Indisolubilidad del matrimonio.
1. Y se llegaron a él los fariseos tentándole, y
diciendo: ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? - El
respondió y les dijo: ¿No habéis leído, que el que hizo al hombre desde el principio,
macho y hembra los hizo? y dijo: - Por esto dejará el hombre padre y madre, y
se ayuntará a su mujer, y serán dos de una carne. - Así que ya no son dos, sino
una carne. Por tanto lo que Dios juntó, el hombre no lo separe. Dícenle: ¿Pues
por qué mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? - Les dijo: porque
Moisés, por la dureza de vuestros corazones os permitió repudiar a vuestras
mujeres: mas al principio no fué así. - Y digoos que todo aquel que repudiase a
su mujer, sino por la fornicación, y tomare otra, comete adulterio; y el que se
casare con la que otro repudió, comete adulterio. (San Mateo, cap. XIX, v. de 3
a 9).
2. Nada hay inmutable sino lo que viene de Dios; todo lo
que es obra de los hombres está sujeto a cambios. Las leyes de la naturaleza
son las mismas en todos los tiempos y en todos los países; las leyes humanas
cambian según los tiempos, los lugares y el progreso de la inteligencia. En el
matrimonio, lo que es de orden divino es la unión de los sexos para realizar la
renovación de los seres que mueren; pero las condiciones que arreglan esta
unión son de un orden de tal modo humano, que no hay en todo el mundo, ni aun en
la misma cristiandad, dos países en los que sean absolutamente las mismas, y
que ni siquiera hay uno en que no hayan sufrido cambio con el tiempo; resulta
de esto que para la ley civil lo que es legítimo en una parte y en una época,
es adulterio en otra parte y en otro tiempo; y esto porque la ley civil tiene
por objeto el arreglar los intereses de la familia, y porque estos intereses
varían según las costumbres y las necesidades locales; así es, por ejemplo, que
en ciertos países el matrimonio religioso es el sólo legítimo; en otros es
menester, además, el matrimonio civil, y en otros, en fin el matrimonio civil
basta.
3. Pero en la unión de los sexos, al lado de la ley
divina material, común a todos los seres vivientes, hay otra ley divina,
inmutable como todas las leyes de Dios, exclusivamente moral, es la ley de
amor. Dios ha querido que los seres estuviesen unidos, no sólo por los lazos de
la carne, sino por los del alma, a fin de que el afecto mutuo de los esposos se
transmitiese a sus hijos, y que fuesen dos en vez de uno, para amarles,
cuidarles y hacerles progresar. En las condiciones ordinarias del matrimonio,
¿se ha tomado siempre en cuenta esta ley de amor? De ningún modo; lo que se
consulta no es el afecto de los dos seres que un mutuo sentimiento atrae el uno
hacia el otro, puesto que muy a menudo se rompe este afecto; lo que se busca no
es la satisfacción del corazón, sino la del orgullo, de la vanidad, de la
ambición, en una palabra, de todos los intereses materiales; cuando todo es
bueno según sus intereses, se dice que conviene el matrimonio, y cuando los
bolsillos están llenos se dice que los esposos se corresponden y deben ser muy
felices. Pero ni la ley civil, ni las obligaciones que impone, pueden suplir la
ley de amor, si esta ley no preside a semejante unión; resulta de esto que
muchas veces "lo que se ha unido por el cálculo, se separa por sí mismo;
que el juramento que se pronuncia al pie del altar viene a ser un perjurio si
se dice como una fórmula banal"; de aquí las uniones desgraciadas que
concluyen por ser criminales; doble desgracia que se evitaría si en las
condiciones del matrimonio no se hiciese abstracción de la sola que lo sanciona
a los ojos de Dios: la ley de amor. Cuando Dios dijo: "Vosotros no haréis
sino una sola carne", y cuando Jesús dijo: "No separéis lo que Dios
ha unido", debe entenderse de la unión según la ley inmutable de Dios, y
no según la ley de los hombres, sujeta a cambios.
4. ¿Es, pues, superflua la ley civil, y es menester
volver a los matrimonios según la naturaleza? Ciertamente que no; la ley civil
tiene por objeto arreglar las relaciones sociales y los intereses de las
familias, según las exigencias de la civilización, y por esto es útil,
necesaria, pero variable; debe ser previsora; porque el hombre civilizado no
puede vivir como un salvaje, pero nada, absolutamente nada se opone a que sea
el corolario de la ley de Dios; los obstáculos para el cumplimiento de la ley
divina dimanan de las preocupaciones y no de la ley civil. Estas
preocupaciones, bien que estén en vigor, han perdido ya su fuerza en los
pueblos civilizados; pero desaparecerán con el progreso moral, que abrirá, en
fin, los ojos sobre el sinnúmero de males, faltas y aun crímenes que resultan
de las uniones contratadas con la sola mira de intereses materiales. Entonces
se preguntará si no es más humano, más caritativo y más moral unir dos seres que
no pueden vivir juntos, que darles la libertad, y si la perspectiva de una
cadena indisoluble acaso no aumenta el número de las uniones irregulares.
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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