PARÁBOLA DE LA HIGUERA SECA


PARÁBOLA DE LA HIGUERA SECA





“Cuando volvía muy temprano a la ciudad, sintió hambre. Vio una higuera junto al camino, se acercó a ella y no encontró más que hojas. Entonces dijo: Jamás brote de ti fruto alguno. Y la higuera se secó en aquél mismo instante. Al ver esto los discípulos, admirados, decían: ¡Cómo se ha secado de repente la higuera! Jesús les respondió: Os aseguro que si tuvierais fe y no dudarais, no sólo haríais lo de la higuera, sino que si decís a este monte: Quítate de ahí y échate al mar, así se hará. Todo lo que pidáis en oración con fe lo recibiréis.”



(Mateo, XXI, 18-22 – Lucas, XIII, 6-9).





¡Magnífica parábola! ¡Estupenda enseñanza! ¡Cuántas lecciones aprendemos en estos pocos versículos del Evangelio! Si tomamos la narrativa por el lado científico, observaremos la muerte de un árbol en virtud de una gran descarga de fluidos magnéticos, que inmediatamente secaron el mismo. La Psicología Moderna, con sus teorías edificantes e importantes, y con sus hechos positivos, nos muestra el poder del magnetismo, que utiliza los fluidos del Universo para destruir, conservar y fortalecer. La cura de las enfermedades abandonadas por la Ciencia Oficial y la momificación de cadáveres, por el magnetismo, ya se hallan registrados en los anales de la Historia, sin dejar duda a ese respecto. En el caso de la higuera no se trata de una conservación, sino al contrario, de una destrucción, semejante a la destrucción de las células perjudiciales y causantes de enfermedades, como en la cura de los diez leprosos, y otras narradas por los Evangelios. La higuera no daba fruto porque su organización celular era insuficiente o deficiente, y Jesús, conociendo ese mal, quiso dar una lección a sus discípulos, no sólo para enseñarles a tener fe, sino también para hacerles ver que los hombres y las instituciones infructíferas, como aquél árbol, sufrirían las mismas consecuencias.

Por el lado filosófico, se destaca de la parábola la necesidad indispensable de la práctica de las buenas obras, no sólo por las instituciones, sino también por los hombres. Un individuo, por más bien vestido y más rico que sea, retraído en su egoísmo, es semejante a una higuera, de la cual, aproximándonos, no vemos más que hojas. Una institución, o una asociación religiosa, donde se haga cuestión de estudio, de cultos, de dogmas, de misterios, de ritos, de exterioridades, pero que no practique la caridad y la misericordia; no dé comida a los hambrientos, ropa a los desnudos, cariño y buen trato a los enfermos; no promueva la divulgación del amor al prójimo, de la necesidad de la elevación moral, del establecimiento de la verdadera fe, esa institución o asociación, aunque lleve el nombre de una religiosa, aunque se diga la única religión fuera de la cual no hay salvación (como ocurre con el Catolicismo de Roma), no pasa de ser más que una higuera llena de hojas, pero sin frutos.” Lo que necesitamos del árbol son sus frutos. Lo que necesitamos de la religión son sus buenas obras.  Los dogmas sólo sirven para oscurecer la inteligencia; los sacramentos, para falsear las enseñanzas de Cristo; las fiestas, las excursiones, las procesiones, las imágenes, etc., para gastar dinero en cosas vanas y engañar al pueblo, con un culto que fue condenado por los profetas de los tiempos antiguos, en el Viejo Testamento, y por Jesucristo, en el Nuevo Testamento.  ¡La Religión de Cristo no es la religión de las “hojas”, sino la de los frutos! La Religión de Cristo no consiste en ese ritual utilizado por las religiones humanas. ¡La Religión de Cristo es la de la Caridad, es la del Espíritu, es la de la Verdad! ¡La fe que Cristo recomendó, no fue, por tanto, la fe en dogmas católicos o protestantes, sino la fe en la Vida Eterna, la fe en la existencia de Dios, la fe, es decir, la convicción de la necesidad de la práctica de la Caridad!

Aquél que tenga esa fe, aquél que sepa adquirirla, todo lo que pida en sus oraciones, sin duda lo recibirá, porque limitará sus peticiones a aquello que le sea de utilidad espiritual, así será acto para secar higueras, de esas higueras que deambulan en las calles seguidas de media docena de zalameros; de esas higueras, como las religiones sin caridad, que engañan a incautos con promesas ilusorias, y con afirmaciones temerosas sobre los destinos de las almas. La higuera sin frutos es una plaga en el reino vegetal, así como los egoístas y avaros son plagas en la Humanidad, y las religiones humanas son plagas muy perjudiciales en la Siembra del Señor. No dan frutos; sólo tienen hojas.



*



Estudiada por el lado científico, la parábola es un portento, porque de hecho, Jesús, con una palabra, hizo secar la higuera. ¡Ningún sabio de la Tierra es capaz de imitar al Maestro! Encarada por el lado filosófico, la lección de la higuera seca es un aviso de lo que les va a suceder a los hombres semejantes a la higuera sin frutos; y a las religiones que igualmente sólo tienen hojas. ¡En esta Parábola se aprende también que la esterilidad, parece, es un mal inevitable! ¡En todas las manifestaciones de la Naturaleza, aquí y allá, se ve la esterilidad como desnaturalizando la creación o extraviando la obra de Dios! En las plantas, en los animales, en los humanos, la esterilidad es la nota disonante, que obstaculiza la armonía universal. ¡En la Ciencia, en la Religión, en la Filosofía, hasta en el Arte y en la Mecánica, el herrete de la esterilidad no deja de grabar su marca infamante! Ocurre, sin embargo, que llegado el tiempo propicio, la obra estéril desaparece para no ocupar inútilmente el campo de acción donde se implantó.

La higuera seca de la Parábola es la ejemplificación de todas esas manifestaciones anómalas que se desarrollan ante nuestra vista. Para no salirnos del tema en que debemos permanecer y que constituye el objeto de este libro, vamos a compara a la higuera seca con las ciencias humanas y las religiones sacerdotales. A primera vista, ¿no le parece al lector que la Parábola se adapta perfectamente a estas manifestaciones del pensamiento absoluto y autoritario? Vemos un árbol, en ese árbol reconocemos que es una higuera; está bien desarrollada, frondosa, bien abonada, vamos a buscar higos y no encontramos ni uno solo.  Vemos un segundo “árbol”, que debe ser el de la Vida, reconocemos en él una religión que ya permanece desde hace muchos años y viene siendo transmitida de generación en generación; buscamos en ella verdades que iluminen, consuelos que fortifiquen, enseñanzas que instruyan, hechos que demuestren, y nada de eso encontramos, a pesar de la gran cantidad de abono que lanzan alrededor de ese mismo “árbol”. ¿Qué le falta al Catolicismo Romano para encontrarse así desprovisto de frutos? ¿Le faltan, por ventura, iglesias, fieles, dinero, libros, sabiduría? ¿No tiene sus sacerdotes en todo el mundo, sus pomposas catedrales y sus templos? ¿No tiene con su papa la mayor fortuna que hay en el mundo, completamente seca, cuando debería convertir ese tesoro, que los ladrones roban, en aquél otro tesoro del Evangelio, inalcanzable a los truhanes y a los gusanos? ¿No tiene millones y millones de adeptos que sustentan toda su jerarquía? ¿Por qué no puede la Iglesia dar frutos demostrativos del verdadero amor, que es inmortal? ¿Por qué no puede demostrar la inmortalidad del alma, que es la mejor caridad que se puede practicar? ¿Y qué diremos de sus enseñanzas arcaicas e irrisorias, semejantes a las hojas herrumbradas de una higuera vieja; de su dogma del Infierno eterno; de su artículo de fe sobre la existencia

del Diablo; de sus sacramentos y misterios tan caducos y absurdos, que llegan a hacer de Dios un ente inconcebible y dudoso? Y así como es la religión, es la ciencia de los hombres, de esos mismos hombres que, aunque completamente divergentes de las enseñanzas religiosas de los padres, por preconcepto y servilismo andan con ellos codo con codo, como si creyesen en la “fe” predicada por los sacerdotes. Esa ciencia terrena que todos los días afirma y todos los días se desmiente. Esa ciencia que ayer negó el movimiento de la Tierra y hoy lo afirma; que apoyó la sangría para después condenarla; que proclamó las virtudes del medicamento para años después execrarlo como un deprimente; que hoy, de jeringuilla en mano, transformó al hombre en un laboratorio químico, para, mañana o después, condenar como inhumano ese proceso. ¿Qué le falta a la Ciencia para solucionar ese problema de la muerte, que le parece como un fantasma funesto? ¿Le faltará “abono”? ¿Pero no hay ahí tantos sabios? ¿No tiene ella recursos disponibles para la investigación y la experiencia? ¿No le aparecen en todos los momentos hechos y más hechos de orden supramateriales, meta-materiales para ser estudiados con método? ¡Señor! Ha vencido el tiempo que concediste para que cavásemos alrededor del “árbol” y echásemos abono para alimentar y fortificar sus raíces. Él no da frutos y los abonos que hemos gastado sólo han servido para hacer al árbol cada vez más frondoso, perjudicando así el ya pequeño espacio de terreno. Manda cortarlo y recomienda a tus siervos que no sólo lo hagan, sino que también lo arranquen de raíz. Él ocupa terreno inútilmente. En tres días haremos nacer en su lugar uno que cumpla sus fines, y tantos serán sus frutos que la multitud que nos rodea no se vencerá en cosecharlos. *


La esterilidad es un mal incurable, que se manifiesta en las cosas físicas y metafísicas. Hay personas que son estériles en sentimientos afectivos, otras en actos de generosidad, otras lo son para las cosas que afectan a la inteligencia. Por más que se enseñen, por más que se exalten, por más que se ilustren, las mismas, permanecen como la higuera de la Parábola: no hay estiércol, no hay abonos, no hay lluvia, no hay agua que las hagan fructificar. ¡Estas, sólo el fuego tiene poder sobre ellas!  

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