Dejar a su padre, a su madre y a sus hijos
4. Y cualquiera que dejare, casa o hermanos, o hermanas,
o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierra por mi nombre, recibirá ciento por
uno y poseerá la vida eterna. (San Mateo, cap. XIX, v. 29).
5. Y dijo Pedro: Bien ves que nosotros hemos dejado todas
las cosas y te hemos seguido. - El les dijo: En verdad os digo, que ninguno hay
que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujeres, o hijos por el reino de
Dios, - que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero
la vida eterna. (San Lucas, cap. XVIII, v. 28, 29 y 30).
6. Y otro le dijo: Te seguiré, Señor, mas primeramente
déjame ir a dar disposición de lo que tengo en mi casa. – Jesús le dijo:
Ninguno que pone su mano en el arado y mira atrás, es apto para el de Dios.
(San Lucas, cap. XI, v. 61 y 62.)
Sin discutir las palabras, es preciso buscar aquí el
pensamiento, que evidentemente era éste: "Los intereses de la vida futura
sobrepujan a todos los intereses y a todas las consideraciones humanas, porque
está conforme con el fondo de la doctrina de Jesús, mientras que la idea de
renunciar a la familia seria la negación. ¿Acaso no tenemos a la vista la
aplicación de estas máximas, en el sacrificio de los intereses y de los efectos
de familia por la patria? ¿Se vitupera a un hijo porque deja a sus padres, a
sus hermanos, a su mujer y a sus hijos, para marchar en defensa de su país? ¿No
se le atribuye, por el contrario, un mérito por abandonar las comodidades del
hogar doméstico, los lazos de la amistad, para cumplir con un deber? Hay, pues,
deberes mayores unos que otros. ¿No impone la ley la obligación a la hija de
dejar a sus padres para seguir a su esposo? El mundo está lleno de casos en que
las más penosas separaciones son necesarias, pero no por eso se rompen los
afectos; el alejamiento no disminuye ni el respeto ni la solicitud que se debe
a los padres, ni la ternura por los hijos. Se ve, pues, que aun tomadas
literalmente, a excepción de la palabra "aborrecer", aquellas no son
negación del mandamiento que prescribe honrar padre y madre, ni el sentimiento
de ternura paternal, mayormente si en ellas se busca el sentido propio. Estas
palabras tenían por objeto enseñar, por medios de un hipérbole, cuán imperioso
era el deber de ocuparse de la vida futura. Por otra parte, poco podían ofender
a un pueblo y en una época en que, a consecuencia de las costumbres, los lazos
de la familia tenían menos fuerza que una civilización moral más avanzada; más
débiles estos lazos en los pueblos primitivos, se fortifican con el desarrollo
de la sensibilidad y del sentido moral. La separación es, asimismo, necesaria
para el progreso; sucede en las familias como en las razas, que se bastardean
si no hay cruzamiento y si no se injertan las unas con las otras; es una ley de
la naturaleza, tanto en interés del progreso moral como físico. Aquí las cosas
se miran desde el punto de vista terrestre; el Espiritismo nos las hace ver de
más alto enseñándonos que los verdaderos lazos de afecto son los del Espíritu y
no los del cuerpo; que estos lazos no se rompen ni por la separación, ni aun
por la muerte del cuerpo, y que se fortifican en la vida espiritual por la
purificación del espíritu; verdad consoladora que da gran fuerza para
sobrellevar las vicisitudes de la vida. (Cap. IX, número 18; cap. XIV, Nº 8).
Extraído del libro “El evangelio según el espiritismo”
Allan Kardec
Allan Kardec
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