron establecidos y quedaron grabados en los Códigos de los divinos preceptos, los malos labradores se apoderaron de ella como arrendatarios traidores, dejando perecer las viñas y masacrando a los enviados que en nombre del Señor les venían a pedir o reclamar, como lo hacemos hoy, los frutos de la Viña.  Los siervos del Propietario de la Labranza eran presos, heridos y muertos. Con el pretexto de herejía y apostasía, quemaron cuerpos como quien quema leña seca y verde; les inflingieron los

más duros suplicios, manchando de sangre las páginas de la Historia de nuestro mundo. Ni el Hijo de Dios, cuya parábola premonitoria de muerte acabamos de leer, ni Él fue evitado de la clase sacerdotal, que tenía por Pontífices a Anás y Caifás, en conspiración con los gobiernos de la época. La clase sacerdotal, que nada hizo a la Humanidad y fascinó a los hombres con sus cultos aparatosos y sus dogmas horripilantes, es precisamente lo que constituye, en línea general, los “malos labradores” de la parábola.  Ellos están muy bien representados en esos obreros fraudulentos y mercenarios que proliferan en todo el mundo, vendiendo la fe, la salvación y las gracias. ¿Qué les hará el Propietario de la Viña a tan malos obreros? El resultado no puede ser otro: “los hará perecer, les retirará el poder que les concedió y la entregará a otros, que darán el fruto a su tiempo.” Felizmente también llegó la época de la realización de la premonición de Cristo registrada en los Evangelios. Los Espíritus de la Verdad bajan al mundo, unos toman un envoltorio carnal, y otros, a través del velo que separa las dos vidas, vienen a apoderarse de la Viña, para que ella dé los resultados designados por el Señor de Todas las cosas. El sacerdocio cae, pero la Religión prosigue; los dogmas son abatidos, pero la Verdadera Fe aparece, robusteciendo conciencias, consolando corazones, y, principalmente, haciendo surgir en la Tierra la aurora de la Inmortalidad, para realzar al Dios Espíritu, al Dios Justo, al Dios Poderoso y Sabio que reina en todo el Universo.

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